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miércoles, 26 de diciembre de 2018

MONGOLES, LOS HOMBRES SURGIDOS DEL TÁRTARO



Mientras en Siria y Palestina, los cruzados cristianos y los musulmanes libraban feroces batallas, en Asia Central un nuevo y hasta entonces desconocido terror estaba a punto de entrar en la Historia.
En 1206, Temujin, uno de los jefes guerreros mongoles, consiguió unificar bajo su mando las diversas tribus de su país. Temujin tomó el nombre de Gengis Kan, con el significado de rey universal, y lo interpretó tan al pie de la letra, que se dispuso a ponerlo en práctica. En principio parecía un plan descabellado, puesto que los mongoles debían ser entonces apenas un millón de personas, de las cuales, descontando a mujeres, niños y ancianos, sólo quizá una cuarta parte podían considerarse guerreros.


Estaban rodeados de poderosas civilizaciones con culturas y tecnologías muy superiores. Los guerreros mongoles montaban ligeros ponis peludos, y vivían literalmente sobre ellos. Se alimentaban de leche de yegua y ablandaban la carne colocándola entre la silla de montar y el lomo del potro. Pero el ambicioso Gengis Kan dejó a todos perplejos por su gran capacidad estratégica. Fue el primer militar de la Historia capaz de hacer la guerra a escala continental. Sus jinetes hacían batidas en pequeños grupos distanciados miles de kilómetros, para reunirse en lugares prefijados, mientras se mantenían en contacto mediante diversas señales y mensajeros entre los distintos grupos. Avanzaban a velocidades que no han podido ser igualadas hasta la invención del motor y los vehículos automóviles. Utilizaban el terror como arma, asesinando tanto a guerreros enemigos como a poblaciones enteras cuando les ofrecían la menor resistencia. Antes de su muerte, acaecida en 1227, Gengis Kan había conquistado media China e irrumpido en Persia oriental.


Las matanzas colectivas en Persia y la destrucción de las ciudades acabaron con los cuidados sistemas de irrigación que habían hecho de la región una zona fértil desde hacía tres mil años. Los resultados de esa desertización y consiguiente empobrecimiento, han llegado hasta nuestros días.
A Gengis Kan sucedió su hijo Ogadai Kan, que instauró la capital de su imperio en Karakorum, y en 1236 envió una fuerza expedicionaria contra Europa, que obtuvo sonadas victorias. Cayeron sucesivamente Rusia y Polonia. Los mongoles se llamaban a sí mismos tártaros, lo que contribuyó aun más a sembrar el pánico entre los europeos, para quienes el término Tártaro se asimiló con el Tártaro o infierno de la mitología griega. Cuando estaban a punto de penetrar en el corazón de Alemania, en 1241, se produjo la muerte de Ogadai, y los generales mongoles tuvieron que regresar a Karakorum para elegir a su nuevo Kan. Prusianos y sajones se apuntaron entonces el tanto de la expulsión de los terribles tártaros, pero lo cierto es que si no se hubiera producido la repentina muerte de Ogadai Kan, la Historia europea podría haber tomado otros derroteros bien distintos.


Los líderes tártaros y las diferentes facciones guerreras tardaron una década en ponerse de acuerdo, lo que significó una tregua para el resto de los aterrorizados habitantes de Europa y Asia. Finalmente, en 1251, fue elegido soberano Mangu Kan, nieto de Gengis, que retomó el proyecto de conquista mundial iniciado por el fundador de la dinastía. Afortunadamente para los europeos, Mangu se olvidó por el momento de occidente, centrando sus esfuerzos bélicos en China y en el mundo musulmán. Para combatir al Islam eligió a su hermano Hulagu. Rodeando el mar Caspio, las hordas de Hulagu cayeron primero sobre los ismailíes liderados por el Viejo de la Montaña, los míticos hashishin o fumadores de hachís, término del que deriva la palabra asesinos, y más tarde sobre Mesopotamia, acabando con el poderoso califato abasí de Bagdad. En 1258 Al-Mutasim, el último califa, fue estrangulado según unas versiones, o según otras, pateado hasta morir.


Ogadai encargó a su otro hermano, Kublai, la campaña de China. Kublai la completó con éxito, y cuando en 1259 sucedió a su hermano Ogadai, Kublai Kan se convirtió en el dueño del mayor territorio que jamás ha pertenecido a un solo hombre en toda la Historia. Nada menos que ventiocho millones de kilómetros cuadrados, desde el Pacífico hasta Europa central, constituyeron el vasto Imperio del monarca más poderoso del planeta. En toda su majestad tuvo oportunidad de conocerlo y tratarlo un joven comerciante e intrépido viajero veneciano llamado Marco Polo. Pero esa es ya otra historia. El profe Bigotini hojea de vez en cuando un viejo ejemplar del Libro de las Maravillas, y queda tan maravillado por la grandeza del Imperio mongol como por las fabulosas tierras y gentes que lo habitaron.

El amor eterno dura aproximadamente unos tres meses. Les Luthiers.



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