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miércoles, 21 de febrero de 2024

AL-ANDALUS: ECONOMÍA Y SOCIEDAD

 


Siguiendo a Maxime Rodinson, diremos que tanto el Corán como la tradición islámica ven con buenos ojos la búsqueda de la ganancia, así que el comercio, la actividad mercantil y en general, la economía, fueron actividades florecientes en el al-Andalus peninsular. La actividad comercial andalusí estaba principalmente enfocada hacia el resto de países islámicos, norteafricanos y orientales. El comercio marítimo se dirigió mayoritariamente al Mediterráneo, ignorando casi por completo el Atlántico. Con los núcleos cantábricos de resistencia y los incipientes reinos cristianos del norte, apenas hubo más relación que las ocasionales incursiones armadas. Y a diferencia de lo que sucedía en esos territorios agrestes y poco poblados, la economía del Islam peninsular gozó de gran dinamismo.


La principal actividad económica fue con diferencia la agricultura. Adquirieron singular importancia los regadíos que se establecieron en los valles fluviales más fértiles, como los del Ebro y el Guadalquivir. Sólo en este último, se estima que en el siglo X llegó a haber unas 5000 norias. Los cereales resultaron también una importante fuente de riqueza, recogiéndose de algunos varias cosechas al año. Tuvieron asimismo importancia los cultivos del olivo, los naranjos, los almendros, la caña de azúcar, el algodón, el lino, el azafrán, la berenjena o la palmera datilera, entre otros. Los musulmanes andalusíes cultivaron también la vid, y el vino, a pesar de la prohibición coránica, se consumió extensamente con la excusa de su empleo medicinal. Se calcula que alrededor del 70% de la población se dedicaba a labores agrícolas. En ganadería destacaron la ovina y la caprina, sin olvidar la importancia de los caballos, imprescindibles para la guerra, y de los asnos y mulas necesarios en tareas de acarreo y de labranza. Los cerdos, por motivos obvios, sufrieron un gran retroceso con relación al periodo anterior.


Tampoco era despreciable la actividad industrial y mercantil en las ciudades. Se estableció en al-Andalus la industria de la seda, que en algún momento pudo competir con la que se importaba de oriente. Floreció en Córdoba la industria textil, haciéndose famosos sus tejidos y brocados. En Zaragoza se estableció una importante industria del lino, en Játiva se fabricaba papel, y en Málaga y Toledo se manufacturaban toda clase de objetos suntuarios, joyas y armas. En general las ciudades andalusíes prosperaron de forma notable, creándose en muchas de ellas zocos de intrincadas callejas dedicados al comercio. Córdoba, la monumental capital del califato Omeya, a la que se llamó ornamento del mundo, destacó de manera especial. En su época de máximo esplendor durante el siglo X, llegó a contar con más de 100.000 habitantes, lo que la convirtió en el mayor núcleo urbano de la Europa de su tiempo. Surgieron también nuevas ciudades como Almería, Calatayud o Madrid. Las monedas acuñadas en al-Andalus, el dinar de oro y el dírhem de plata, se convirtieron en divisas de referencia en el conjunto de la cuenca mediterránea.


La mayoría de la población era musulmana. Sobresalían en ella por su número los muladíes (75%), descendientes de hispanovisigodos que abrazaron el Islam. Los árabes, aunque minoritarios, constituían la clase dirigente, detentando los principales cargos políticos, militares y religiosos. Los beréberes que en sucesivas oleadas, se habían incorporado como fuerza de combate, se arabizaron notablemente, aunque en general ocuparon posiciones inferiores con relación a la elitista casta de los árabes. Beréberes y muladíes estaban invitados más que obligados, a pagar el zacat, un diezmo que se entregaba en calidad de limosna. Sin embargo, la población no musulmana, mozárabes (cristianos) y judíos, sufrían una presión fiscal mucho más dura, debiendo abonar un tributo personal o yizya, y otro territorial, el jarach, que podía representar en algún caso más de la mitad de los ingresos.



Ambos grupos, mozárabes y judíos, formaban la amma, o clase tributaria, en contraposición a la jassa integrada por los linajes árabes dominantes. Esa presión fiscal, unida a otros agravios y discriminaciones, empujó a muchos mozárabes y no pocos judíos a emigrar hacia el norte, estableciéndose muchos en las dos márgenes del Duero, cuyo valle se consideraba tierra de nadie. En las décadas que siguieron a la decadencia del poder andalusí, constituyeron una quinta columna que contribuyó a repoblar las tierras que los cristianos del norte fueron ganando.

El último sector de la población andalusí lo formaban los esclavos, gentes de origen muy diverso, desde prisioneros procedentes de los ejércitos cristianos o de las acciones piráticas del Mediterráneo, hasta negros africanos o esclavos de la Europa oriental, eslavos, de donde deriva el vocablo esclavo.

Probablemente sólo hay dos cosas que no tienen final: el universo y el impuesto sobre la renta. Albert Einstein.


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