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viernes, 3 de abril de 2015

BESTIARIOS MEDIEVALES. ENTRE LA CIENCIA Y EL MITO

La era de los grandes descubrimientos y de los viajes por mar a tierras desconocidas, abrió nuevos horizontes para navegantes y aventureros. El viejo continente acogió con avidez las noticias del nuevo mundo, y se enriqueció con nuevas plantas y exóticas criaturas. Pero en los siglos precedentes, Europa había estado encerrada en sus fronteras geográficas. La pasión por las ciencias naturales y la curiosidad por conocer animales fabulosos, alimentada por el remoto recuerdo de los circos romanos y sus fieras, sólo hallaba algún consuelo en los escriptorium de monasterios y abadías, entre los viejos legajos, las exageraciones y las fábulas recogidas por los autores clásicos.

Heródoto, Aristóteles, Plinio el viejo, Solino o Eliano, fueron las principales fuentes de los primeros bestiarios, una colección de tratados, a menudo bellamente iluminados, que mezclando lo científico, lo pseudocientífico y lo religioso, hicieron las delicias tanto de sus creadores (los artistas monacales, casi siempre anónimos, debieron pasarlo en grande), como del selecto público al que se destinaron, en su mayoría príncipes y personajes poderosos que entre las hojas de sus devocionarios y libros de horas, encontraron aquellas imágenes fabulosas y aquella literatura de evasión ingenua y genial.


Acaso el primer bestiario que merece título de tal es el conocido como Physiologus, de datación más que dudosa entre los siglos II y IV y probable origen griego. San Ambrosio o nuestro sevillano San Isidoro, también se ocuparon del tema. La cumbre artística de los bestiarios hay que situarla en la Inglaterra del siglo XII, donde se produjeron los que sin duda contienen las mejores ilustraciones. Son los bestiarios de Cambridge, Rochester y Aberdeen, autenticas joyas bibliográficas. El más célebre de los escritos en castellano es el realizado por Martín de Villaverde, conservado en el monasterio de Santa María de la Vid (Burgos), y conocido como Bestiario de Don Juan de Austria, por dedicarse al hermano del emperador. Entre los últimos cronológicamente figura la Historiae animalium, publicada en 1575 por el médico y naturalista suizo Konrad Gesner, un tratado que aun plagado de inexactitudes, tenía ya al menos voluntad de rigor científico.

A pesar de recibir el nombre genérico de bestiarios, estas obras también contenían relaciones botánicas, a veces muy pormenorizadas. Pero lo que más llama la atención son las pintorescas descripciones que se hacen de la mayor parte de los animales exóticos o de tierras lejanas. Así podemos encontrar afirmaciones tales como que el elefante es una criatura pura que evita la cópula, sin que se explique luego cómo se las ingenia para procrear. Se dice que el tigre protege a sus crías conservándolas en una especie de bola de cristal que hace rodar ante si, para trasladarlas. Otra descripción asegura que el león cuando enferma se automedica comiendo un mono y bebiendo abundante agua, y que la leona, llegada la edad de procrear, da a luz cuatro cachorros en su primer parto, tres en el segundo, dos en el tercero y uno en el cuarto, para quedar estéril el resto de su existencia…


Hay errores que se explican por una observación superficial o demasiado apresurada, como el de que el pelícano abre su pecho para alimentar a sus polluelos con su sangre, lo que quizá es fruto de haber contemplado la escena desde muy lejos, pues en efecto los polluelos estimulan picando a la madre el interior del pico para que regurgite parte del alimento. O el de identificar al rinoceronte con el mítico unicornio a causa del cuerno de su nariz. Por cierto que la literatura medieval, cargada de misticismo religioso, identifica con la figura de Cristo tanto al pelícano (por ofrendar su sangre) como al unicornio. En el caso del Monoceros, sólo permitirá que se le acerque una doncella virginal. Apoyará la cabeza en su regazo y así permanecerá quieto, pudiendo ser herido por sus matadores. La interpretación religiosa del mito identifica a la doncella con la virgen María y a los cazadores con el pueblo judío.


En el apartado de bestias mitológicas y otros seres fantásticos hallamos clásicos como el centauro, el sátiro, el grifo, la esfinge, el perro con tres cabezas, la hidra, el fénix y una variada multitud de dragones. Los leviatanes y monstruos marinos no pueden faltar, y protagonizan ilustraciones de gran dramatismo. También se describen diferentes humanoides: hombres con dos cabezas, mujeres de un solo ojo, los orejudos, los descabezados y hasta un curioso cojo que dotado de una sola pierna terminada en un pie descomunal, lo utiliza para darse sombra en los días soleados, tendiéndose de espalda. Todos estos seres fabulosos habitan en las tierras del Preste Juan, cuya incierta situación en el extremo Oriente las hace inaccesibles y maravillosas. Capitulo aparte por su gracia un tanto chusca, merece el bonasus o bonaçón, una especie de cabra del tamaño de un caballo, que se defiende de sus agresores soltando unas ventosidades tan fétidas que ponen en fuga a los frustrados cazadores.


El profe Bigotini con su monstruosa nariz, no desentona demasiado entre esta pintoresca tropa de criaturas fantásticas. Me está mirando de reojo, así que prefiero dejar de escribir.

Lo real no siempre es verosímil. Nicolas Boileau-Despreaux.



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