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sábado, 28 de septiembre de 2024

ANTONIO ENRÍQUEZ GÓMEZ. CRIPTOJUDAÍSMO Y POESÍA

 


Antonio Enríquez Gómez, un conquense nacido en 1601, poeta y dramaturgo, es uno de nuestros autores del Siglo de Oro hoy más desconocidos. El olvido en que cayeron su persona y su obra no se debe a falta alguna de calidad literaria, pues méritos reúne suficientes como para figurar con letras de molde en la historia de la literatura. Enríquez ha sido relegado durante siglos por su condición de judeoconverso, y si hemos de creer a quienes le juzgaron y condenaron, también por sus ocultas prácticas de criptojudaísmo, terrible delito que se persiguió de forma inmisericorde en la España contrarreformista en que le tocó vivir y morir.

Su madre, Isabel Gómez, era cristiana vieja de una familia sin tacha procedente de Córdoba. Sin embargo, su padre, Diego Enríquez Villanueva, como delata su apellido, era un converso de Quintanar de la Orden, que se aferraba como tantos otros conversos de su tiempo, a las viejas prácticas del judaísmo. Lo que en términos no sólo coloquiales, sino empleados con profusión por las autoridades civiles y eclesiásticas, se conocía como un marrano.


Fue esa etiqueta infamante de marranismo la que persiguió al joven Antonio ya desde su primera edad. Su abuelo, Francisco de Mora Molina, fue ejecutado y quemado en Cuenca, su abuela, Leonor Enríquez, sufrió prisión, y hasta su propio padre fue condenado en 1624 y despojado de sus bienes y hacienda. Antonio no pudo heredar de él más que el oficio, que consistió en comerciar con lanas y paños entre Castilla y Francia. Atendió a su negocio desde Sevilla, ciudad en que residía su tío Antonio Enríquez de Mora, pero durante poco tiempo, pues tuvo su tío que huir a Burdeos al ser acusado de criptojudaísmo. Procurando poner también tierra de por medio, nuestro comerciante poeta se trasladó a Burgos, donde se casó con Isabel Alonso Basurto, joven perteneciente a una familia intachable de cristianos viejos. Parece que su casamiento contribuyó en alguna medida a alejar de él sospechas y pesquisas. Fue esta la etapa más tranquila de la vida del autor, al menos desde el punto de vista judicial. Su comercio le llevó después a Madrid, donde frecuentó los círculos literarios y entabló amistad con Lope de Vega.


Se estrenaron entonces algunas de sus comedias en los corrales más frecuentados de la corte, destacando entre ellas El cardenal de Albornoz y otras dos dedicadas a las Aventuras de Fernán Méndez Pinto, explorador portugués que fue uno de los pioneros de los viajes a la China. Dio a la imprenta El Siglo pitágórico, una ficción lucianesca inspirada en El asno de oro del escritor latino, en la que se vertían opiniones no muy favorables al entonces todopoderoso conde duque de Olivares. Acaso por influencia del valido, o acaso por el prendimiento de algunos socios suyos castellanos y portugueses, acusados de criptojudaísmo, Antonio Enríquez se vio forzado a huir de España, pasando a Francia en 1636 por la que entonces se conocía como senda del marrano. Residiendo con su tío en Burdeos, publicó varias obras de poesía. Tuvo en esos años tratos comerciales y literarios con la judería de Amsterdam, donde el teatro español era muy popular por la gran cantidad de sefardíes residentes en Flandes.


Se estableció luego en Ruan asociándose con su primo Francisco Luis Enríquez. El negocio familiar marchó viento en popa, y establecieron oficinas en Livorno, Amsterdam, Hamburgo, Recife y otras ciudades americanas. Al mismo tiempo, ambos primos se dedicaron al lucrativo negocio del contrabando entre Francia y España, naciones que entonces estaban en guerra. Francisco Luis se embarcó para el Perú al objeto de atender sus sucursales americanas, mientras que Antonio volvió a España, estableciéndose en Sevilla bajo la falsa identidad de Fernando de Zárate y Castronovo. Allí tuvo una amante granadina, María Felipa de Hoces, y estrenó varias comedias de éxito bajo su nombre fingido. Como la Inquisición no había podido echarle mano, Antonio Enríquez fue quemado en efigie al menos en dos ocasiones, Toledo (1651) y Sevilla (1660). Es muy probable que asistiera como espectador a su propia quema simbólica sevillana.


Al fin, en 1661, el Santo Oficio que le había perseguido durante décadas, dio con él, y él dio con sus huesos en la cárcel, donde falleció en 1663. Cayó también su primo en Lima y muchos de sus socios y colaboradores en España, Portugal y América. Seguramente el tamaño y la complejidad que habían alcanzado sus negocios, contribuyó a hacer vulnerable a la organización. Algún biógrafo atribuye a Enríquez aun una tercera identidad, la del dramaturgo Francisco de Villegas, sospecha que se infiere de la lectura de sus comedias sin que existan otras pruebas que lo avalen.

En cuanto a su obra, cabe destacar la poesía lírica. Sonetos al gusto de su época que fueron alabados por todos sus coetáneos. En dramaturgia, Enríquez puede adscribirse a la escuela de Calderón. Con su nombre verdadero firmó veintidós obras, y como Fernando de Zárate no menos de treinta, muchas de ellas versiones de comedias más antiguas. Destaca entre estas su Loa sacramental de los siete planetas, un auto religioso estrenado en Sevilla en 1659, que podría pasar por obra de Calderón, si no llevara la firma fingida de Zárate. En novela, además de El Siglo pitagórico ya mencionada, destaca sobre todas La vida de don Gregorio Guadaña, una pieza digna de figurar entre lo mejor de la novela picaresca, que se editó en Ruan en 1644. Figuran también entre sus escritos, tratados políticos y una pléyade de obras clandestinas que se le atribuyen atendiendo al estilo y la temática de defensa del judaísmo. De nuestra biblioteca Bigotini, extraemos sus Sonetos. Haced clic en el enlace y disfrutad la lírica que impregna sus versos. 

https://www.dropbox.com/home/Profesor%20Bigotini?preview=Sonetos+de+Enriquez.pdf

Vivo sin libertad, y no es posible

que pueda ser verdad mi sentimiento,

vivir y no sentir es argumento

que conceder se debe a lo insensible.


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