De
la obra de divulgación de Douglas R. Hofstadter Godel, Escher, Bach. Un eterno y grácil bucle. Tusquets ed.
Barcelona, 2015, tomamos una original idea que ilustra a la perfección las
abismales diferencias existentes entre el genotipo y el fenotipo.
Una
molécula de ADN, en la que está contenido el genotipo,
es decir, las instrucciones para construir un ser vivo, acabará transformada en
un organismo completo, es decir, un fenotipo,
gracias a un proceso enormemente complejo que comprende la producción de
proteínas, la replicación del ADN, la replicación de células, la diferenciación
gradual entre tipos celulares, etc., hasta obtener el organismo completo. El
proceso se conoce con el nombre de epigénesis,
un verdadero ejemplo de recursividad compleja. La epigénesis está guiada por un
conjunto muy complicado de ciclos de reacciones químicas y bucles de
retroalimentación.
Una
vez completada la construcción del organismo, sus características no guardan la
menor similitud con su genotipo, y sin embargo, en el ADN estaban ya contenidas
dichas características. Cabría concluir de esto que la estructura del ADN
contiene la información de la estructura del fenotipo, lo que equivale a decir
que ambas estructuras son isomórficas.
Los
isomorfismos convencionales son aquellos donde las porciones de una estructura
pueden proyectarse fácilmente sobre las porciones de la otra. Por ejemplo, el
isomorfismo entre un disco y una pieza musical, donde uno sabe que cada sonido
de la pieza es correspondido en la grabación por su “imagen” exacta, la cual
puede ser aislada con precisión acotándola en los surcos. Pues bien, el
isomorfismo entre la estructura del ADN y la del fenotipo, es cualquier cosa
menos convencional, y los mecanismos a través de los cuales se manifiesta
materialmente son de una complicación vertiginosa. Si uno quisiera descubrir
alguna pieza del propio ADN que explique la forma de su nariz o de sus huellas
dactilares, se enfrentaría a una tarea verdaderamente difícil. Sería algo
parecido a tratar de circunscribir qué nota, dentro de una composición musical,
es portadora de los efectos emotivos de la obra.
Por
supuesto, tal nota no existe. Los efectos emotivos circulan en un nivel
superior movidos por grandes “masas” de la pieza y no por notas aisladas.
Además, tales “masas” no son necesariamente grupos de notas contiguas. Puede
haber pasajes alejados entre sí que considerados en conjunto, se muestren como
portadores de una determinada significación emotiva.
En
los surcos del disco de la novena sinfonía de Beethoven por la filarmónica de
Berlín dirigida por Von Karajan, está grabada la pieza entera, el organismo
completo, el fenotipo si se quiere, con todo su genial y delicado desarrollo, y
con la apoteosis final del último movimiento, el himno a la alegría. Una o unas
pocas notas aisladas no nos dirán gran cosa del conjunto. El genotipo
biológico, el ADN, es el equivalente al disco de vinilo, pero se trata de un
disco roto y fragmentado en infinidad de pedazos. El desciframiento del genoma
es el intento de los biólogos y genetistas de reconstruir el disco roto. En los
últimos años se ha avanzado en ello de forma asombrosa. Varios pedazos del
fragmentado puzle van poco a poco encajando, y cada vez disponemos de mayor
información acerca del papel de determinados genes en el desarrollo, en la
formación de órganos o en la predisposición a padecer ciertas enfermedades.
Pero no nos engañemos. Todavía estamos lejos de reconstruir la sinfonía
completa, con sus tiempos, sus silencios y sus emotivos pasajes.
Y es que en genética no es suficiente con reconstruir el disco uniendo sus pedazos rotos. La significación genética contenida en el ADN es uno de los mejores ejemplos de significación implícita. Para convertir el genotipo en fenotipo, un conjunto de mecanismos mucho más complejos que el propio genotipo debe actuar sobre éste. Las diversas porciones del genotipo actúan como disparadores de aquellos mecanismos. ¿Recordáis las sinfonolas? Quizá ellas nos brindan un ejemplo mucho mejor que el del simple disco de vinilo. La sinfonola contiene decenas, a veces cientos de discos grabados por ambas caras. Para escuchar una pieza concreta, es preciso valerse de un código, presionando dos o más teclas, por ejemplo, “A-J-15”. Sólo cuando seamos capaces de accionar las “teclas” del código genético, habremos dado el primer y decisivo paso.
-Manolo,
llevas un zapato negro y otro marrón.
-Pues
no me vas a creer, pero en casa tengo otro par igual.