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martes, 2 de abril de 2024

LOS REINOS DE TAIFAS, LOS ALMORÁVIDES Y EL DECLIVE DE AL-ANDALUS

 


Desaparecido el dominio político que ejerció el Califato Omeya de Córdoba, al-Andalus se fragmentó en un mosaico de pequeños reinos o taifas, un término que puede traducirse por banderías. Al frente de cada taifa había en unos casos familias de ilustre estirpe árabe, pero en otros sus dirigentes fueron beréberes, eslavones e incluso muladíes. Las más importantes taifas fueron las de Sevilla y Granada dominadas respectivamente por los Abasíes, de origen sirio, y los Ziríes. También florecieron los reinos de Zaragoza, con la poderosa familia de los Banu Hud; de Toledo, gobernado por los Banu Zennum; y de Badajoz, en manos de los Aftasíes. La existencia de los taifas fue, en términos históricos, relativamente breve, pues la mayoría de ellos duraron poco más de medio siglo, durante la undécima centuria.



En el plano artístico y cultural, el notable mecenazgo de sus gobernantes hizo posible el florecimiento de la literatura y el arte andalusí. Por ejemplo, sólo en Zaragoza, la Medina Albaida o ciudad blanca reflejada en el cristal del Ebro, se construyó la maravilla del palacio de la Aljafería, o el poeta Ibn Hazm escribió El collar de la paloma, un verdadero monumento al amor que tuvo enorme influencia tanto en el mundo musulmán como en la Europa cristiana. El brillo que en la etapa anterior exhibió Córdoba, en el tiempo de los taifas se repartió entre los diferentes reinos. Sin embargo, desde el punto de vista político y militar, la división debilitó considerablemente a los taifas, que en su mayoría se convirtieron en tributarios de los reinos cristianos del norte peninsular. Los ejércitos de los taifas estaban integrados por esclavos y mercenarios en su mayoría. Es conocido el caso de Zaragoza, que contrató los servicios de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, un señor de la guerra de la época, que unas veces se ofrecía al mejor postor, y otras atendía a sus propios intereses llegando a apoderarse de Valencia y defendiéndola más tarde de los almorávides.


Precisamente los almorávides protagonizaron desde finales del siglo XI, la historia de al-Andalus. Los almorávides construyeron un imperio en el África noroccidental. Irrumpieron en la Península a través de Algeciras, al principio convocados por los reyes taifas de Granada, Sevilla y Badajoz, para sacudirse la presión cada vez más agobiante de los cristianos norteños. El término almorávides puede traducirse por los hombres del ribat. Eran beréberes adheridos a los principios más puros del Islam, unos integristas religiosos que difundieron el ideal de la guerra santa. El centro de su Imperio se ubicaba en Marraquech. Eran gentes frugales dedicadas a la ganadería que al cruzar el Estrecho, debieron encontrarse con un vergel deslumbrante. Tras varias incursiones, en 1090 se asentaron definitivamente en suelo andalusí, conquistando sucesivamente los reinos de Sevilla y Badajoz, y extendiendo luego su dominio al resto de los taifas, con lo que al-Andalus volvió a estar unificado. No pudieron hacerse con Toledo que había sido ya conquistado por el castellano Alfonso VI, aunque consiguieron importantes victorias en Consuegra o en Uclés. Valencia se les resistió en diversas ocasiones, primero con el Cid, y poco después con Jimena, su viuda. No obstante, Valencia terminó cayendo en poder de los almorávides en 1102.


El de los nuevos señores magrebíes sería un dominio ciertamente efímero. Su feroz integrismo religioso no encontró seguidores entre los musulmanes andalusíes, hechos desde hacía muchas décadas a costumbres y prácticas muy diferentes. Por otra parte, la presión cada vez más intensa ejercida por los reinos cristianos alcanzó en la duodécima centuria y las siguientes su fuerza más notable, inspirada en parte por las Cruzadas que se proclamaban contra el moro a lo largo y ancho de la cristiandad, y alentada por muchos de los pobladores de al-Andalus, no sólo mozárabes y judíos, que sufrían con mayor rigor la intolerancia de sus nuevos amos almorávides, sino incluso de muchos muladíes y hasta árabes, descontentos con aquellos gobernantes. Durante los siglos XII y XIII se sucedieron los avances cristianos sobre un al-Andalus musulmán cada vez más debilitado y empobrecido. La imparable decadencia andalusí estaba ya servida. Sólo la Granada Nazarí resistió hasta el final del siglo XV y de lo que conocemos como Edad Media. Testimonio orgulloso de lo que durante siglos fue aquel floreciente al-Andalus de la media luna.

Por un pequeño agujero se hunden los navíos más grandes.


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