En
los albores del medievo, Europa fue testigo aterrado de la aparición de un
nuevo pueblo bárbaro. Sus componentes, de sangre germana, eran originarios del
bajo Rin, donde en el siglo IV habían constituido una federación de tribus bajo
una ley, la del más fuerte, y un caudillo, el más audaz de entre ellos. Sus
incursiones les llevaron hasta la llanura del Po en la península itálica, sembrando
en ella el terror. Campos arrasados, iglesias quemadas, saqueos y asesinatos
fueron su firma. Los bizantinos y los lombardos, que entonces se disputaban
Italia, no eran precisamente hermanitas de la caridad, pero se asombraron de la
ferocidad de los nuevos invasores, inédita en aquellos pagos desde los tiempos
de Atila y de Alarico. Por suerte, una mortal epidemia de tifus diezmó a los
invasores y les obligó a retirarse más allá de los Alpes y a establecerse en el
norte de la Galia.
Se llamaban a sí mismos francos, nombre al que daban el significado de hombres libres. De vez en cuando se coaligaban y ponían en común sus recursos, que eran pocos, y su ferocidad, que era mucha, para saquear y devastar las tierras de sus vecinos. A menudo peleaban entre sí por una parcela de pasto o un rebaño de cabras. Así estuvieron hasta que los dos grupos más poderosos, los salios y los ripuarios, doblegaron a los demás e impusieron su dominio. Ocuparon una vasta extensión que comprendía Bélgica, Artois, Picardía y el valle del Mosela. La llamaron Francia. En 481 esa confederación de los francos eligió como caudillo y como rey a un salio llamado Clodoveo o Clovis en su idioma, nombre del que derivaría el más moderno y familiar de Luis. Clodoveo era hijo de Childerico y nieto de Meroveo, el abuelo y patriarca familiar a quien debe la Historia el nombre de su dinastía, la de los merovingios.
Clodoveo
y los suyos invadieron el territorio comprendido entre el Marne y el Sena.
Llegaron a París, establecieron allí su capital y guerrearon contra los
alamanes del alto valle del Rin, actuales territorios de Alsacia y Lorena. Los francos vencieron porque fueron más
osados y más feroces que sus enemigos. La versión eclesiástica sin embargo, nos
dice que vencieron porque su rey Clodoveo fue solemnemente bautizado en la
catedral de Reims el día de navidad de 496. París bien valía una misa. En
efecto, los francos fueron el primer
pueblo germánico que abrazó el catolicismo. Su rey Clodoveo se convirtió en el
campeón bárbaro de la ortodoxia. Sometió sucesivamente a sus antiguos aliados ripuarios, a los burgundios y a los visigodos,
obteniendo un territorio que se extendía desde el Atlántico hasta el Rin. Había
nacido Francia.
En el año 508, el emperador bizantino Anastasio, confirió a Clodoveo la dignidad de cónsul. Se estableció así el remoto antecedente occidental de lo que más tarde se llamaría Sacro Imperio Romano Germánico. La primitiva Iglesia definió a Clodoveo como el más cristiano de los reyes de Francia. La Historia fue menos indulgente.
Si
el presente trata de juzgar el pasado, perderá el futuro. Winston Churchill.



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