Translate

miércoles, 15 de noviembre de 2017

MILÁN, COMPRAS FATIGOSAS Y CENAS DELICIOSAS


La vieja Midland céltica, la Mediolanum romana, la milenaria Milán y la Milán moderna, floreciente capital de Lombardía, es desde hace unos años, uno de los destinos favoritos de los aragoneses, por la comodidad que representan los vuelos directos desde Zaragoza a la cercana Bergamo. Bigotini, como aragonés de pro, no podía ser una excepción, así que ha visitado varias veces Milán. La conoció durante las rebajas de un crudo mes de enero, cubierta de una espesa capa de nieve que llegaba a las rodillas. La ha recorrido también en un cálido (tórrido) verano, y siempre se ha asombrado de hallarla una y otra vez hermosa.
Esa tierra media que revela su etimología está incrustada entre los Apeninos y los Alpes, entre los cursos del Tesino y el Adda. Regada por el modesto río Olona, Milán es la cabeza de la próspera Lombardía, que después del distrito parisino de L'Ille de France, exhibe el segundo mayor producto interior bruto de Europa. Sus anchas avenidas, sus rascacielos, su extrarradio industrial, parecen hacer permanente alarde de esa riqueza.


A lo largo de los siglos se han disputado Milán los hérulos, los ostrogodos, los bizantinos, los lombardos, los carolingios... Ha sido ciudad-estado independiente, la han poseído los pontífices romanos y los reyes españoles. Se libró de la peste negra en el siglo XIV, y sucumbió a ella en el XVII. Ha sido embellecida por los principales artistas de la Historia, bajo la férula de los Visconti, de los Sforza, de los Valois, de los Habsburgo. Milán fue la más hermosa perla de las coronas de Francisco I, de Carlos V y del mismo Napoleón Bonaparte. En el XIX fue abanderada de la unificación de Italia. Por sus calles abigarradas desfilaron Garibaldi y el rey Victor Manuel, y en la Scala, sagrado templo de la lírica europea, resonó como una singular plegaria patriótica, el coro de los esclavos del gran Giuseppe Verdi.


Durante el convulso siglo veinte, Milán vio nacer el movimiento socialista pero también el fascismo. El llamado Movimento dei Fasci di Combattimento tuvo su primera sede en la milanesa piazza San Sepolcro, y durante la guerra, Milán ostentó el más que dudoso honor de ser la capital de la República de Saló, de infausto recuerdo. En descargo de los milaneses (o más bien de sus abuelos), conviene decir también que la ciudad y la Lombardía en su conjunto, se distinguieron por su heroica resistencia frente a los fascistas, y por la decisiva sublevación partisana del 45, que acabó con la expulsión de los nazis y el linchamiento público de Benito Mussolini, Claretta Petacci y sus acompañantes.



En las últimas décadas Milán ha sido y sigue siendo el principal motor de la economía y la cultura italianas. Su impresionante cinturón industrial, su pujanza como centro financiero (la de Milán es la Bolsa de valores de referencia en Italia), y su capitalidad de la moda, en estrecha competencia con París, hacen de la metropoli lombarda el pilar sobre el que se sustentan la economía y la política italianas. Ahora bien, también se han gestado en Milán los mayores escándalos y corrupciones. Recordemos a Bettino Craxi, huído tras el escándalo de Tangentopoli, y no olvidemos a don Silvio Berlusconi, cuyos manejos no es necesario, ni siquiera higiénico, traer a colación.


Así que como suele ocurrir casi siempre, Milán tiene sus luces y sus sombras. Olvidemos por esta vez las sombras, y disfrutemos de la espléndida luz de la Milán cosmopolita y eterna.
Para empezar no está mal un paseo por el palazzo-castello de los Sforza. Sus jardines cubiertos de nieve resultan impresionantes, lo mismo que las cálidas salas del interior, que albergan incontables tesoros artísticos. Y hablando de arte, en Milán se exhibe la célebre Última cena de Leonardo de Vinci. Si se tiene la precaución de planificar el viaje con antelación suficiente, pueden reservarse entradas para admirarla. ¡Qué decir del duomo! Se trata sin duda de una de las más impresionantes catedrales europeas, visita obligada para cualquier viajero que pase por la ciudad. Otro tanto puede decirse de la monumental plaza en que se levanta. Está presidida por la magnífica estatua ecuestre de Victor Manuel, y a un costado de la catedral se abre el pórtico a las galerías Vittorio Emanuele, un prodigio arquitectónico modernista copiado en otras urbes italianas (Nápoles) y europeas (Bruselas).


Las célebres galerías comerciales introducen al incauto turista en el ignoto (al menos para el profe Bigotini) universo del comercio, la moda, las compras...
Las compras. He aquí un concepto rotundo y no carente de riesgos. Con una sola acompañante (Marisol) o con dos (Marisol y Laura), el pobre Bigotini se ha visto arrastrado en todas sus incursiones milanesas, a un torbellino de tiendas, pruebas, tediosas esperas y tortuosos callejeos por las propias galerías, por corso Napoleone, por via Manzoni, por corso Vittorio Emanuele, ejerciendo de cargador de bolsas y paquetes, en un periplo tan torturador para los pies como letal para la cuenta corriente. Las principales marcas, milanesas o no, están presentes bajo los seculares soportales o en los lujosos locales del centro. Tientan desde sus escaparates minimalistas a féminas de los cinco continentes.


En su primera visita a Milán, el profe estrenaba un elegante gabán de confección española, de recio paño de Béjar, que hubiera sido la envidia de cualquier adusto caballero castellano, o incluso de un severo hidalgo montañés, pongo por caso. Parado en la esquina de una de las arterias comerciales de Milán, Bigotini se despojó de un guante al objeto de comprobar la temperatura de aquel enero gélido. Pues bien, un milanés que pasaba enfundado en una de esas estrafalarias y carísimas prendas de Gucci, de Prada o de qué se yo, tuvo el descaro inaudito e insultante, de depositar una moneda en la palma de aquella mano desnuda cuya proverbial limpieza desafiaba a la misma nieve. Ahogando las lágrimas, me acordé de Quevedo cuando escribió: miré los muros de la patria mía, si un día fuertes, ya desmoronados...
¡Dios todopoderoso confunda a esos malditos diseñadores andróginos, y desate su furia celestial sobre esas ignominiosas pasarelas en que desfilan ninfas tísicas que apenas cubren su desnudez con ridículos harapos! ¡Amén!


En fin, olvidado queda, y a otra cosa. Ya sabéis que en estas entradas sobre viajes, no puede faltar nuestra pasión por la buena mesa. En Milán el viajero puede dar por entero rienda suelta a sus más refinados apetitos. Además de las especialidades tradicionales de la región, a saber, jugosos escalopes a la milanesa, sabrosos risottos, deliciosos raviolis o dulces panna cotta, y además de los no menos tradicionales platos italianos de cualquier región (pastas, pizzas y ossobucos), en Milán pueden encontrarse templos gastronómicos de singular interés.
Una de las visitas de Marisol y el profe a la ciudad, coincidió felizmente con la Expo milanesa de 2015, que por una de esas afortunadas casualidades, estuvo por entero dedicada a la gastronomía. Aunque inevitablemente agotadora, la visita a los distintos pabellones de los cientos de países representados en el recinto ferial, ofreció dos o tres interesantes experiencias culinarias, y como aquel viaje se planteó como monográfico, también hubo aleccionadoras incursiones en la restauración local.

A destacar varios establecimientos que paso a describir. La primera agradable sorpresa nos la proporcionó la trattoria Pane al pane vino al vino. Situado en via Tadino, 48 (metro Lima), es un local amplio de decoración agradable, que figura en casi todas las guías recientes. El interior recrea el ambiente de un mercado o una tienda de delicatessen, y destacan los generosos platos de degustación de embutidos, especialmente los salchichones, prosciutos y mortadelas típicos de Lombardía.

El Caffe Granaio está en el mismo centro de Milán, en la via Mengoni, 2, a cincuenta metros de la piazza del Duomo. Pertenece a una cadena (al menos hay otro igual en Trento). Ofrece un menú económico de cocina de mercado, con pastas y risottos muy aceptables y buena relación calidad-precio. La cafetería tampoco está nada mal, y venden panes de estilo francés muy interesantes. Pero lo mejor aquí son los postres, más concretamente los helados y granizados (granitta), que son artesanos, ricos y de tamaño descomunal.


Il Salernitano, uno de los mejores y más populares restaurantes de Milán, se encuentra en via Tadino 42, muy cerca del corso Buenos Aires a la altura de la parada del metro Lima. Tiene una amplia terraza, pero en verano conviene elegir una mesa en el interior climatizado. La especialidad del Salernitano son los pescados en cualquiera de sus variedades y preparaciones, aunque también son notables las carnes. Los camareros son alegres y dicharacheros, al estilo de los italianos del sur, que es lo que son, ni más ni menos. Una velada inolvidable

Algo más tristón, como de restaurante antiguo, es el personal del Settembrini 18, ubicado precisamente en el número 18 de via Settembrini, cercana a via Marcello. La especialidad de la casa son los arroces y pastas con marisco: mejillones, almejas, gambas, carabineros, cigalas y un largo y sabrosísimo etcétera El ambiente un poco apagado. Eso si, la pitanza para chuparse los dedos. No hay que perderse los tagliatelle alle vongole, que tienen fama mundial.


Por último, un gran descubrimiento, el restaurante Non solo lesso, en via Redi esquina con Giorgio Jan. Se trata de una pequeña taberna con espacio para una docena de comensales, situado en el local de una antigua barbería. Conserva parte del mobiliario, incluido un hermoso sillón de barbero. El chef y propietario aconseja sabiamente y vende muy eficazmente las especialidades de la casa: tablas de patés caseros, de quesos, de embutidos, contundentes cocidos lombardos acompañados de una casi infinita variedad de salsas y aliños, y el monumental e imprescindible surtido de tapas que no son los típicos y tópicos costrini, sino algo mucho más exquisito y elaborado. No puede dejar de admirarse el abigarrado mostrador. El ambiente familiar invita a prolongar la sobremesa con algún licor, y al final de una cena opípara, el precio es más que moderado. No hay sorpresas desagradables. Todo es felicidad. Non solo lesso, sino mucho más que eso.
Así que nos vamos de Milán con el mejor sabor de boca. Mientras se mantengan estos vuelos casi directos tan cómodos, prometemos seguir volviendo.

Soy pobre, pero honrado. Las desgracias nunca vienen solas.



No hay comentarios:

Publicar un comentario