Translate

jueves, 18 de agosto de 2022

CÉSAR, EL RUBICÓN Y LA GLORIA

 


El célebre Rubicón es un río de escasa importancia que rinde sus aguas al Adriático cerca de Rímini, en el noreste de la península itálica. Posiblemente muy pocos habrían oído hablar de él fuera de Italia de no ser por el famoso paso del Rubicón que protagonizó Julio César el 10 de enero de 49 a.C.

Apoyado por los conservadores y el Senado, Pompeyo se había convertido en el único cónsul, en el dictador de facto, tras la declaración formal de enemigo público que Roma había lanzado contra César. Julio reunió a sus legionarios de la decimotercera y les habló tratándoles no de milites, sino de conmilitones, de compañeros, pues él mismo había compartido sus esfuerzos y fatigas en Hispania y en las Galias. Sus veteranos sentían por César un respetuoso afecto. La gran mayoría de ellos jamás habían pisado Roma. Eran celtíberos y galos de Lombardía y Piamonte. Su patria era su general y le aclamaron unánimemente.

Cuando les dijo que no tenía dinero para pagarles, respondieron entregando sus ahorros a la caja de la legión. Uno sólo de sus lugartenientes, Tito Labieno, optó por ponerse del lado de Pompeyo. César no sólo no impidió su marcha, sino que le envió el equipaje y el estipendio que no había retirado.

Así que la suerte estaba echada. Atravesado el Rubicón, a sus seis mil hombres se unieron otras tres legiones formadas por voluntarios del norte que no habían olvidado a su tío Mario, el adalid de los populares. A diferencia de lo sucedido en anteriores episodios históricos, los legionarios se abstuvieron de saquear pueblos y ciudades, pues compartían los ideales y la estrategia política de su líder.


Pompeyo, a pesar de contar con un ejército mucho más numeroso, partió hacia Albania con la idea de adiestrar y disciplinar a sus hombres. Le siguió una escolta de aristócratas aduladores que abandonaron Roma con sus familias, sus siervos y sus riquezas. El plan era rendir a Roma por hambre, pues los conservadores contaban con los graneros de Hispania y de Sicilia que controlaba Catón.

César entró en Roma en marzo, dejando su ejército fuera de la ciudad como establecían las leyes. Envió a Pompeyo mensajes de paz que fueron ignorados. Mandó entonces dos legiones a Sicilia al mando de Curión, que derrotó y ejecutó a Catón. A Hispania marchó él en persona. No sin dificultades, sitió a las legiones enemigas que capitularon uniéndose a los vencedores. Regresó a Roma cargado de trigo. El pueblo le aclamó y lo que quedaba del Senado quiso otorgarle el título de dictador. César lo rechazó, le bastaba con el de cónsul que le confirieron los electores.

En Roma no hubo procesos, ejecuciones ni confiscaciones. César reunió al ejército en Brindisi y embarcó con doce naves y veinte mil hombres hacia Albania. Tras sucesivas escaramuzas, derrotó a Pompeyo cuyo ejército le doblaba en número, en la llanura de Farsalia. Aquella fue una de las más decisivas batallas de la Historia. César perdió apenas doscientos hombres. Cayeron quince mil de los de Pompeyo y otros veinte mil fueron hechos prisioneros e inmediatamente indultados por el vencedor. Pompeyo huyó hacia África, y en su lujosa tienda celebró César la victoria con los manjares que sus enemigos tenían preparados para una celebración que consideraron segura.

Entre los vencidos estaba Bruto, hijo de Servilia, una antigua amante de Julio, y posiblemente también suyo. Fue perdonado junto a Casio y otros pompeyanos.


La nave en que huyó Pompeyo echó el ancla en Egipto, un estado vasallo de Roma. Su rey, Tolomeo XII, enterado ya del curso de la guerra civil, pensó atraerse el favor del vencedor asesinando a Pompeyo, así que lo hizo apuñalar y presentó a César la cabeza del vencido. La contempló horrorizado. Probablemente también le habría indultado.

Y ya que los acontecimientos le habían llevado hasta Egipto, César quiso poner orden en el país. Ejecutó a Potino, el eunuco que manejaba a su antojo al débil Tolomeo, y repuso en el trono a Cleopatra, la reina, hermana y esposa del rey. Se dice que para burlar la vigilancia de su hermano, Cleopatra se escondió entre unas mantas o alfombras destinadas a los aposentos de César. Envuelta en ellas y completamente desnuda la encontró el romano. Debió ser una primera cita memorable. Parece que la reina de Egipto era muy versada en las artes de la seducción, y por otra parte el lujurioso calvo no le hacía ascos a ningún encuentro de esa clase, así que como suele decirse, se juntó el hambre con las ganas de comer.

De la unión de ambos nació un infante al que llamaron Cesarión para que no quedara duda alguna sobre su paternidad. Con él y con su amante regia se presentó César en Roma. Cicerón y otros conservadores antiguos enemigos suyos le recibieron con las cabezas cubiertas de ceniza como signo de sometimiento y petición de perdón. Su esposa Calpurnia, acostumbrada a las cosas de su marido, abrazó a Cleopatra y al niño mostrando la mayor familiaridad. Quienes contemplaron la escena debieron respirar aliviados. Por fin todo en orden en Roma.

Nada deja las cosas tan firmemente grabadas en nuestra mente como el deseo de olvidarlas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario