
Cuatro
de las cinco hermanas, entre ellas Charlotte, fueron enviadas a un
sórdido internado donde, sometidas a las más duras condiciones
imaginables, contrajeron la tuberculosis, enfermedad que por entonces
constituía una verdadera pandemia en toda Europa, y que a la postre
iba a causar la muerte de todas. Charlotte y Emily ingresaron más
tarde en otro internado en Bruselas, allí Charlotte se enamoró
perdidamente de su tutor, un hombre casado al que no se atrevió a
confesar sus sentimientos en persona. Lo hizo ya de vuelta en
Inglaterra, en unas apasionadas cartas de amor, que el destinatario
rompió, pero que fueron recuperadas después por su esposa y dadas a
conocer cuando Charlotte era una escritora de éxito.

Tras
rechazar al menos otras tres proposiciones de matrimonio, Charlotte
se casó en 1854. Apenas pudo disfrutar de su nuevo estado, pues unos
meses después, en 1855, falleció de tuberculosis hallándose
embarazada del hijo que nunca llegó a tener. Una vida tan tormentosa
y desgraciada como la de algunas de las protagonistas de sus novelas.
Charlotte
Brontë ocupa, con el permiso de Stevenson en prosa o de Byron en
poesía, la cumbre del romanticismo literario en lengua inglesa. Jane
Eyre, su primera y mejor obra, ejemplifica y atesora
las esencias del género. La novela sin duda está cargada con
abundante munición autobiográfica. Su protagonista, igual que la
escritora, sufre la dureza del internado en el siniestro colegio
Lowood, sufre también la tortura de un amor por un hombre maduro y
de mayor posición económica, que debe mantener en secreto, detalle
muy probablemente inspirado en el que sintió por su maestro belga.
La primera edición se publicó bajo el seudónimo de Currer Bell, y
recibió críticas favorables desde el primer momento.
Particularmente importantes fueron los elogios del prestigioso
William Thackeray.

Desearía
que no pensará en mí como una mujer. Desearía que todos los
críticos creyeran que Currer Bell es un hombre, serían más justos
con él. Charlotte Brontë.
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