
Un
estudio publicado en 2017 por el Journal
Sex of Medicine arrojó que el 30% de los varones de cualquier tendencia no
lo habían practicado nunca. Otro estudio de The
Canadian Journal of Human Sexuality concluye que sólo el 28% de las mujeres
menores de 25 años reconocen disfrutar con el sexo oral, mientras que a partir
de los 40 años, la cifra se eleva por encima del 80%, lo que parece llevar a la
conclusión de que tal como decía la copla, “el que lo prueba repite”.
El
sexo oral, sustituyendo a la penetración,
se ha utilizado cómo una forma segura de evitar los embarazos, si bien
no está exento de otros riesgos como el contagio del virus del papiloma humano,
candidiasis y otras enfermedades de transmisión sexual, cuando no se observan
unas normas higiénicas elementales.

Se
trata en definitiva de una cuestión cultural y educativa, muy relacionada con
el pudor, con la vergüenza de mostrar y manipular los genitales que se ha
establecido en la mayor parte de las sociedades que consideramos civilizadas.
Si en determinados ámbitos el sexo en general se ha considerado, y en ocasiones
aun se considera algo sucio y pecaminoso, no puede asombrarnos que ciertos
juegos sexuales y el sexo oral de forma especial, se considere sucio también.
El
viejo profe Bigotini, con esa nariz inmensa, tiene serias dificultades para
practicar ese tipo de juegos. Pensándolo bien, digamos que tiene serias
dificultades así, en general, hasta para saborear un sencillo plato de
spaghetti, pongo por caso. Es ocioso decir que al pobrecillo le están vedados
otro tipo de manjares más exquisitos. ¡Qué lástima!
Es
bien curioso que se llame “sexo oral” a una práctica en la que resulta tan
difícil hablar. Woody Allen.
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