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miércoles, 10 de enero de 2024

FERNANDO DE HERRERA, EL DIVINO


 

Hijo de un modesto artesano, Fernando de Herrera nació en Sevilla en 1534. Aunque en su edad madura adquirió fama de erudito, lo cierto es que el joven Fernando no obtuvo ningún título académico, limitándose sus estudios a los que realizó en su niñez con un par de maestros sevillanos, Pedro Fernández de Castilleja y Rodrigo de Santaella. El resto de su formación fue completamente autodidacta, pues al decir de todos cuantos le trataron, era un joven de vivísimo ingenio. Siendo todavía un muchacho, Fernando contó con la protección de un grande de España, don Álvaro de Portugal, conde de Gelves, en cuya casa encontró cobijo y hasta el amor en la persona de doña Leonor Fernández de Córdoba, la joven esposa de su protector, relación que al parecer, no sólo fue pública, sino que contó además con la complacencia del marido. Este triángulo amoroso escandalizó no poco a los biógrafos del poeta el siglo siguiente. Recordemos que el XVII se caracterizó por el integrismo moral contrarreformista, tan alejado del espíritu renacentista que animó el XVI en que vivió nuestro hombre.


Herrera recibió las órdenes menores y obtuvo un beneficio en la iglesia de San Andrés en 1566. Frecuentó entonces las tertulias poéticas que abundaron en la Sevilla de su época, trabando gran amistad entre otros, con Juan de Mal Lara, gran humanista, y con el pintor Francisco Pacheco, a quien se deben el retrato de Fernando de Herrera coronado de laurel, y muchos datos biográficos del personaje. Fue Herrera el iniciador de la llamada Escuela Sevillana de poesía que contó en las décadas siguientes y durante todo el Siglo de Oro con notables representantes en la poesía en lengua castellana. Tanto Pacheco como Juan Rufo, otro de sus contemporáneos, coinciden en retratar a Herrera como hombre de carácter retraído y áspero, rasgos que se acentuaron tras la muerte de su musa y enamorada en 1578.


La poesía de Herrera, partiendo del petrarquismo como la de los demás poetas de su tiempo, derivó aún en época renacentista, en una forma genuinamente barroca y española que creó escuela. Alguien de la talla de Luis de Góngora calificó a Herrera de segundo Garcilaso, y aún primero en fineza y medida del verso. Esos y otros parecidos elogios le encumbraron a la cima del Parnaso poético, y le otorgaron el título de Divino, con el que fue conocido por las generaciones sucesivas. Se ha especulado que el célebre retrato de El Greco que representa a un caballero con la mano en el pecho, pudiera haber tenido a Fernando de Herrera como modelo.

 



Muchas de las obras juveniles de Herrera se han perdido lamentablemente. De ellas tan solo se conocen los títulos y las alabanzas de quienes tuvieron ocasión de leerlas. Entre las que nos han llegado cabe destacar los Amores de Lausino y Corona, la Relación de la guerra de Chipre y suceso de la batalla naval de Lepanto (1572), las Obras de Garci Lasso de la Vega con anotaciones de Fernando de Herrera (1580), Algunas obras de Fernando de Herrera (1582), Elogio de la vida y muerte de Tomás Moro (1592), y Versos de Fernando de Herrera enmendados y divididos por él en tres libros (1619); publicados todos en Sevilla en las fechas indicadas, y el último impreso ya tras la muerte de su autor acaecida en 1597.

De nuestra biblioteca Bigotini extraemos hoy precisamente la edición digital de sus Sonetos, tomados de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes que sigue la edición sevillana de Francisco Pacheco, su retratista y biógrafo, de 1619. Deleitaos pues con la irreprochable métrica y la exquisitez poética de los versos de Herrera, el Divino. 

https://www.dropbox.com/home/Profesor%20Bigotini?preview=Sonetos.pdf

Voy siguiendo la fuerza de mi hado

por este campo estéril y escondido;

todo calla y no cesa mi gemido

y lloro la desdicha de mi estado.

Fernando de Herera. Sonetos.


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