El
concepto de simbiosis como asociación biológica entre varios organismos
vivos, es ampliamente conocido. Cabría preguntarse por qué se han producido y
siguen produciéndose en la naturaleza las asociaciones simbióticas que
conocemos y no otras diferentes. Por qué entre las innumerables especies de
bacterias existentes en nuestro planeta, asociamos a nuestras digestiones en el
interior de nuestro intestino a determinadas estirpes bacterianas y no a otras,
es asunto que ha sido objeto de estudio por parte de biólogos y evolucionistas,
y que bien merece una reflexión. Siguiendo a Lynn Margulis y a Dorion Sagan en
su obra de divulgación Captando genomas (Ed.
Kairós, Barcelona, 2003), los socios simbióticos se integran a diferentes
niveles. El primero y el más superficial de ellos consiste en el
comportamiento. Para que cualquier asociación permanente pueda iniciarse, es
indispensable que ambos candidatos potenciales se encuentren en el mismo lugar
al mismo tiempo.
Algunas
asociaciones simbióticas estables están integradas únicamente al nivel del
comportamiento. No obstante, otras muchas alcanzan niveles de integración más
íntimos, yendo de lo conductual a lo metabólico. Frecuentemente, el producto
metabólico, el exudado o el residuo de uno de los miembros de la asociación se
convierte en alimento para el otro. Pero, ¿cómo y por qué mecanismos se inicia
esa relación? Wallin desarrolló la teoría de la prototaxis para responder
a la pregunta de cómo estas simbiosis íntimamente integradas pudieron llegar a
iniciarse. Se percató de que todos los organismos son producto de su historia
altamente específica. La prototaxis,
según Wallin, precede a la simbiosis en cualquier asociación de varios tipos de
vida. El término prototaxis define la
tendencia innata de una clase de célula u organismo a responder de un modo
específico a otra clase de organismo.
Los
ejemplos incluyen la tendencia del ratón a huir del gato, del tiburón a
tragarse el pez, del conejo a comer lechuga o de la mosca a poner sus huevos en
el tejido muscular sanguinolento de una pieza de caza recién abatida. Como
puede verse por estos ejemplos, la prototaxis
puede ser tanto positiva como negativa, tanto asociativa como disociativa. Lo
sabemos por experiencia propia. Instintivamente huimos del enjambre de abejas o
nadamos hacia el macizo de lirios acuáticos. La prototaxis está en el inicio de cualquier caso de simbiogénesis.
La
fotosíntesis, el fenómeno químico natural que transforma la luz solar y el
dióxido de carbono del aire en energía y alimento, es enteramente bacteriana.
Todos los organismos fotosintéticos, ya sean bacterias o descendientes de
bacterias, extraen compuestos orgánicos a partir del botín de luz cosechada. El
comportamiento prototáctico de
numerosas formas de vida no fotosintéticas hacia los fotosintetizadores resulta
fácilmente comprensible. La motilidad, ya sea nadando, gateando, resbalando o
arrastrándose, sirve para garantizar que los seres hambrientos, incapaces de
realizar por sí mismos la fotosíntesis, accedan a las zonas bien soleadas
imperativas para los organismos fotosintetizadores.
La
tendencia prototáctica de los heterótrofos a absorber los productos de la
fotosíntesis, o bien a ingerir a los propios organismos fotosintetizadores, ha
conducido a la explosión de prósperas comunidades de comedores en las zonas
soleadas de las superficies de agua dulce y salada. Los organismos
secundariamente fotosintéticos (aquellos que adquirieron la fotosíntesis por
haber ingerido bacterias adecuadas sin lograr sin embargo digerirlas) incluyen
a la totalidad de los eucariotas fotosintéticos. Ningún alga o planta
evolucionó nunca la fotosíntesis por sí sola. Todas comparten algún antepasado
reciente o remoto, que ingirió pero que no digirió algún fotosintetizador
bacteriano verde, rojo o verdeazulado. En este caso, la prototaxis es la tendencia hacia el hambre por parte del comedor y
hacia la resistencia a la digestión por la del comido. El hambre y la
resistencia a ser digerido han conducido una y otra vez, a organismos
fotosintéticos pigmentados permanentes: algas, líquenes, plantas, lombrices
verdes, corales marrones, hidras verdes y bivalvos gigantes cuyas inmensas
cáscaras permanecen abiertas para enfocar la luz hacia los cloroplastos de sus
algas simbióticas, constituyen tan sólo unos pocos de los muchos ejemplos de
los que depende nuestra vida.
Las
prototaxis, estas tendencias
orgánicas, pueden constituir las versiones iniciales de esa clase de propósito
que, en nuestro propio caso, denominamos elección
consciente. Sin embargo, todos los seres tienen una relación con el tiempo
más compleja que la simple duración: están orientados por sus acciones
asociativas o disociativas, hacia las consecuencias futuras.
Yo no soy vegetariano, pero me gusta comer animales que sí lo son.
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