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martes, 27 de marzo de 2018

LA INDISCRECIÓN DEL DUQUE DE DIRTYMOUTH



En aquel Londres imperial y en toda Inglaterra, eran célebres las veladas que ofrecía lady Hamilton a sus invitados, un grupo de los más selectos y emergentes personajes de la mejor sociedad londinense. A una de ellas asistía por vez primera el duque de Dirtymouth, un caballero rico con fama de aventurero, procedente de las colonias, y rodeado de un oscuro halo de misterio. La buena sociedad le tenía por un advenedizo, pues se rumoreaba que su origen era plebeyo y arrastraba un pasado turbio, que el duque se esforzaba en enterrar.
En el lujoso salón se hicieron corrillos. De vez en cuando sonaba por encima del rumor general, la risa de alguna joven dama a la que algún galante caballero requebraba con halagadoras palabras. Lady Hamilton pidió atención haciendo sonar tintineante la cucharilla en su taza de té. -Juguemos a las adivinanzas -propuso-, e inmediatamente se hizo el silencio en la estancia.

La noble dama, que estaba muy cerca de una de las ventanas, acertó a ver pasar por el jardín una de sus yeguas conducida por un mozo de establo. Se trataba de un animal de carácter difícil, que inspiró a su dueña la siguiente adivinanza: -Es hermosa, parece dócil y su piel es suave, pero si la acaricias y te pones a horcajadas sobre ella, inesperadamente se crece, haciéndose dura y salvaje-. Todos callaron excepto el duque de Dirtymouth que, poniéndose en pie como animado por un resorte, exclamó: -¡la polla!-...
Podrá suponerse la conmoción que causó en los asistentes aquel exabrupto. Varias jóvenes damas se desmayaron, y algunos caballeros protestaron indignados. La anfitriona, dejándose oír sobre el tumulto, se dirigió a su fiel mayordomo, ordenando: -Perkins, traiga el capote del duque, porque debe dejarnos-. Dirtymouth, avergonzado, suplicó clemencia: -Milady, os suplico que disculpéis mi incalificable conducta. Sinceramente, no sé qué me ha pasado. Si tuvieráis la bondad de perdonarme-... Y como quiera que intercedieron por él muchas damas distinguidas, algunos importantes caballeros, e incluso el mismo príncipe de Gales, la anfitriona accedió cortésmente a disculpar al indiscreto.

Se reanudó el juego. Lady Hamilton se fijó en el brillante anillo de pedida que lucía en el dedo su sobrina la duquesa de Lancaster, y dijo: -Al principio cuesta un poco de introducir, pero cuando penetra hasta el fondo, produce una gran satisfacción a la hermosa novia-. Otra vez un silencio sepulcral, y de nuevo se levantó Dirtymouth. -Ahora si, ¡la polla!- proclamó con cierta solemnidad el duque.
Si grande había sido la conmoción anterior, difícilmente acertaremos a describir la consternación que siguió a esta reincidente torpeza. De nuevo lady Hamilton requirió al mayordomo: -Perkins, el capote del señor, que esta vez sí se marcha-. Y de nuevo la súplica del invitado que puesta la rodilla en tierra, imploró perdón. -Tenéis mi palabra- añadió humildemente, -de que no volverá a ocurrir. De nuevo también muchas damas distinguidas, algunos importantes caballeros, e incluso el mismo príncipe de Gales, volvieron a interceder por el duque, de manera que la generosa anfitriona no tuvo más remedio que acceder otra vez a disculpar la torpeza de su invitado.

Siguiendo con el inocente pasatiempo de las adivinanzas, esta vez lady Hamilton observó a uno de los invitados mojando una galletita en su té, lo que le sugirió el siguiente acertijo: -Entra dura y seca, y sale blanda, empapada y goteando-...
...Un interminable silencio siguió a las palabras de la anfitriona. Todas las miradas sin excepción se posaron en Dirtymouth que, apenas apoyado en el borde de su silla, y con el rostro congestionado, parecía librar una feroz batalla contra sí mismo. Respiró profundamente, se incorporó lentamente, y con gran aplomo se dirigió al mayordomo con estas palabras: -Perkins, campeón, anda y traeme la chupa, que me piro... porque, chico,... ¡esto es la polla aquí y en Bombay!
Entre los miembros de la buena sociedad se estableció el acuerdo tácito de no referirse jamás en público a este vergonzoso episodio que hoy en Bigotini, cumpliendo con el sagrado deber de informar puntualmente a nuestros fieles seguidores de todos los acontecimientos históricos, hemos desvelado. Naturalmente el duque de Dirtymouth no volvió a pisar jamás los salones de lady Hamilton. No obstante, hemos llegado a saber que se convirtió en el amante de muchas damas distinguidas, de algunos importantes caballeros, y hasta del mismo príncipe de Gales.

-Oye papá, ¿qué significa paradoja?
-Verás, paradoja es que tú seas pelirrojo como el vecino, y tenga que ser yo quien conteste a tus absurdas preguntas.




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