Translate

domingo, 11 de mayo de 2025

BELISARIO, EL ÚLTIMO GENERAL

 


El final de una etapa histórica y el comienzo de la siguiente no son sino barreras artificiales que se aceptan de forma convencional. Si nos preguntamos qué fecha o qué acontecimiento marca el principio de la Edad Media, seguramente habrá respuestas para todos los gustos. Hay quien lo sitúa en el año 476, fecha en que el caudillo bárbaro Odoacro depuso y encarceló a Rómulo Augústulo, el último emperador. Desde el punto de vista filosófico y literario, otro hito simbólico podría ser la trágica ejecución por orden de Teodoríco, de Severino Boecio, autor de La Consolación de la Filosofía, a quien muchos consideran el último escritor clásico. Si llevamos las cosas al terreno de la estrategia política y militar, resulta inevitable pensar en Belisario, a quien es lícito adjudicar el título de último general romano al servicio del Imperio, aunque ese Imperio que un día dominó la práctica totalidad del mundo conocido, en época de Belisario se había fragmentado y deteriorado hasta quedar prácticamente reducido al último bastión oriental de Constantinopla.


Teodorico, el rey de los godos, los nuevos dueños de Italia, no era católico sino arriano, un credo considerado herético tanto en Roma como en Constantinopla. Su relación con los papas romanos tuvo sus más y sus menos. Metió en la cárcel al papa Símaco, y también hizo encarcelar a su sucesor, Juan I, a quien acusó de traición tras haberle encargado viajar a Constantinopla para conseguir que Justino, el emperador de Oriente, levantara el cargo de herejía contra los arrianos. El papa Juan no lo consiguió. Murió en la cárcel, y a los pocos días murió también Teodorico. El fallecido monarca era analfabeto como la gran mayoría de los godos que formaban su corte en Pavía. Como su nieto Atalarico era todavía un niño, Teodorico había nombrado regente hasta su mayoría de edad a su hija Amalasunta, una mujer culta y refinada que hablaba con soltura el latín y el griego.

Los demás godos la detestaban porque se sentían menospreciados por ella que siempre andaba rodeada de romanos. Amalasunta rehabilitó la memoria de Boecio y de Símaco, devolvió a sus familias los bienes confiscados, fundó nuevas escuelas, aumentó el salario a los maestros, y hasta se reconcilió con lo que quedaba del Senado. Quiso educar a su hijo en la cultura clásica, confiándolo a la tutela de preceptores romanos y griegos. Los cortesanos godos se indignaron. No querían que el futuro rey fuera un señorito romano afeminado, sino un guerrero preferiblemente analfabeto. Amalasunta cedió a medias permitiendo a los condes godos instruir a su hijo en duelos y batallas. Al parecer también lo instruyeron en abusar del vino y entregarse a otros excesos, así que el joven Atalarico que debía ser de naturaleza sensible y frágil, falleció con sólo dieciocho años.

Amalasunta asoció al trono a su primo Teodato. Grave error, porque este Teodato era un tipo sin escrúpulos y sediento de poder. La hizo estrangular mientras dormía en 535. El Papa y los senadores romanos consideraron ese asesinato motivo suficiente para  solicitar ayuda a Constantinopla, recordando al emperador que Italia seguía siendo oficialmente una provincia del Imperio, aunque de hecho la hubiera gobernado Teodorico como señor absoluto.


Justiniano aconsejado por su esposa, la emperatriz Teodora, probablemente la mujer más influyente de su tiempo, mandó contra los godos de Italia a Belisario, el último gran general del Imperio. La campaña se prolongó durante dieciocho largos años. Antes de desembarcar en la península Itálica, Belisario limpió el camino de obstáculos expulsando a los vándalos del norte de África y del resto de sus bases mediterráneas: Córcega, Cerdeña, Baleares, Ceuta y parte de Sicilia, lo que facilitó su campaña italiana. Algunos historiadores ven en esa desbandada de los vándalos una de las causas por las que apenas dos siglos después los árabes encontraran tantas facilidades para conquistar amplios territorios norteafricanos que les darían luego acceso a la península Ibérica.

Ya en Italia, las legiones de Belisario avanzaron con facilidad siendo aclamadas por la población. Los godos quedaron cercados en el reducto de Rávena, que finalmente también cayó.


Tras la victoria, Belisario fue llamado a oriente para sofocar una revuelta de los persas. Al frente de las tropas imperiales quedó Narsés, un oscuro general, eunuco en la corte bizantina, que había ascendido mediante intrigas y turbios manejos. Narsés se comportó en Italia como un déspota. En la península se vivieron años, doce en concreto, de pestes y hambrunas, que según algunos cronistas, empujaron a sus habitantes al canibalismo. Los nuevos amos no eran libertadores, sino extranjeros griegos mucho más despiadados que sus antecesores godos. Por eso no parece inverosímil que los italianos del norte terminaran propiciando la llegada de unos nuevos invasores de estirpe gótica, los longobardos, que iban a constituir un reino duradero en Italia.

En cuanto a Belisario, el último general, conocemos por el historiador Procopio sólo sus glorias militares, pero no su final del que existen varias versiones. Todo indica que en la corte constantinopolitana cayó en desgracia. La emperatriz Teodora tuvo celos de Antonina, la esposa de Belisario, a quien los bizantinos adoraban. También parece que el emperador Justiniano envidiaba la popularidad que llegó a adquirir el gran general. Se sabe que Belisario fue destituido y más tarde encarcelado. Algo más dudosa parece la leyenda que lo pinta en sus últimos años como un mendigo ciego vagando por las calles de Constantinopla. El caso es que la gloria es siempre efímera, amigos. Nuestro profe Bigotini que lo sabe muy bien, pasa las horas hojeando los viejos recortes de prensa en los que aparece como el gran Bigotini, el hombre bala que se introducía cada amanecer en un cañón para salir disparado hasta el estanque donde tomaba su reglamentario baño matutino.

-Perdone, ¿Para llegar al cementerio del pueblo?

-Usté siga pisándome el sembrao, y no tardará en llegar…


No hay comentarios:

Publicar un comentario