Translate

martes, 8 de diciembre de 2020

ALEJANDRÍA: LA HISTORIA DE UN FRACASO

 


Fundada en el siglo III a.C. por los tolomeos, y bautizada con el nombre del gran conquistador macedonio, la ciudad portuaria de Alejandría llegó a ser durante varias centurias el faro no sólo literal, sino también en muchos sentidos de la civilización, a lo largo del arco mediterráneo. Su célebre biblioteca acogió a los más brillantes sabios y estudiosos del orbe en su momento. Un templo de ciencia y sabiduría en una época de barbarie generalizada. Allí no solo se recopilaban libros y manuscritos, sino que se fomentaba y alentaba la investigación científica. Dentro de aquellas paredes nacieron y se desarrollaron la física, las matemáticas, la astronomía, la medicina…

Alejandría se convirtió en el corazón y la mente de la Antigüedad. A su puerto llegaban gentes de diferentes países, no se hacía distinción de razas ni de culturas.

Eratóstenes, que dirigió la biblioteca, calculó con asombrosa precisión para hace veintitrés siglos, el diámetro de la Tierra. Hiparco de Nicea ordenó el mapa de las constelaciones y midió el brillo de las estrellas. Euclides enunció y desarrolló los principios básicos de la geometría. Dionisio de Tracia inventó la gramática. Herófilo identificó el cerebro como el órgano que alberga la mente y la inteligencia. Herón construyó las primitivas máquinas de vapor. Aristarco de Samos inició la teoría heliocéntrica… Diógenes acuñó la expresión ciudadanos del mundo, que tan adecuadamente describía a Alejandría y a sus moradores. Tendrían que transcurrir casi dos milenios para que pudieran recuperarse todas aquellas ideas brillantes, para que la ciencia se abriera paso luminosamente a través de los oscuros siglos, la noche casi eterna en que pareció sumirse la humanidad.



Como es sabido, todo aquel resplandor resultó efímero, quedó convertido en cenizas y cubierto de escombros. ¿Qué ocurrió para que todo se desmoronara, se viniera abajo como un castillo de naipes? Carl Sagan, a quien seguimos en este breve comentario, apunta las posibles causas de la catástrofe con su proverbial agudeza: según él no hay noticia de que ninguno de aquellos ilustres científicos y estudiosos llegara jamás a desafiar seriamente las bases políticas, económicas y religiosas de su sociedad. En aquel sagrado recinto alejandrino se discutía acaloradamente acerca de la distancia a las estrellas, pero nunca llegó a ponerse en duda la justicia de la esclavitud, por ejemplo. La ciencia y la cultura estaban reservadas a unos pocos privilegiados. La hambrienta y analfabeta población que se hacinaba fuera de aquellos infranqueables muros no tenía idea de los descubrimientos que se estaban produciendo en su interior. La ciencia no fue explicada ni popularizada. Herón dedicó sus ingenios de vapor a concebir máquinas de guerra y juguetes que divirtieran a los príncipes. Cuando finalmente la chusma, alentada por algunos visionarios e integristas religiosos, acudió en masa a quemar la biblioteca, no hubo nadie capaz de detener la barbarie ni de imponer la cordura.


Y es que la ciencia, amigos, como cualquier otra manifestación cultural, no es nada si carece de finalidad social. Cultura y ciencia deben estar siempre al servicio del pueblo. La verdadera ciencia ha de ser por lo tanto, revolucionaria. Es este un postulado libertario que repetido en estos tiempos de suicidio neoliberal que padecemos, puede sonar pasado de moda, pero que es, creedme, exacto palabra por palabra. Como escribió un inmortal poeta alicantino, Para la libertad, sangro, lucho, pervivo… Mis ojos y mis manos como un árbol carnal, generoso y cautivo, doy a los cirujanos. Nuestro profe Bigotini, a falta de mejores prendas, ofrece también su nariz a la ciencia. Loable amputación y bendito sacrificio.

-¿Cuánto tiempo llevas sin hacer el amor?

-No sabría decirte, pero el condón que llevo en la cartera ha conocido tres renovaciones del DNI.

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario