
Pero lo habitual entre los
microorganismos es la reproducción asexual. Cada bacteria duplica su ADN, y a
continuación se divide en dos bacterias exactamente iguales. Eso es todo. Con
ese método, lo que se gana en capacidad reproductora, se pierde en diversidad.
De hecho, salvo eventuales mutaciones o los citados intercambios de genes, las
estirpes bacterianas no son sino una interminable sucesión del mismo individuo.
El problema es que enfrentados a determinados cambios ambientales que resulten
adversos, todos esos miles o millones de individuos por completo idénticos
perecerán sin que ninguno de ellos posea la menor diferencia con el resto que
le confiera alguna ventaja para sobrevivir. Será el fin de toda una raza.
Algunos hacen remontar la aparición del
sexo a dos mil millones de años. Su principio es elemental: a partir del
momento en que una célula, al dividirse, origina dos, cabe imaginar el proceso
inverso, en que dos células al fusionarse producen una sola. En este
reencuentro primordial de dos células idénticas, acaso hay que ver un esfuerzo
para compensar una debilidad accidental, por ejemplo, una pérdida de sustancia
debida a una lesión. O quizá simplemente ha de pensarse en el resultado de un
choque, que al romper las membranas, origina una mezcla fortuita de los
contenidos celulares.
Pero antes de que surgiera la
sexualidad, había aparecido ya otro fenómeno: el de las mutaciones. Al ocurrir bruscamente
y de manera imprevisible por efecto de radiaciones o de otras causas, las
mutaciones modificaban el programa de las células, e introducían una variación
en la homogeneidad de las sucesivas generaciones siempre idénticas, producidas
por simple división celular. Cierto día, de la manera más natural, una célula
mutada se encontró con una célula inicial de su misma raza. El contacto se
estableció entre dos seres diferentes, pero de origen común. Había nacido el
sexo. Un encuentro entre dos entidades distintas, capaces de generar un nuevo
ser único y diferente de todos los existentes. Naturalmente era imprescindible
que las dos células fueran aun muy próximas. Es imposible cualquier acto sexual
efectivo entre dos células de razas diferentes, y por extensión, entre dos
seres vivos de diferentes especies. No pueden cruzarse un pato y una vaca.


Desde que se produjo esta afortunada revolución sexual, se
contradice el célebre dicho, y ya nadie se perpetua en sus hijos.
Por el contrario, algunos ancestros se encuentran con descendientes diferentes
a los que no se reconoce, a los que ya no se identifica como propios, pues
pertenecen a una especie distinta. Hijos que no son nuestros, a quienes no se
poseerá jamás, porque todo lo que procede de la sexualidad es fuente de
asimetrías, variaciones y diferencias. El sexo es sobre todo, biodiversidad. Algo necesario
para vivir un mundo habitable.
Conocí
a un tipo que encontró en el armario a tantos amantes de su mujer, que tuvo que
divorciarse sólo para tener donde colgar la ropa. Groucho Marx.
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