Hablar durante el siglo XIII de monarquías parlamentarias, constituye además de un error histórico de bulto, una verdadera patraña. Quede la expresión limitada en todo caso, al ámbito británico, cuyos cronistas pretenden a menudo hundir las raíces de su parlamentarismo en épocas remotas. Lo cierto es que el resto de casas reales de occidente, siguieron en ese tiempo el modelo franco carolingio, profundamente absolutista. Los monarcas, acogiéndose a un autoproclamado derecho divino que avalaban las autoridades eclesiásticas con el papado a la cabeza, eran dueños absolutos de territorios y súbditos, como lo prueban las numerosas veces en que, inexistente aun el concepto de Nación, dividían al morir sus tierras y reinos entre varios de sus hijos, siguiendo en eso los usos heredados de los godos. Los reinos cristianos peninsulares no fueron en este sentido, una excepción, si bien conviene en esto introducir algún matiz.
Los reinos occidentales, con Castilla de forma destacada, se atuvieron por regla general al modelo absolutista puro, por así decirlo. En cambio, la Corona de Aragón, condicionada acaso por una mayor dependencia de sus reyes de los apoyos de nobleza, clero y municipios, se caracterizó por una mayor participación en las decisiones del poder de los diferentes estamentos, que se ha calificado por algunos historiadores de pactismo.
En la Corona aragonesa el rey era jefe del ejército, juez y legislador supremo. Ahora bien, debía atenerse a una serie de normas morales y respeto a las costumbres de la tierra, los usos o los usatges en los diferentes territorios. Se estableció la norma de acceder a la corona por línea hereditaria masculina. El rey poseía tierras privativas, la llamada honor regalis, pero también podía conceder a sus vasallos, y a menudo lo hacía, diferentes dominios u honores. Siempre o casi siempre, favoreciendo a un selecto grupo de poderosos nobles, a quienes, al final del siglo XIII, se concedió el Privilegio General, expresión esta que, a pesar de su nombre, no fue para nada general, sino más bien particular.
Los colaboradores más directos del monarca formaban la Curia Regia, que derivó al final de la centuria en el Consejo Real, integrado por los grandes oficiales de la corte. Los procuradores reales eran delegados del rey en Aragón y en Cataluña, cargos que en Mallorca y Valencia se denominaron gerenti vices.
El territorio del reino de Aragón se dividía en merindades, siguiendo los usos castellanos y navarros. Al frente de ellas había un merino. En Cataluña tales divisiones se llamaban veguerías, y estaban regidas por un veguer. Ambas instituciones eran jurídica y administrativamente similares. Merinos y vegueres tenían atribuciones políticas, jurídicas y militares. En el ámbito local, el órgano de gobierno era el municipio. Así, en Zaragoza se constituyó un Cabildo de jurados, en número variable, habitualmente uno por cada parroquia, presididos por el jurado en cap y el zalmedina, cargo equiparable al de alcalde, que formalmente nombraba el rey, aunque siempre aceptando al candidato propuesto por el Cabildo. En las ciudades catalanas, los jurats formaban un Concell. Barcelona en tiempos de Jaime I, contaba con el famoso Concell de Cent, compuesto por cien prohombres o jurats.
También el siglo XIII vio nacer la institución de las Cortes. Las del reino de Aragón, a diferencia de las de Cataluña o Valencia, estaban compuestas por cuatro brazos, dos de ellos integrados por la alta nobleza, y otros dos por las clases populares, un tímido antecedente de bicameralismo. Se reunieron Cortes en Barcelona, Zaragoza y Valencia, y en circunstancias especiales, podían reunirse cortes conjuntas de toda la Corona, como en el célebre caso de Caspe.
Fue en la XIIIª centuria cuando comenzaron a establecerse en la Corona de Aragón las órdenes mendicantes. A los castillos de las órdenes militares, se añadieron por doquier conventos y monasterios. El primer convento franciscano se estableció en Lérida en 1217. Al ilerdense siguieron los de Zaragoza, Barcelona y Palma de Mallorca. Los dominicos más antiguos se establecieron en Barcelona y Zaragoza, nacidos según la tradición de sendas visitas de Domingo de Guzmán, su fundador. En 1218 se constituyó en Barcelona la orden de la Merced, destinada a gozar de gran arraigo en la ciudad. También nació por entonces, en 1219, la orden militar de Montesa, una invención destinada a heredar los bienes que poseía en Valencia la abolida orden del Temple, en época en la que las órdenes militares habían ya pasado de moda.
El latín era la lengua de la Iglesia, y la utilizada universalmente en toda clase de documentos oficiales. No obstante, las lenguas romances se iban abriendo paso en la Corona de Aragón, lo mismo que en el resto de naciones europeas. El catalán en sus distintas variantes, se hablaba en Cataluña, y mayoritariamente en Valencia y Baleares, como consecuencia del origen de la mayor parte de las gentes que repoblaron los nuevos reinos conquistados. En los territorios nororientales actualmente franceses, el occitano y el provenzal. En el Aragón pirenaico se hablaba el aragonés, y en el Aragón nororiental, una forma dialectal afín al catalán. En el resto del reino de Aragón al sur de la ciudad de Huesca, contra lo que alguna vez se ha pretendido sin fundamento, siempre se habló castellano. Tanto las tierras prepirenaicas de las Cinco Villas como la llanura oscense y las comarcas zaragozanas y turolenses, fueron repobladas por gentes navarras, riojanas y del oriente castellano, siendo su lengua la de Berceo desde el primer momento.
Figura cultural destacada en este periodo fue la del franciscano Raimundo Lulio, el doctor iluminado, todo un sabio que podría calificarse de renacentista si no hubiera vivido muchas décadas antes del Renacimiento. La ingente obra de este mallorquín universal fue escrita en latín, en catalán y hasta en árabe. Otro nombre insigne del siglo XIII fue el del valenciano Arnau de Vilanova, médico, profeta y visionario excelso que fijó el fin del mundo en 1368. El hombre tuvo la habilidad de fijar una fecha en la que estaba seguro de no contarse entre los vivos. Una lástima. Nuestro profe Bigotini, que desconoce cábalas, horóscopos y mancias diversas, no se atreve a aventurar una fecha apocalíptica ni siquiera aproximada. Si le insistimos mucho, sólo sabe decir que mientras queden cervezas, habrá esperanza para el mundo.
El verdadero deporte de caballeros es la petanca. Cuando un jugador cae al suelo, no está fingiendo, es que sufre un infarto.
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