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martes, 5 de febrero de 2019

SAN BENITO DE NURSIA. MONAQUISMO Y PROTOFEUDALISMO



Benito nació hacia 480 en Nursia, Umbría meridional. Era hijo de una familia de labradores acomodados. Estudió en Roma, y eligió desde muy joven la vida contemplativa y eremítica, un movimiento importado de Oriente, Egipto, Siria y Palestina, donde tiempo atrás habían proliferado los eremitas y los anacoretas. Retirado al campo, a una gruta en las cercanías de Subiaco, realizó algunos milagros notables que recoge la tradición piadosa. Allí resistió toda clase de tentaciones. Se cuenta que tras soñar con una muchacha a la que había conocido en Nursia, para combatir la tentación carnal se arrojó desnudo sobre unas matas de ortigas que inmediatamente se convirtieron en rosas.

La fama de este y otros parecidos prodigios hizo que muchos hombres piadosos llegaran hasta él, deseosos de imitar su ejemplo. Fundó Benito hasta doce monasterios en Subiaco. La dureza de la regla que instauró, no contentó a algunos monjes que incluso intentaron asesinarle, lo que le decidió a abandonar aquellos parajes. En Montecassino, sobre las ruinas de un viejo templo pagano, hizo edificar el que sería el más emblemático monasterio benedictino de Italia. El edificio se levantó venciendo hasta la oposición del mismo demonio, y Benito se instaló en él con sus monjes. Falleció en 543 a consecuencia de unas fiebres. Fue enterrado junto a su hermana Escolástica, a la que siempre estuvo muy unido. Su regla, contenida en setenta y tres capítulos, podría resumirse en la máxima ora et labora, reza y trabaja, que muy pronto se extendió por media Europa y se hizo mundialmente célebre. En la regla benedictina no hay lujos, se pasa frío y hambre, se trabaja incansablemente y se obedece, sobre todo se obedece. A quienes desobedecen está destinado el látigo y otros castigos.


Dejando aparte lo anecdótico, cabe preguntarse por qué un régimen semejante, y una existencia tan austera tuvo entre los cristianos europeos de su época y los decenios posteriores, el atractivo y el tirón que demostró. Más allá de las razones espirituales, nos detendremos un instante en un breve análisis socio-histórico.
Los oscuros años de dominación gótica desde el final del Imperio Romano, habían convertido a Italia y otros territorios de Alemania, Francia y la Gran Bretaña, allí precisamente donde iban a arraigar con mayor fuerza las fundaciones benedictinas, en un auténtico desierto de barbarie. Las sombras de los siglos oscuros se habían extendido, borrando las últimas huellas de una civilización en descomposición. En semejante escenario, el monaquismo inaugurado por San Benito desempeñó un papel decisivo en la vida económica y social de aquella Alta Edad Media. La tierra estaba sumida en el caos. Los ejércitos bárbaros habían arrasado pueblos y ciudades. Los campos quedaron despoblados y los poderes centrales, príncipes y reyes, no estaban en condiciones de hacer valer su autoridad en los diferentes territorios. Ciertos señores periféricos, precursores groseros del feudalismo, se habían transformado en instrumentos de opresión. Para escapar de las violencias y vejaciones, la población se agrupó alrededor de los monasterios, ofreciéndoles su trabajo como siervos a cambio de la protección que les brindaban sus muros.


De esta manera el monaquismo se anticipó algunos siglos al feudalismo. Los grandes conventos se transformaron en ciudades fortificadas, autárquicas, cerradas y aisladas del resto del mundo. En la práctica no había diferencia entre un abad de Montecassino y un duque longobardo. Ambos son señores absolutos, administran justicia, imponen tributos y acuñan moneda. Los monasterios ejercen el poder religioso, el civil y el militar. Sus primitivos colonos se transforman en siervos de la gleba. En sus primeros tiempos sencillamente afrontaron una emergencia. Pero abusaron de sus prerrogativas y acabaron por traicionar el espíritu evangélico que inspiró las fundaciones de San Benito. Con todo, prestaron a la Historia el mejor servicio, asegurando la salvación de la herencia cultural del mundo romano. Las bibliotecas de los grandes conventos benedictinos conservaron y nos legaron los discursos de Cicerón, las odas de Horacio, las crónicas de Tácito, y otras muchas imprescindibles riquezas culturales que de otra manera se habrían perdido irremisiblemente.

-¿Ese novio tuyo, ya te ha hablado de matrimonio?
-Pues sí, ayer me confesó que tiene mujer y dos hijos.



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