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miércoles, 13 de febrero de 2019

ÓRGANOS PRODIGIOSOS. EL ESPERMACETI DEL CACHALOTE



Mientras el cachalote herido iba frenando su marcha, llegamos al centro del rebaño. Ya no podíamos escapar. Por suerte, los animales nadaban en torno nuestro en lugar de atacarnos de frente. Creo que en realidad lo que estaban haciendo era tratar de proteger a sus hembras y sus crías, formando un círculo de machos, aunque no estoy seguro de ello…
Herman Melville, Moby Dick.


El cachalote común (Physeter macrocephalus), también llamado ballena de esperma, es el mayor de los odontocetos o cetáceos dentados. Desgraciadamente ya no quedan ejemplares de casi treinta metros como Moby Dick. Hoy en día es difícil encontrar machos de más de quince, aunque todavía pueden hallarse algunos cachalotes albinos. En esta especie la cabeza representa un tercio de la longitud del cuerpo. Su orificio nasal o respiradero está situado en el extremo de la cabeza. Su surtidor es inconfundible, pues no brota verticalmente como el de otros cetáceos, sino formando un ángulo característico de 45º.

Su mandíbula inferior, mucho más pequeña que la superior, está dotada de dientes, que no aparecen en el nacimiento, sino a partir de la madurez sexual. El cuerpo es compacto y robusto, y se ahúsa abruptamente en la región caudal. Las aletas laterales tienen forma de pala. El cerebro del cachalote común es casi esférico, y pesa entre 5,5 y 9,5 Kg., con independencia del sexo y del tamaño corporal. Las hembras más pequeñas pueden alcanzar un índice de encefalización comparable al de algunos simios. Como ocurre también en ciertas ballenas, a veces los cachalotes presentan restos vestigiales de los miembros posteriores.


El registro fósil indica que la familia de los cachalotes (Physeteridae) se diferenció del resto de los odontocetos en fechas relativamente recientes, concretamente en el periodo Mioceno, hace entre 7 y 26 millones de años. Estos gigantes están dotados de músculos poderosos, pero también de una considerable cantidad de grasa, que constituye más de un tercio de su peso total, y resulta imprescindible para sobrevivir a grandes profundidades en mares extremadamente fríos. Esta grasa también ha sido su perdición, pues por ella los balleneros han perseguido al cachalote común de forma implacable hasta casi exterminar la especie.

Otro de los tesoros que encierra el cachalote está en su tubo digestivo. Es el codiciado ámbar gris, compuesto por los restos indigeribles de su dieta (generalmente picos de pulpos y calamares gigantes). El ámbar gris es ingrediente habitual de los perfumes más caros y selectos. Así que, querida amiga, cuando te acuestes entre sábanas de seda con tu gotita de Chanel nº 5 detrás de cada oreja, recuerda de dónde procede tanto glamour.

El cachalote común sigue una dieta muy selectiva que prácticamente se limita a los cefalópodos. Pulpos, grandes sepias y calamares gigantes (de hasta 20 metros y 200 Kg.) son los hallazgos más comunes en el interior de alguno de sus tres estómagos. Muchos de esos calamares gigantes deben resistirse a ser cazados, a juzgar por las cicatrices, marcas y lesiones diversas que a menudo se aprecian en los cachalotes. Para capturar a sus presas son capaces de descender a profundidades que superan los 1.200 metros. En esas regiones abisales la oscuridad es casi completa y los ojos sirven de muy poco. Todo indica que la visión de los cachalotes es muy limitada. Los globos oculares son pequeños y carecen de musculatura motora, por lo que permanecen inmóviles. Si a esto añadimos que se sitúan en los laterales de la enorme cabeza, queda una amplia zona ciega correspondiente al hocico.

Acaso como compensación a esta carencia, el cachalote común posee unos asombrosos receptores del gusto. Son quimiorreceptores situados en la boca, con los que detectan pequeños cambios en la salinidad y en los componentes químicos del agua. Los cachalotes reconocen los océanos y los diferentes lugares de la geografía marítima por su sabor. Pero además el cachalote común está dotado con un órgano fantástico sin parangón entre los seres vivientes: el órgano del espermaceti. Se localiza en la parte superior de la enorme cabeza, y funciona a la vez como lente acústica para enfocar el sonido, y como regulador de la flotación a grandes profundidades. Se trata de un auténtico sonar que actúa por refracción a través de unas capas concéntricas de una sustancia muy similar a la cera, que funcionan como un ecolocalizador.


En el interior de uno de los estómagos de un ejemplar de cachalote se encontró un scymodon, pequeño tiburón ciego que habita profundidades de 3.200 metros. Es común que el sonar de los submarinos detecte cachalotes moviéndose por debajo de los 1.500 metros de profundidad. Los conductos nasales y los senos que complementan al órgano del espermaceti pueden controlar, calentando o enfriando, el grado de temperatura de la cera, que tiene un punto de fusión constante de 29º C. Al sumergirse desde las aguas cálidas de la superficie hasta profundidades más frías, el flujo de agua en los conductos sirve para refrigerar rápidamente la cera de la cabeza respecto a la temperatura del cuerpo, que es de 33,5º C. En consecuencia, la cera se solidifica, encogiéndose y aumentando enormemente la densidad de la cabeza con relación al medio acuático. Con ello se facilita el descenso, que puede producirse a velocidades vertiginosas. Al ascender, el flujo de sangre hacia los capilares de la cabeza, aumenta la temperatura, calienta la cera, e incrementa la flotabilidad, lo que proporciona un impulso ascensional asombroso.

¿No os parece fantástico? La misma Naturaleza es fantástica. En la inmortal obra de Herman Melville, el viejo y atormentado capitán Ajab emprende una lucha desigual contra el gigantesco cachalote blanco. Contra Moby Dick, encarnación monstruosa y sublime de las fuerzas desatadas de la propia Naturaleza. La empresa del capitán Ajab está por supuesto condenada al fracaso, porque la ridícula soberbia de los hombres nada puede contra la grandiosa obra natural. Sirva ello de reflexión a los sabios, y de advertencia a quienes irreflexivamente pretendan comer los frutos del árbol prohibido, y elevarse (¡pobres ilusos!) a ser algo más que simples monos sin pelo.



Ruego al digno representante de la oposición que no me interrumpa mientras le estoy interrumpiendo.  Winston Churchill.




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