Siguiendo
el razonamiento de Jorge Bolívar en su obra de divulgación El día que descubrimos el universo, Ed. Guadalmazán. Córdoba, 2015,
la naturaleza tiene estructura, y esa
estructura se basa en el mantenimiento de magnitudes estables que se relacionan
entre ellas y condicionan el funcionamiento del universo. Un cambio en
cualquier magnitud provoca desviaciones en cascada en tales reacciones, y si el
cambio es muy importante, altera por completo los procesos naturales que
conocemos. La estructura global se desharía igual que un andamio se desploma si
quitamos un tornillo aquí y un travesaño allá. Esta afirmación puede parecer
premonitoria de una sucesión de catástrofes, pero la buena noticia es que
gracias a la necesidad de unas magnitudes muy estables y definidas, las leyes naturales deben ser simples.
No puede haber un rango muy amplio de resultados para cada magnitud clave. En
otras palabras, por ejemplo, las masas del Sol y de la Tierra deben mantenerse
en unos niveles determinados, porque con masas muy diferentes, dejarían de
orbitar la una en torno al otro de la forma que conocemos. Variaciones más
pequeñas acabarán teniendo consecuencias con el tiempo, pero si nos salimos de
unos valores bastante precisos, el equilibrio natural es imposible.
Visto a escala cósmica, la estabilidad del universo depende de que sus leyes se cumplan de forma exacta y en cualquier momento. Es lo que se llama Principio de Covarianza, así en mayúsculas, para resaltar su importancia. Este principio nos asegura que la naturaleza obedece a las mismas leyes en cualquier marco de referencia. Así que si realizamos un experimento a, por ejemplo, velocidades diferentes, obtendríamos resultados equivalentes tanto si la velocidad es alta como si es baja. Ahora bien, esos resultados serán equivalentes, lo que no impedirá que sean distintos en un caso y en el otro. Es como si la tasa de cambio entre el euro y el dólar fuera siempre constante. Conociendo el precio de una cosa en una de las dos monedas, podríamos deducir el precio en la otra moneda. Podemos realizar un experimento a velocidad lenta, y deducir con exactitud el resultado a velocidad rápida, sin necesidad de repetirlo.
La
relatividad,
un concepto que revolucionó la física desde que Albert Einstein lo enunció en
1905, se atiene también a ese Principio de Covarianza. Y, aunque
hasta el siglo XX no se le dio ese nombre, sus orígenes científicos y
filosóficos se remontan a algunos siglos atrás. Galileo fue el primero en
establecer unas transformaciones de coordenadas. Para explicarlas utilizó un
ejemplo muy sencillo: un barco se mueve a una velocidad de dos metros por
segundo en un mar en calma. En lo alto del mástil hay una pelota que cae
verticalmente, y tarda un segundo en llegar a la cubierta del barco. Si estamos
viajando en el barco, la pelota ha caído verticalmente desde lo alto del mástil
al pie del mástil, sin desplazarse lo más mínimo. Ahora bien, un observador
sentado en el muelle mirando al barco, verá que la pelota ha caído dos metros
hacia delante en la dirección que sigue el barco, puesto que el barco se ha
movido dos metros durante el segundo que tarda en caer la pelota. El observador
vería que la pelota no cae verticalmente, sino describiendo una parábola, tal
como aparece en la ilustración de aquí abajo:
¿Quién
está en lo cierto, el tripulante del barco o el observador del muelle? Galileo
tuvo la intuición de concluir que ambos. El secreto no está en que las leyes
naturales sean diferentes para el hombre del muelle y el del barco, sino en que
el movimiento es relativo. En el sistema de coordenadas del barco, el balón cae
en vertical, y en el sistema de coordenadas de tierra firme, describe una
parábola. La covarianza se cumple, las leyes naturales funcionan, y Galileo y
Einstein eran dos verdaderos genios.
Si queréis los mayores elogios, moríos. Jardiel Poncela.


.jpg)

No hay comentarios:
Publicar un comentario