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jueves, 29 de junio de 2023

RADARES, MURCIÉLAGOS Y MULTAS DE TRÁFICO

 


El radar, es un término que corresponde a las siglas en inglés Radio Detection And Ranging, es decir, detección y medición mediante ondas de radio. Se entiende que lo que se detecta y se mide es la posición y la velocidad de un objeto. Nos resulta familiar por haberlo visto a menudo en las películas bélicas, sobre todo en las que se desarrollan durante la Segunda Guerra Mundial, en la que los radares se emplearon con gran eficacia. En la batalla de Inglaterra resultaron decisivos para la defensa antiaérea.

El primer antecedente de la tecnología radar lo encontramos ya a principios del siglo XX (1904), cuando el científico alemán Hülsmeyer desarrolló un sistema anticolisión destinado a detectar en el mar la presencia de otra embarcación durante la noche o en condiciones meteorológicas adversas como niebla espesa. El dispositivo era capaz de cubrir distancias que oscilaban entre tres y cinco kilómetros. Este primer dispositivo que podría denominarse telemobilscopio, funcionaba captando el retorno de las ondas emitidas por una antena. A pesar de que no tuvo el éxito que se esperaba de él, fue sin duda el antepasado del moderno radar.


El radar utiliza ondas electromagnéticas con longitudes de onda que oscilan entre 1 mm y 1 m aproximadamente, al objeto de detectar la presencia y determinar la posición y velocidad de objetos en movimiento: aeronaves, automóviles, etc. Los prototipos más aproximados a la tecnología radar definitiva aparecieron en la década de los 30 para detectar aviones. El principio se basa en la emisión de impulsos de radio que se reflejan en el objetivo, en el caso más frecuente el fuselaje metálico de un avión. Una vez detectado el eco, se mide el tiempo de viaje de la onda de ida y vuelta. La eficacia de un radar requiere frecuencias muy elevadas, es decir, necesita impulsos de la duración más corta posible. El error de posición de la aeronave es del orden de magnitud de la distancia recorrida por las ondas de radio durante el tiempo que dura el impulso. El intervalo de detección depende en gran medida de la frecuencia de la onda emitida. Un radar potente es capaz de llegar muy lejos. En junio de 1935 ya se podía detectar un avión a veintisiete kilómetros de distancia, y a finales de aquel mismo año, la distancia había aumentado a cien kilómetros, lo que nos da idea del rápido desarrollo de la tecnología radar.


Pero existe un antecedente todavía más remoto que el de Hülsmeyer, y además completamente natural. Se trata ni más ni menos que del sistema de detección de presas y obstáculos por el sonido que utilizan los murciélagos desde hace probablemente treinta o cuarenta millones de años. Su perfeccionado radar biológico les permite realizar vuelos de precisión en la profunda oscuridad de las cuevas que habitan, o atrapar insectos al vuelo con prodigiosa eficacia.

También existen animales que en el medio acuático son capaces de utilizar un sistema basado en un principio muy similar. El pico del sorprendente ornitorrinco emite impulsos que le permiten atrapar crustáceos cuando se mueven entre el fango de los riachuelos que frecuenta. Hay peces y hasta mamíferos marinos que se valen también de parecidas armas biológicas. El sonar, una tecnología inspirada en el mismo principio, comenzó a utilizarse con fines bélicos, y se ha extendido a la pesca industrial y a otras actividades subacuáticas. Tenemos por último, los radares de tráfico que jalonan nuestras carreteras y autopistas. Como rezan las familiares señales azules que anuncian esos controles: por su seguridad.

Sé tú mismo, me dicen. ¡Como si no existiera el código penal!


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