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domingo, 17 de febrero de 2019

SEXO CANÍBAL



Creo que está bastante extendido el conocimiento de que los ejemplares hembra de la Mantis Religiosa devoran al macho durante la cópula. Conviene matizar, primero, que no siempre es así, y, segundo, que cuando se produce este macabro banquete de bodas, generalmente la hembra no consume la totalidad del cuerpo de su compañero, sino que tiene la delicadeza de limitarse a devorar la cabeza.
En esta especie las hembras son casi el doble de grandes que los machos. Es de suponer que ellos, los pobrecillos, llegan a la novia asesina con una trágica mezcla de sentimientos. Por un lado el terror que les produce ser devorados; por otro, la libidinosa urgencia de su instinto sexual. Suelen acercarse muy poco a poco, empleando la técnica patética del muchacho posguerrista en las últimas filas de un cine de barrio. Ya sabes, la mano tímida que avanza caminando dedo a dedo a lo largo del respaldo de la butaca, el palpitante corazón que galopa queriendo salirse del pecho, y todo eso (¡qué agridulces recuerdos!).

El pobre novio Mantis se aproxima muy poco a poco, procurando camuflarse y confundirse con las hojas secas y los accidentes del terreno. Después, cuando su gigantesca chati se pone a tiro, aprovechará el menor descuido para saltar sobre ella y sujetar a duras penas sus poderosas patas delanteras, evitando a la vez el mordisco mortal de sus terribles mandíbulas, lo cual no resulta nada fácil. Se entiende que no existan ni cortejo ni preliminares. Al grano señorita. ¡Hola y adiós, que me voy! Y se va, naturalmente.

En cuanto a ella, si tiene la suerte y la habilidad de echarle mano, no solo obtendrá una merienda gratis, sino que de rebote pasará un buen rato. Ocurre que al perder la cabeza, el desgobernado sistema nervioso del macho se sume en una especie de frenesí convulsivo. El novio decapitado se convierte así en una máquina sexual capaz de prolongar la cópula varios minutos (lo que en el mundo de los insectos constituye toda una proeza).
En términos evolutivos cabe preguntarse cómo es posible que la naturaleza haya privilegiado semejante comportamiento suicida. Pudiera pensarse en buena lógica que quienes se inmolan de forma tan gratuita, tendrán menos oportunidades de transmitir su acervo genético, y por lo tanto, generación tras generación, ese tipo de comportamiento debería irse perdiendo, para dar lugar a costumbres más reposadas y sensatas.


Bien, pues no es así. Advirtamos que la de la Mantis no es la única especie que sigue estos rituales. Se han observado comportamientos similares o muy parecidos entre varias especies de araña, algún que otro escorpión y ciertos peces. La explicación de tan curioso fenómeno hay que buscarla en lo que algunos especialistas han llamado las ofrendas nupciales.
En especies con un acusado dimorfismo sexual en favor de las hembras, el modesto macho debe presentarse con algún regalo (por lo general de naturaleza gastronómica) para ser admitido en el tálamo. Así por ejemplo, ciertas arañas macho ofrecen a sus compañeras un sedoso envoltorio con su jugoso relleno de mosca, de larva, o de alguna otra víctima habitual. Mientras la voraz hembra se lo zampa, el macho aprovecha para montarla, y todos contentos. Si no anda listo y la chica se queda con hambre, el postre será él mismo, así que los casanovas de ocho patas se dan mucha prisa en terminar.
A lo largo de la evolución se favorece el que las hembras sean cada vez más voraces e insaciables, canibalismo incluido. Una hembra fecundada que haya recibido un opíparo banquete adicional, tendrá más oportunidades de sobrevivir y de criar y alimentar a su prole. En cuanto a los machos, lo que la evolución favorece es la habilidad cada vez mayor para copular y huir. Los machos más astutos y más escurridizos, probablemente consigan tener varias parejas sexuales, con lo que transmitirán más y mejor sus genes que los machos torpes.
Por lo tanto, lo que ocurre, como han observado los entomólogos más atentos, es que las hembras intentan cazar a sus amantes, y algunas veces lo consiguen; mientras que los machos intentan copular y escapar ilesos, y lo consiguen la mayor parte de las veces. Como puede verse, se trata de un juego peligroso, pero debe merecer la pena en definitiva, puesto que la misma Naturaleza (madre cruel) lo fomenta y lo consagra.


Son para comerte mejor. El lobo (que gran turrón).




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