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jueves, 1 de febrero de 2024

DE ABDERRAMÁN A ALMANZOR. EL APOGEO DE AL-ANDALUS


 

En 929, Abderramán III se proclamó Príncipe de los Creyentes, desvinculándose del califato abasí de Bagdad, y estableciendo en al-Andalus un califato omeya independiente con capital en Córdoba. Dio comienzo así el periodo de mayor esplendor del Islam peninsular. Abderramán lanzó aceifas, expediciones guerreras contra los incipientes reinos cristianos del norte, estableciendo una frontera segura en la línea del Duero. Derrotó también a los fatimíes del norte de África, y sometió a la obediencia a las distintas marcas islámicas, particularmente las de Toledo y Zaragoza que en el periodo anterior se habían mostrado disidentes ante la autoridad cordobesa. La gran mezquita de Córdoba, obra sin parangón en el mundo islámico, y en el momento de su construcción, también sin parangón en Occidente, fue el legado arquitectónico de Abderramán a la posteridad. Córdoba se convirtió en la capital cultural del mundo, donde acudían filósofos, poetas, y sabios de toda índole. Hasta allí viajó el rey leonés Sancho I para tratarse de su obesidad. En las cercanías de Córdoba, Abderramán levantó la ciudad-palacio de Medina Azahara, donde se solazó con más de un millar de concubinas.



En 961 le sucedió en el califato su hijo al-Hakam II, que durante su breve reinado consiguió reunir una biblioteca formada por cerca de 400.000 volúmenes. Fue un periodo de paz en el que incluso los fatimíes abandonaron el Magreb para establecer su reino en Egipto, lo que permitió a los omeyas andalusíes dominar amplios territorios norteafricanos.

A al-Hakam II sucedió en 976 Hisham II que entonces era todavía un niño. El poder efectivo correspondió a su joven tutor, que se había iniciado en la corte califal ejerciendo el modesto oficio de copista. Era el tutor hombre de gran ambición y singular talento que en 978, sólo dos años después de la entronización de su pupilo, pasó a ser nombrado hachib, título andalusí equivalente al de gran visir en oriente, lo que hoy llamaríamos un primer ministro. Su nombre original era Ibn Abi Amir, de donde deriva la denominación de gobierno de los amiríes que se dio a aquel periodo histórico. En 981, Ibn Abi Amir recibió con toda solemnidad el sobrenombre de al-Mansur bi-llah, el victorioso por Allah, que en la lengua romance de los cristianos del norte se castellanizó como Almanzor.


Almanzor, apoyándose en los beréberes y en las clases populares constituidas mayoritariamente por muladíes y mozárabes, estableció un gobierno populista de marcado carácter militarista, toda una dictadura militar como diríamos modernamente. Fue sobre todo un gran estratega, un general que al mando de un poderoso ejército, emprendió varias campañas guerreras contra los cristianos del norte peninsular. Sus tropas saquearon Barcelona en 985, destruyeron los monasterios de Sahagún y Eslonza en 988, en 997 tomaron Santiago de Compostela llevándose las campanas de su catedral como botín de guerra, y en 1002 arrasaron San Millán de la Cogolla.

Sólo unas semanas más tarde falleció Almanzor, y siete años después, en 1009, falleció también su hijo y sucesor en el cargo, Abd al-Malik. Concluyó así el régimen amirí, lo que significaría el principio del fin del apogeo de al-Andalus. En su interior, pronto surgirían disputas religiosas y territoriales que a la postre desembocarían en la división del país y la creación de los reinos de Taifas. A la vez, en el norte, la política agresiva de Almanzor hizo comprender a los cristianos que la vieja convivencia más o menos pacífica de los tiempos de Abderramán ya no sería nunca posible. Leoneses, castellanos, navarros y aragoneses se irían convenciendo paulatinamente de que una guerra santa sólo se combate con otra guerra santa, con una cruzada a imitación de las que muchos reinos europeos, azuzados por visionarios y aventureros de todo tipo, emprendían ya hacia Oriente, hacia Tierra Santa.


Cabe imaginar que si el victorioso Almanzor hubiera vivido quince o veinte años más, probablemente habría terminado con los reinos cristianos, y establecido el dominio musulmán sobre la totalidad del territorio peninsular. Pero todas estas elucubraciones, como ya hemos dicho otras veces, no conducen a nada de provecho. Nuestro viejo profe Bigotini no es partidario de cruzadas. Todo lo más, añora el cruzado mágico de Playtex, una interesantísima prenda interior que aun en tiempos en que no se pensaba en la ecología, resultaba francamente sostenible.

-Desde que pasé el covid, he perdido el gusto.

-Claro, no hay más que ver cómo vas vestido, ¡mamarracho!


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