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miércoles, 31 de enero de 2018

DE CÓMO SEAN THORNTON SE DIO A LA BEBIDA. ARGUMENTO PARA UNA SECUELA JAMÁS FILMADA DE EL HOMBRE TRANQUILO*


*Adaptación libérrima de un relato de W.W. Jacobs.

¡Qué lástima de hombre! Aquel Sean Thornton admirable que conocimos como protagonista de El hombre tranquilo, ese clásico monumental, se convirtió en pocos años en un borracho inútil que avergonzaba (¡otra vez!) a su sufrida mujercita, la brava Mary Kate, antes Mary Kate Danaher, y ahora señora Thornton.
Sean, el legendario as de los cuadriláteros, se había propuesto retirarse en la verde campiña de su querida Irlanda natal. Se había propuesto no trabajar. Cierto que tenía unos ahorros bastante pingües, pero fue agotándolos a base de visitas al pub de Pat Cohan. Primero con su cuñado y compadre, el buenazo de Will Danaher. Más tarde, después del previsible fallecimiento del gigantón a causa de la cirrosis, comenzó volviendo solo al pub para ahogar sus penas, y continuó luego pegando la hebra con los muchachos del IRA o con su amigo, el pequeño Michaleen Flynn. Hasta alguna noche terminó entonando viejas baladas con el padre Lonegan, que aunque era un santo, no desdeñaba una buena pinta de cerveza de vez en cuando.

Llegó el día en que el gran Sean Thornton no tenía un chelín. Mary Kate había puesto sus ahorros (la famosa dote que por procedimiento tan divertido como extenuante, recibió de su difunto hermano) a buen recaudo. En todo aquel tiempo se las arregló para no tocar una sola moneda de su tesoro oculto. Engañaba a Thornton diciéndole que lo había gastado todo en llenar la despensa, pero lo cierto es que se las arregló pidiendo favores a los vecinos. Sean no terminaba de creerla, y periódicamente registraba sin éxito cajones y alacenas. Para pagarse las borracheras, empeñaba de tanto en tanto diversas alhajas, su reloj de plata, otro de pared que había comprado en Derry, y muchas otras baratijas. No pudo echar mano a los muebles de la señora Thornton, los que heredó de su madre y conservaba defendiéndolos con uñas y dientes. En fin, que lo que debió haber sido una interminable luna de miel se convirtió en un infierno conyugal. ¡Qué lástima de hombre!

No le fue mucho mejor a la viuda Tillane (¿os acordáis?). Se casó primero con el gigantón Danaher, y al poco tiempo la cirrosis la devolvió a su anterior estado de viuda. Eso no arredró a la viuda Danaher, y se casó por tercera vez con Michaleen Flynn, que aun era más borrachín que sus maridos anteriores. Pero a diferencia de Mrs. Thornton, Mrs. Flynn era rica. Tenía tierras y una fortuna en el banco, así que no la hubiera arruinado ni una legión de maridos.
Bien, precisamente nuestra pequeña historia comienza un día primaveral en que la señora Flynn, acompañada de su tambaleante esposo Michaleen, visitó a su amiga la señora Thornton. El hombre de la casa estaba ausente, como casi siempre. Mrs. Flynn se fijó inmediatamente en el hueco vacío que quedaba allí donde había estado el clavecín de Mary Kate. Bastó una mirada para que Mrs. Thornton bajara avergonzada la cabeza. La última hazaña de su marido había sido el empeño de aquel querido instrumento. Aquello ya era demasiado. Michaleen dio un respingo al ver el decidido gesto de determinación de su esposa. La conocía bien y sabía que aquello no presagiaba nada bueno. Tenemos que hacer algo, querida -dijo a Mary kate su amiga-, algo que asuste de verdad a ese hombre.

Trazar su plan sólo le llevó unos minutos. Las dos mujeres acordaron que el señor Flynn se quedara en la casa en calidad de nuevo dueño. Harían creer a Sean Thornton que sus deudas le habían hecho perder la casa, y que esta había sido comprada por la doble viuda, la señora Flynn. Michaleen protestó, pero no le sirvió de nada, nunca le servía con su autoritaria esposa. Mary Kate y su amiga salieron de la casa justo cuando vieron llegar a Sean. Mrs. Thornton llorosa, Mrs. Flynn con fingida altanería. ¿Estarás satisfecho, no? ¡Por tu culpa nos quedamos en la calle!, le espetó Mary Kate entre sollozos. El ex-campeón quedó un momento perplejo, y entró luego en la casa como un torbellino. Allí encontró a Michaleen Flynn cómodamente sentado en la mejor butaca. Como tenía la lección bien aprendida, al principio el hombrecillo se mostró altivo, pero en cuanto vio que Thornton se remangaba, comenzó a temblar como un junco. Lo confesó todo sin necesidad de violencia alguna.

Conque esas tenemos... Sean Thornton se acarició la barbilla pensativo, y exclamó: amigo Michaleen, vamos a dar una lección a esas mujeres. Su plan era sencillo. Les harían creer que el gran púgil había matado a Flynn de un puñetazo, y había ocultado su cadáver. Michaleen se marcharía a Innisfree y le esperaría en la posada de Cohan. Después, con la excusa de ocultar el crimen, Sean les sacaría el dinero a esas dos arpías, para reunirse con su amigo en la posada, donde se correrían la gran juerga durante unos días. Pusieron manos a la obra inmediatamente. Michaleen Flynn se marchó tal como habían acordado, y poco después llegó Mary Kate. ¡Dios mío! -gimió Thornton con desesperación-, ¡le he matado!, y le contó cómo se había deshecho del cuerpo del difunto. Mary Kate le escuchó con fingido espanto, pues casualmente al llegar, había visto salir a Flynn por la puerta trasera. Sonó la campanilla. Era la señora Flynn. Mary Kate en pocos segundos le susurró la verdad al oído. Tú déjamelo a mí, pareció decirle la “triple” viuda con un gesto, y se fue derecha hacia Thornton. Sean le suplicó clemencia. ¡Fue un accidente!, repetía. Y pidió dinero a las mujeres para huir de la justicia. Me ocultaré unos días en la posada de Cohan, y embarcaré a la menor oportunidad, les aseguró. Está bien -concedió la viuda Flynn-, quédate unos días en la posada y te haré llegar doscientas libras. Un beso apresurado a Mary Kate (¡qué diferencia con aquellos apasionados besos de la película!), y se puso en camino a Innisfree.


En la posada de Cohan corrió el whiskey como el agua. El hombretón, sentado frente a la chimenea, y el hombrecillo sentado en su regazo, entonaron una tras otra sus canciones favoritas, incluida aquella vieja tonada blasfema en la que San Patricio desplazaba a Jesucristo de la derecha del Padre, porque si éste convirtió una vez el agua en vino, el santo irlandés le superó convirtiendo el cereal en whiskey. Pasados unos días, inquietos por la tardanza del dinero prometido, ambos decidieron enviar un telegrama: “Barco dispuesto a zarpar, stop, urge dinero, stop, Thornton”. Al cabo de unas horas recibieron la siguiente respuesta: “Flynn vivo, stop, sólo un poco magullado, stop, se dirige a Innisfree dispuesto a perdonar, stop, MKT & SF”. Michaleen y Sean se miraron perplejos, y apenas tuvieron tiempo de nada más, porque se abrió la puerta de la habitación y entraron por ella sus queridas esposas. Les acompañaban el padre Lonegan y el reverendo Playfair, dignísimos representantes de las iglesias católica y anglicana. ¡Esta mujer es el mismo demonio! -exclamó Michaleen Flynn.

Una semana más tarde Thornton estaba trabajando (¡por fin!) como capataz en las fincas de la señora Flynn, la astuta doble y casi triple viuda. Por su parte, Michaleen Flynn entró al servicio del padre Lonegan como sacristán. Mary Kate Thornton recuperó su querido clavecín y los demás enseres desaparecidos. Sean Thornton recuperó su reloj de plata y su dignidad. Cuando regresó a su casa después de una fatigosa jornada de trabajo, le esperaba su mujercita con un sabroso guiso de cordero con patatas y una pinta de cerveza. ¡Esta mujer es el mismo demonio! -exclamó-, y ambos se besaron aun más apasionadamente que en la vieja película de Ford.


¡Nunca pensé que este hijo de puta supiera actuar! John Ford después de ver a John Wayne en “Río rojo” de Howard Hawks.



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