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viernes, 5 de abril de 2019

LA REVUELTA DE LOS SEGADORES. CATALUÑA EN ARMAS


El conde duque de Olivares. Velázquez
Como escribió Quevedo en su España defendida: España se compone de tres coronas, de Castilla, Aragón y Portugal. Jamás las tres formaron un cuerpo unido. A pesar de la unión dinástica, cada una conservó su personalidad propia. De las tres era Castilla la que constituía el principal apoyo para la política exterior de la monarquía. Pero la Castilla del XVII no era ya el país próspero de los Austrias mayores. Después de un siglo de guerras continuas se hallaba exhausta. La población castellana había disminuido alarmantemente, el oro y la plata de Indias llegaban tarde y eran cada vez más escasos. Portugal y Aragón habían conservado su autonomía interna, protegidas por sus fueros que limitaban el poder del rey. Tal fue el panorama que encontró Olivares cuando accedió al poder durante el reinado de Felipe IV.

La Unión de Armas que concibió el conde-duque consistía en repartir los esfuerzos de la política imperial entre los reinos. Pensó en imponer en toda la península las leyes de Castilla, y como compensación se proponía ofrecer cargos políticos, administrativos y militares a todos los vasallos del rey, acabando así con el exclusivismo castellano. El cambio era demasiado importante como para ser aceptado sin resistencia. Además, se proponía a las provincias participar en una política que había hundido a Castilla, cuando no se les había dado nunca parte ni de los provechos ni del prestigio, si es que los hubo, que habían alcanzado a los castellanos. La Unión de Armas se propuso oficialmente en las Cortes de Aragón de 1626. Los reinos de Aragón y Valencia demostraron muy poco entusiasmo, pero a regañadientes ambos hicieron un esfuerzo y aceptaron votar subsidios para mantener cierto número de soldados durante quince años.

Felipe IV. Velázquez
Cuando el rey se desplazó a Cataluña, las cosas fueron distintas. Los delegados se negaron a alterar el orden tradicional de las sesiones. Primero había que satisfacer las quejas del principado contra los funcionarios reales antes de pasar a examinar las proposiciones del soberano. Con protocolos y formalismos, los delegados alargaban el procedimiento de forma intencionada. Olivares se impacientaba, y el rey terminó abandonando Cataluña sin haber clausurado las Cortes, que quedaron suspendidas desde 1626 hasta 1632 en que se reanudaron para volver a ser suspendidas. En este escenario se produjo en 1636 la declaración de guerra por parte de Francia. Olivares necesitaba más soldados y más dineros, y por su situación, Cataluña iba a convertirse previsiblemente en teatro de operaciones. En 1638 se renueva la Diputación de Cataluña y por sorteo son elegidos diputados Pau Clarís, canónigo de Urgel y Francesc de Tamarit, ambos muy defensores de los privilegios catalanes.

Los franceses atacan Fuenterrabía y tanto aragoneses como valencianos se apresuran con tropas a la defensa. Cataluña no sólo no contribuye, sino que hace caso omiso de la prohibición de comerciar con Francia decretada por Olivares. Lo más preocupante sin embargo, es la tensión que se va creando en la frontera catalana por la presencia de tropas compuestas por españoles y por soldados italianos y alemanes, que se comportan sin demasiados miramientos con la población. En 1639 los franceses toman Salses y las Constituciones catalanas se resisten a participar en la defensa o lo hacen de mala gana. Olivares pierde la paciencia: si las Constituciones embarazan, que lleve el diablo las Constituciones. Tamarit es detenido.  El virrey Santa Coloma, autorizado por Olivares, ordena represalias contra los pueblos donde las tropas no fueron bien recibidas. La consecuencia es una insurrección en Gerona. Los amotinados llegan hasta Barcelona, y el día del Corpus de 1640 los rebeldes mezclados con algunas cuadrillas de segadores se ensañan con los funcionarios reales y asesinan al virrey.


La agitación planteó un grave problema a las clases acomodadas y gobernantes del principado. Temían que los amotinados se volviesen contra ellos acusándoles de traidores a la causa catalana, así que se negaron a colaborar con el nuevo virrey, el duque de Cardona, y para mejor encauzarla, se pusieron al frente de la rebelión, algo que suena muy familiar en los tiempos presentes. Un ejército castellano avanzando desde Tortosa, ocupó Tarragona en diciembre de 1640. Los catalanes buscaron el apoyo de los franceses, que vieron la oportunidad de introducirse en el principado. El rey de Francia, máximo exponente del absolutismo europeo, prometió respetar las constituciones y leyes catalanas mientras cruzaba los dedos por detrás de la espalda. Las tropas francesas ocuparon las principales plazas fuertes, y su comportamiento fue notablemente peor que el de sus predecesores castellanos. A este desengaño hubo que añadir el de que pronto se comprobó que Francia no respetaba de ninguna manera los fueros y privilegios de la tierra, y el notable quebranto económico que adquirió la forma de saqueo.


 Definitivamente desengañada, en 1652 Barcelona se entregó a Felipe IV que otorgó un perdón general y prometió respetar las leyes y privilegios del principado. En 1659 se firmó la paz con Francia. En ese Tratado de los Pirineos se cedieron a Francia la Cerdaña y el Rosellón. El acuerdo contenía además una importante cláusula, el enlace de Luis XIV con la infanta María Teresa, hija de Felipe IV. Aquí ha de buscarse el origen del cambio de dinastía que se produjo cuarenta años más tarde tras el fallecimiento del desgraciado Carlos II. También en ese conflicto, la Guerra de Sucesión, volvió a ponerse de manifiesto lo que últimamente llamamos de forma eufemística “el problema catalán”. El profe Bigotini, a tenor de lo que la Historia nos muestra, considera los nacionalismos (todos los nacionalismos) anacrónicos, ridículos y propios de patanes cuando no de auténticos criminales. Dejando a un lado este pequeño matiz, ni quita ni pone rey, se apresura a declarar. Por más que los únicos reyes respetables son los de la baraja, añade.

Todo cambio de gobierno es sospechoso, aunque sea para mejorar. Sir Francis Bacon.




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