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lunes, 30 de diciembre de 2019

NUBIOS EN EL NILO. EL SIGLO DE LOS FARAONES NEGROS



Durante el Imperio Nuevo, Nubia no había sido más que la prolongación meridional de Egipto, una tierra de negros más allá de la Primera Catarata, una colonia, diríamos modernamente. Pero en el periodo de decadencia que siguió, con un Egipto fragmentado y gobiernos rivales en Tebas y en el Delta, los egipcios del norte carecieron de recursos para mantener su hegemonía en el sur. El resultado fue que los nubios accedieron al autogobierno de su propio territorio.
Y no sólo eso. Cuando Sheshonq, un monarca del Delta, ocupó Tebas, un grupo numeroso de sacerdotes de Amón huyó hacia el sur, refugiándose en Napata, en el límite meridional de la influencia egipcia, más allá de la Cuarta Catarata, que se había constituido en capital de la nueva Nubia independiente. Allí establecieron una especie de gobierno en el exilio, e incitaron a los príncipes nubios a invadir el Egipto septentrional y restaurar la religión de Amón.


A la sempiterna tentación de poder y de conquista, se añadió la idea del servicio piadoso al dios verdadero, así que hacia 750 a.C. se produjo el avance nubio hacia el norte y una conquista al parecer fácil por no encontrar resistencia entre los escindidos egipcios. Un príncipe nubio llamado Hashta conquistó Tebas, y su sucesor de nombre Pianji, se aventuró aun más al norte, dominando el Delta hacia 730. Shabaka, el hermano de Pianji, trasladó la capital desde Napata de nuevo hasta Tebas. A esta dinastía negra en el imperio del Nilo llaman algunos historiadores nubia, otros etíope, por el nombre que le dieron los griegos, y Manetón la considera Dinastía XXV. En cualquier caso, conviene aclarar que los nuevos señores de Egipto, a pesar del color de su piel, no eran en absoluto extranjeros. Culturalmente eran por completo egipcios, y así se refleja en todos los vestigios documentales y monumentales que nos han legado.


En 732 a.C., mientras los nubios se adueñaban de Egipto, el rey asirio Tiglath-Pileser III derrotó a los sirios y ocupó Damasco. Diez años después, uno de sus sucesores, Sargón II, destruyó Israel y ocupó Samaria. Su hijo, Senaquerib, asedió Jerusalén.
Los faraones nubios trataron de impedir el avance asirio. El faraón Shabaka desplegó emisarios, dineros e influencias para infundir en judíos, sirios, israelitas y fenicios el espíritu de resistencia, mientras Egipto preparaba sus defensas. Shabaka envió a su sobrino Taharka contra Senaquerib, que a la sazón se encontraba asediando Jerusalén. Los egipcios fueron derrotados, pero entre los asirios se produjeron también tantas bajas, que tuvieron que retirarse. Se salvó así Egipto y de paso, Jerusalén.

Senaquerib fue asesinado en 681 a.C. Su hijo Asarhaddón hizo a su ejército marchar de nuevo hacia el oeste. Olvidando Jerusalén, que había resultado un hueso duro de roer, avanzó directamente sobre Egipto, deseoso de cruzar su espada con Taharka, el nuevo faraón, que años atrás se había enfrentado a su padre. Taharka derrotó a Asarhaddón en 675, pero eso sólo sirvió para retrasar el inevitable final. Los asirios de esa época poseían armas de hierro y una organizada caballería. A la larga resultaban invencibles. Asarhaddón se reorganizó, tomó Menfis y el Delta, pero falleció en 668, antes de poder organizar una nueva expedición. Le sucedió su hijo Asurbanipal, que en 661 conquistó y saqueó Tebas, poniendo fin a la dinastía de los faraones nubios.


Continuaron reinando en su patria de Nubia durante mil años más, pero su civilización, alejada ya de la cultura egipcia, fue declinando poco a poco hasta la total degradación. Tal vez los descendientes de aquellos orgullosos faraones negros siguieran recordando aquel siglo de grandeza en que dominaron el que fue en su tiempo el Imperio más poderoso de la Tierra.

-Mamá, ¿qué es un tejón?
-Es una teja muy grande, como esas que pone tu padre en las obras.
-¿Pero, no es un animal?
-Bueno, sí, pero es tu padre, ten un poco de respeto.



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