
La
religión recibió el nombre de islam, con el
significado de sumisión. Sus adeptos son los musulmanes,
que puede traducirse como los que se entregan. Mahoma fue
sucedido por su suegro Abú Bakr, que fue su primer califa
o sucesor. Los musulmanes tomaron Judea y Siria en el 636,
Egipto en el 640, y tras la decisiva batalla de Qadisiya, en el 642,
se apoderaron de Persia, inaugurando de esta forma fulminante una
época de inusitada expansión que abarcó en muy pocos años desde
los confines de la India hasta la totalidad del Norte de África, e
incluso la Península Ibérica en el 711.

Los
musulmanes persas no se dieron por vencidos, y eligieron
sucesivamente a diversos pretendientes al califato: Hassán, hijo
mayor de Alí, Husseín, el hijo menor, y unos cuantos más a lo
largo de varias décadas. Todos fueron derrotados, pero pese a sus
sucesivos fracasos el grupo sobrevivió y sus adeptos fueron llamados
chiitas, del vocablo árabe que significa partidario.

En
los últimos tiempos, contando con el patrocinio de potencias
económicas como Arabia Saudí o Qatar, el credo sunní
se ha radicalizado, derivando en un integrismo que aspira a gobernar
mediante la aplicación a rajatabla de la sharía, ley
islámica que atenta de forma flagrante contra los más elementales
derechos humanos. Los sunníes son los inspiradores
ideológicos de grupos terroristas como ISIS o Al-Qaeda. Sus
cabecillas predican con total impunidad desde poderosos medios como
la televisión Al-Jazzeera (la buena nueva, de la misma raíz
árabe que nuestra Algeciras) y las redes sociales. Predican la
Yihad, la Guerra Santa que han declarado contra
la minoría chiita y contra los demás infieles, o sea,
nosotros mismos sin ir más lejos. Así pues, aunque muchos se
nieguen tercamente a aceptarlo, estamos en guerra, como lo prueban
los recientes zarpazos terroristas que hemos sufrido. No nos queda
más remedio que depositar todas nuestras esperanzas y prestar
nuestro apoyo a la minoría chiita, y esperar que por
fin se impongan después de trece siglos de derrotas. Así que los
ayatollah (señalados de Dios), por muy
estrafalarios que puedan parecernos con esos turbantes y esas barbas,
son el último bastión del mundo civilizado frente a la barbarie.
Si
medias entre dos amigos tuyos, uno de ellos dejará de serlo.
Proverbio árabe.
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