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domingo, 4 de junio de 2017

MARSELLA, LA PUERTA DE ÁFRICA


Desde su fundación por los focenses procedentes de Anatolia en el siglo VI a.C., la Masalia griega, la moderna Marsella y la Marsella eterna, ha sido y es el gran puerto mediterráneo, atalaya desde la que Europa mira al inmenso continente africano. Acompañado por sus inseparables chicas, el profe Bigotini visitó Marsella en un verano inolvidable, respiró la fragancia balsámica de su mistral, brisa marina inspiradora de poetas, y hasta sufrió los olores fuertes y a veces no del todo agradables, de sus abigarrados barrios. En Marsella el turista no puede dejar de visitar el imponente castillo de If. Situada en la isla del mismo nombre, que emerge en el centro de la bahía marsellesa, la histórica fortaleza del XVI sirvió de involuntaria morada a Edmundo Dantés, el inolvidable personaje de Dumas. En un barquito que parte del puerto viejo, los viajeros arriban a la isla y se deleitan visitando la imaginaria celda de Montecristo y la contigua del abate Farias. Una simpática excursión literaria.


Es obligado un tranquilo paseo por el puerto viejo, deteniéndose en los coloridos puestos de pescados y mariscos. Es posible allí escuchar un asombroso babel de diferentes lenguas. Casi la mitad de los novecientos mil habitantes de Marsella son de nacionalidad no francesa. Tras la guerra de Argelia, unos ciento cincuenta mil argelinos, los célebres pied noir, llegaron como refugiados. Existen también unas importantes colonias armenia, italiana, griega, judía (la mayor de Europa) y hasta española compuesta por miles de exiliados tras la Guerra Civil. Interesa perderse por las callejas que rodean el puerto. Por su inextricable dédalo arribará el turista a la basílica de La Garde, que desde los imponentes doscientos metros de su atalaya, preside y vigila la bocana de entrada a la vieja Marsella. Es recomendable para los visitantes fatigados utilizar el pintoresco trenecito que asciende hasta la cima de la colina. Debe también visitarse la catedral de Santa María la Mayor, una rareza románico-bizantina en pleno midí francés.


Y pasear. Sobre todo pasear. Una cervecita fría en alguna de las terrazas entoldadas del puerto, un thé a la mente en alguno de los cafetines morunos, o un pastis helado en cualquier rincón de la ciudad. El pastis es la bebida más típica de Marsella, y por extensión de toda Francia. Es asombrosa la variedad de sabores, colores y graduaciones de este fragante anisado, convertido en bandera y símbolo marsellés en el mundo entero. Conviene, eso si, saborearlo sin prisas, acomodarse bajo la fresca sombra de las palmeras del paseo marítimo, y acompañarlo de una gran jarra de agua helada. Hay entonces que vencer las inevitables ganas de siesta, y decidirse a buscar donde comer. Una decisión nada fácil por cierto. Dejando aparte las tentadoras ofertas étnicas, Marsella es la cuna de la fabulosa cocina provenzal. Muy recomendable el bacalao (moure) en cualquiera de sus infinitas preparaciones. Una brandada con su costra crujiente y sus tostadas con alioli está muy bien para empezar. Tampoco hay que desdeñar los humeantes buñuelos de pescado, frituras con abundante ajo y perejil, que tienen poco o nada que envidiar a nuestras andaluzas delicias de sartén. Entre las carnes triunfa el cordero, y entre los postres, un fabuloso pastel de higos que no puede dejar de probarse.


Luego está la Marsella secreta. El tarot marsellés, ese famoso tarot con los naipes de la muerte, el ahorcado... se extendió por toda la Europa medieval. Marsella ha sido de siempre escenario literario y real de conspiraciones y sociedades ocultas, que han inspirado historias desde Dumas hasta Umberto Eco. Hay una Marsella católica, y hasta ultracatólica (lefebrista). Según la tradición, los fundadores de la Iglesia marsellesa fueron María Magdalena y Lázaro de Betania. Al parecer la arrepentida y el resucitado viajaron desde Tierra Santa hasta la costa provenzal para difundir el Evangelio. Es a la vez Marsella uno de los principales centros musulmanes de nuestro continente. En el barrio argelino llaman los muhecines a la oración con idéntica algarabía que en Argel o en Marrakech. Hay también varias sinagogas en activo, y hasta un notable templo budista.
En fin, esta es Marsella, una de las ciudades más hermosas de Europa. Bigotini y sus encantadoras compañeras la recuerdan con nostalgia.


Hombre invisible busca mujer transparente para hacer lo nunca visto.



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