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miércoles, 8 de noviembre de 2023

CRÓNICA DE SUCESOS EN LA HISPANIA ROMANA

 


La romanización de la península ibérica resultó intensa y duradera, prolongándose desde las Guerras Púnicas, siglo y medio antes de nuestra era, hasta el siglo V con la llegada y asentamiento de los visigodos, y aún algo más en determinadas zonas. Cualquier testimonio escrito de aquel periodo resulta por su rareza un auténtico tesoro. Tanto las escasas fuentes escritas de historiadores y cronistas de la época, como las inscripciones halladas en tumbas, monumentos y todo tipo de soportes, nos ayudan a hacernos idea, siquiera sea aproximada, de cómo vivían las gentes de la Hispania romana, a qué se dedicaban, cómo se alimentaban y cuáles eran las bases de su economía.

La mayor parte de las inscripciones halladas hasta el presente se refieren a transacciones comerciales, pactos entre ciudades y gentilidades, tareas agrícolas, ofrendas religiosas a los dioses o loas a difuntos ilustres, pero nos dicen muy poco acerca de las relaciones interpersonales de aquellas gentes, sus amores y sus pasiones.


Por eso resulta asombroso e impagable el testimonio recogido en una tégula fechada en el siglo III que se halló en Villafranca de los Barros (Badajoz), que se conserva en el Museo Arqueológico Nacional, y fue transcrita hace unas décadas por el profesor Mallon. Se trata del fragmento de una epístola que relata un suceso delictivo, un crimen perpetrado en una explotación agrícola, el pagus o finca latifundista asociada a una villa romana de la Lusitania.

Los protagonistas de la historia son en su mayoría esclavos. Nadie pierda de vista que la sociedad romana era profundamente esclavista, pilar en el que se sustentaba su economía. El amo tenía perfecto derecho a castigar e incluso matar a sus esclavos u ordenar su muerte cuando lo juzgaba conveniente. Si un ciudadano o un hombre libre lisiaba o asesinaba al esclavo de otro, incurría simplemente en un delito contra la propiedad, similar al que comete actualmente quien daña una vaca del vecino o le abolla el automóvil.


Asumida esta premisa, el relato de la tégula nos cuenta cómo una esclava llamada Máxima, nombre que muy probablemente indica que Máximo era el nombre de su dueño, enamorada hasta las trancas de otro joven esclavo cuyo nombre no se cita, descubre que su amado ha dejado embarazada a otra joven esclava, su rival. Muerta de celos y cegada por el deseo de venganza, Máxima recurre al administrador de la finca, que por lo que conocemos acerca de la gestión de este tipo de explotaciones agrícolas, probablemente también sería esclavo. Resulta que el administrador ardía en deseos de llevarse al lecho a Máxima, en fin, lo que es la concupiscencia que ha hecho estragos en cualquier época. Bien. Como el administrador no puede permitirse eliminar por su propia mano a la joven embarazada, le encarga la faena a un capataz, un tal Nigranio, también esclavo, por supuesto, con la advertencia de aroma mafioso, de que parezca un accidente. Así que el capataz encomienda a la pobre muchacha un trabajo difícil y peligroso cuya naturaleza concreta no llega a mencionarse en la inscripción.


La víctima fallece, y con ella la criatura que lleva dentro, de manera que se trata de un doble crimen disfrazado de accidente laboral. La inscripción curiosamente exculpa al capataz Nigranio, porque ignoraba el estado de la víctima, y al parecer, el trabajo que le encomendó resultaba perfectamente admisible para cualquier joven sana que no esperara un hijo. Es de suponer que tanto la perversa Máxima como el rijoso administrador debieron recibir su castigo, pero este extremo no queda recogido en la parte que se conserva del documento paleográfico. Sí alcanza la inscripción a referir que fue sometido a tortura el padre de Máxima, sujeto al que se califica de dormilón (quare somniciosus est), por no haber puesto bastante celo en la vigilancia de su hija.

Estamos pues ante lo que probablemente cabe etiquetar como el primer ejemplo de la crónica negra hispánica, un turbio asunto de venganza por celos (chercher la femme, que dicen los franceses) que haría las delicias de Dashiell Hammett, Agatha Christie o cualquiera de los especialistas del género.

Pero, compréndelo, si se pierde un hijo, siempre es posible tener otro; en cambio, sólo existe un halcón maltés. Dashiell Hammett. El halcón maltés.


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