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sábado, 25 de marzo de 2023

ANTONINO PÍO, OPTIMUS PRINCEPS

 


Antonino, a quien el Senado de Roma concedió post mortem el título de Pío, fue en efecto, el mejor de los príncipes, optimus princeps, como le llamaron todos durante su fecundo reinado que duró veintitrés años, desde 138 hasta 161. Fue el cuarto emperador de la que se conoce como dinastía Antonina, que inauguró Nerva a quien siguieron Trajano, Adriano, el propio Antonino y su sucesor, Marco Aurelio. Antonino Pío accedió al trono con más de cincuenta años. Tenía fama de ser el hombre más rico del Imperio, y también el más magnánimo, lo que demostró muy pronto ingresando su inmensa fortuna en las arcas del Estado. Nada menos que dos mil setecientos millones de sestercios, una cifra astronómica jamás alcanzada hasta entonces. Procedía de una familia de banqueros emparentada con los hispanos Trajano y Adriano, pero con raíces en la Galia Narbonense. Estudió filosofía, era muy versado en religión y muy respetuoso con las tradiciones. Es posible que fuera el último emperador que creyó en los dioses, o al menos fingió creer en ellos. También ejerció como abogado aunque odiaba la retórica, y se dice que jamás cobró un sestercio por sus servicios.


Amaba la poesía y la literatura, y aunque no se conservan obras suyas, se sabe que protegió a muchos poetas y literatos de su tiempo, mecenazgo que fue agradecido con grandes loas y encendidas alabanzas a su persona. Las estatuas que le retratan muestran un rostro bondadoso y sereno. En política interna no dio un solo paso sin consultar al Senado. En política imperial mantuvo a salvo las fronteras sin emprender guerras de conquista. Sus biógrafos señalan que recibió varias visitas de príncipes y embajadores de lejanas tierras con quienes estableció tratados de amistad, e incluso alguno de ellos llegó a solicitar formar parte del Imperio. En definitiva, Antonino Pío no tuvo ningún enemigo salvo acaso uno solo en su propia casa, su esposa Faustina, una mujer al decir de muchos, capaz de sacar de quicio a cualquier marido. Cuando éste accedió a su mandato, Faustina le manifestó pretensiones de lujo. ¿No comprendes –contestó Antonino-, que precisamente ahora debemos perder todo el lujo que teníamos? A su muerte, el emperador erigió un templo en su honor y creó un fondo para educar a muchachas pobres.


Antonino se consoló de su viudez con una concubina discreta y fiel a la que mantuvo apartada de los asuntos de gobierno. A diferencia de Adriano, su antecesor, no fue un emperador viajero. Parece que no se alejó más allá de Lanuvio, donde poseía unas fincas en las que pasaba los fines de semana pescando. Entre sus iniciativas legislativas destaca una ley de equiparación de derechos y deberes de los cónyuges que con las limitaciones propias de su época, protegía a la mujer en algunos aspectos. Durante su reinado la tortura fue abolida y la muerte de un esclavo fue declarada delito. Si hemos de creer a Renan, el mundo estuvo gobernado por un padre. Antonino enfermó a los setenta y cuatro años. Llamó a su lecho a sus familiares y amigos, se despidió de ellos, se dio la vuelta en la cama y se durmió para siempre. Uno de aquellos allegados era su sucesor, Marco Aurelio, el mismo que ya le había recomendado Adriano. Sencillamente le dijo: ahora, hijo, te toca a ti. Marco Aurelio confesó a sus amigos que cuando no sabía qué resolución tomar, se recomendaba a sí mismo: haz lo que en este caso hubiera hecho Antonino.

Nunca olvido una cara, pero en su caso estaré encantado de hacer una excepción. Groucho Marx.


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