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viernes, 7 de febrero de 2020

BALTASAR CARLOS. LO QUE PUDO HABER SIDO Y NO FUE


Velázquez. El príncipe Baltasar Carlos a caballo
El 16 de octubre de 1629 nació en Madrid el príncipe Baltasar Carlos de Austria, hijo primogénito de Felipe IV y de Isabel de Francia, su primera esposa. Le llevó en brazos al bautizo doña Inés de Zúñiga y Velasco, condesa de Olivares y esposa del conde-duque, todopoderoso valido del monarca.
Desde su más tierna edad, Olivares se ocupó personalmente de su educación, lo que dio lugar a muchas habladurías sobre la paternidad del pequeño príncipe que se encargaron de airear muchos cortesanos ilustres y hasta poetas como el mismo Francisco de Quevedo. Probablemente esos rumores cobraron fuerza entre el pueblo porque en esa época la inmensa mayoría de la gente no conocía a sus príncipes y gobernantes. La verdad es que no hay más que ver el retrato del muchacho a los catorce o quince años, obra de Juan Bautista Martínez del Mazo, para desmentir cualquier rumor, porque a esa edad, Baltasar Carlos mostraba ya el acentuado prognatismo y el semblante característico de su padre Felipe IV y del resto de los Austria.

Martínez del Mazo. Retrato del príncipe Baltasar Carlos

Velázquez. Lección de equitación del príncipe.
El personaje de pie con calzas claras es el
conde -duque de Olivares
Lo cierto es que, con independencia de los genes, el príncipe demostró desde bien pequeño excepcionales cualidades. Era un chico de inteligencia viva, agudo ingenio y cordialísimo trato, al decir de todos cuantos le trataron. Su tutor, el conde-duque, estaba orgulloso de él, lo mismo que la condesa y el resto de los cortesanos. En 1632, ante la nobleza y las Cortes de Castilla y en lucidísima ceremonia, fue jurado como Heredero de su Majestad i Príncipe de los Reinos de Castilla i León i los demás desta Corona a ellos sujetos, unidos, incorporados i pertenecientes. Se prometió a la archiduquesa Mariana de Austria, hija del emperador Fernando III y prima hermana suya.
Su padre Felipe, el rey pasmado, ajeno a casi todas las materias de la gobernación del reino, al parecer se quejó alguna vez a Olivares de lo poco que podía tratar al príncipe. El valido le daba largas, convencido como estaba de que el ambiente de palacio no resultaba nada conveniente para su pupilo.

En 1645 el príncipe fue jurado como heredero por las Cortes de Aragón y de Valencia, y en 1646 por las de Navarra. Olivares dispuso que Baltasar Carlos residiera durante su juventud en Zaragoza. Consideraba el valido que el trato franco de los nobles aragoneses y la calidad de los maestros y preceptores zaragozanos convenían más a la educación del príncipe que las maneras melindrosas de la corte madrileña. El caso es que el joven disfrutó en la capital del Ebro de los mejores días de su corta vida. En sus sotos practicó la equitación, y otros ejercicios, sobresaliendo en todos cuantos emprendió. Sus maestros le consideraban también muy versado en asuntos políticos, gobernación del reino y materias de estado. A Zaragoza se trasladaron con él los cortesanos de mayor confianza del conde-duque, entre otros Diego Velázquez, entonces pintor de cámara, que en Zaragoza tuvo oportunidad de inmortalizar la rotura de su puente de piedra tras una histórica riada.

Velázquez. Vista de Zaragoza en 1646 tras la riada que destruyó el puente de piedra

Velázquez. Mariana de Austria
El 5 de octubre de 1646, el príncipe se sintió enfermo. Las viruelas que contrajo resultaron fulminantes, acabando con su vida la noche del día 9, sólo cuatro días más tarde. Se truncó así la última esperanza no sólo de Olivares, sino de España entera, de contar con un monarca prudente, inteligente y ponderado. Las tristes consecuencias de su muerte son bien conocidas: habiendo perdido Felipe IV a su único heredero varón, se desató la crisis dinástica. El rey se casó con Mariana de Austria, su sobrina, que había sido prometida del príncipe, y que tenía sólo doce años. De tan desigual unión sobrevivieron nada más la infanta Margarita Teresa, que se desposaría con el emperador Leopoldo I, y el futuro Carlos II de España, de desgraciada vida, triste recuerdo y funestas consecuencias para España.

El juego de lo que pudo haber sido y no fue es un ejercicio inútil que no conduce a ninguna parte ni produce otros frutos que la melancolía. A pesar de ello, nuestro viejo profe piensa a veces en el malogrado príncipe Baltasar Carlos, y frotándose tristemente esa enorme nariz, exclama: ¡qué gran oportunidad perdida!

La alternancia fecunda el suelo de la democracia. Winston Churchill.



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