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martes, 26 de diciembre de 2017

BOECIO, EL ÚLTIMO ROMANO


Anicio Manlio Torcuato Severino Boecio nació en Roma en 480. Era hijo de una de las más nobles familias de la antigua metrópoli, la famosa gens Anicia, que había dado a la tardorromanidad cristiana dos emperadores y tres papas nada menos. Emparentó por matrimonio con el cónsul Quinto Aurelio Símaco, y él mismo accedió al consulado en 510. Boecio fue también primer ministro y principal consejero del rey ostrogodo Teodorico, llamado Teodorico el Grande, primero de su estirpe que, abandonando en parte los usos de sus bárbaros predecesores, quiso apoyarse en las leyes y la cultura tradicionales romanas para ejercer sus tareas de gobierno. Así pues, Boecio fue algo así como el último gran patricio romano en un mundo ya gótico, protomedieval y oscuro, con un Imperio fraccionado en mil pedazos, en el que únicamente Bizancio, allá en el lejano Oriente, conservaba aun las viejas esencias de aquel refinado y perdido tiempo antiguo.

Si hoy traemos a Boecio a nuestra Biblioteca Bigotini, lo hacemos en su calidad, no de gobernante, sino de hombre de letras. Como tal, emprendió la ardua tarea de traducir al latín las obras completas de Platón y de Aristóteles. Probablemente en ese tiempo ya se habían perdido buena parte de ellas, porque ya se había consumado la destrucción de las grandes bibliotecas de la Antigüedad Clásica. No obstante, sin duda se conservaban algunas más de las muy escasas que han llegado hasta nosotros, casi todas a través de las versiones en árabe que se pudieron traducir mucho más tarde. Lamentablemente Boecio no pudo concluir su proyecto. A pesar de ello, sus traducciones de las Categorías y del Peri Hermeneias aristotélicas, constituyen auténticas joyas literarias. También se deben a Boecio diferentes tratados sobre diversas materias como aritmética, música, teología, astronomía o geometría. A su manera, nuestro hombre quiso transmitir a las generaciones venideras toda la sabiduría grecorromana.

Bien es verdad que su obra divulgadora adolece de cierta simplicidad que en ocasiones raya lo patético. Conviene sin embargo, no perder de vista el contexto socio-histórico en que se movió el personaje. Los albores del medievo fueron una época de naufragio cultural en la que convenía salvar los mínimos enseres intelectuales que fuera capaz de asimilar un público escasamente preparado. Desde esta perspectiva, la labor de Boecio, como la de su contemporáneo Casiodoro, o como la de nuestro San Isidoro de Sevilla, se nos revela admirable y digna del mayor respeto.
Pero la obra que ha hecho célebre a Severino Boecio es la Consolación de la Filosofía, que como otras grandes piezas literarias, fue compuesta en la cárcel (acordaos del Quijote). Pues si, Boecio al parecer cayó en desgracia. Sus enemigos políticos le acusaron de conspirar en favor de Bizancio, y tras un largo y penoso cautiverio, fue decapitado hacia 520 en Pavía, donde se le venera como santo. Os ofrecemos (clic en la imagen) la versión digital de esta Consolación de Boecio. Una pieza filosófica inspirada en el estoicismo, en la que el autor conversa con la Filosofía personificada en una sabia mujer, hallando así consuelo a su aflicción y reparación de su dolor. Aquí tenéis todo un clásico de la literatura universal, acaso la última gran obra de la latinidad tardía. Nos sitúa justo en la línea donde comienza la Edad Media y concluye aquella añorada Antigüedad. Disfrutadla. Quizá también, como Boecio, halléis en ella consuelo.

¡Viviré para siempre o moriré en el intento!



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