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martes, 5 de noviembre de 2019

POLVO DE ESTRELLAS. EL ORIGEN DE LA MATERIA



Cuando acaricies a un niño, cuando pases la mano por la superficie rugosa de la corteza de un árbol, cuando sientas en la piel el frío metálico del acero, piensa que no existirían todas estas formas y materias tan diversas si no existieran en el negro firmamento nocturno aquellas distantes luciérnagas que llamamos estrellas.
Un antiguo proverbio dice: “Se humilde, porque estás hecho de barro. Se orgulloso, porque estás hecho de estrellas”. Pues bien, nada podría ser más exacto. Estamos hechos de estrellas, como toda la materia que nos rodea. Prácticamente ningún elemento más pesado que el hidrógeno y el helio existiría en el universo en cantidades significativas, si no se hubiera producido a lo largo de eones en el seno de estrellas moribundas que terminaron explotando y esparciendo todos sus elementos.

Fijaos en el siguiente cuadro que recoge las concentraciones relativas de los diferentes tipos de átomos del universo.


Por cada millón (1.000.000) de átomos de hidrógeno existentes en el universo, hay:


160.000 átomos de helio


700 átomos de oxígeno


600 átomos de néon


300 átomos de carbono


100 átomos de nitrógeno


30 átomos de silicio


30 átomos de magnesio


20 átomos de azufre


10 átomos de hierro


5 átomos de argón


2 átomos de aluminio


2 átomos de sodio


2 átomos de calcio



1 átomo de los demás elementos restantes juntos



El proceso de formación de las estrellas se inicia con enormes y turbulentas nubes de gas y polvo cósmico procedente, bien de la explosión primitiva, bien de sucesivas explosiones de cuerpos celestes. Por la atracción que ejercen sus extraordinarias masas, estas nubes van concentrándose hasta formar una masa única con una rotación lenta, que finalmente se contraerá hasta formar una densa bola de gas. En este proceso la bola va adquiriendo una velocidad de rotación cada vez mayor. Los patinadores saben bien que si giran apretando cada vez más los brazos contra el cuerpo, consiguen mayor velocidad. Del mismo modo, las primitivas protoestrellas consiguen mayor velocidad al contraerse.


Los átomos, atraídos por la fuerza de la gravedad hacia el centro de la bola, chocan unos con otros produciendo energía en forma de calor. Con el núcleo al rojo vivo, cuanto más crece la estrella, más átomos se precipitan hacia su centro, y más se eleva la temperatura. Cuando la masa de la estrella es lo bastante grande puede alcanzarse un valor crítico en torno a un millón de grados. A partir de aquí se abre una nueva fuente de energía infinitamente más eficaz que la calorífica. Se trata de una auténtica reacción nuclear, la fusión de los núcleos de hidrógeno. El proceso continúa hasta que se alcanza un equilibrio: la energía nuclear que se produce en el interior llega a compensar la presión generada por la fuerza de gravedad de la masa. La bola de gas deja entonces de comprimirse. La estrella es ya un cuerpo estable.


Ya veis que hemos asistido al nacimiento de una estrella sin necesidad de desplazarnos a Hollywood, ni tan siquiera de movernos de la silla. El interior de la estrella se convierte en este momento en una auténtica fábrica de materia. Pero, ¿cómo es posible que lleguen a formarse toda la enorme variedad de elementos de la tabla periódica? La respuesta hay que buscarla en la increíble inestabilidad de las partículas atómicas. Esta inestabilidad es la responsable de que en el ardiente caldo de las reacciones nucleares se produzca una extraordinaria serie de metamorfosis.

El protón, que forma el núcleo del átomo de hidrógeno y constituye casi toda su masa, es también la partícula más estable, siendo su vida media (el tiempo que transcurre antes de que se transforme) nada menos que de 1035 segundos, es decir, 200.000.000.000.000.000 veces la edad actual del universo (5x1017 segundos).
Le sigue en estabilidad el electrón, con una vida media de 1028 segundos.
El neutrón es la tercera de las partículas más estables. Su vida media es de 8 minutos.
La cuarta partícula más “estable” (aquí tengo que poner comillas) es el mesón, cuya vida media es de 10-6 segundos (0,000006 segundos). Esto a efectos prácticos, viene a ser lo que tarda en hacer sonar el claxon el conductor que tenemos detrás, cuando el semáforo se pone verde.
Y a partir de aquí, las demás partículas subatómicas son extremadamente inestables y efímeras, por lo que no debemos extrañarnos de que la materia esté continuamente variando y creándose en el bullente interior de las luminosas estrellas.

Queda patente pues que la extraordinaria diversidad de la materia, que por supuesto incluye la materia orgánica y los seres vivos, nunca hubiera sido posible sin la existencia de los cuerpos estelares. Pensadlo cuando al contemplar el paso de una estrella fugaz, pidáis un deseo. El mayor de los deseos ya nos ha sido concedido.
En esta línea argumental, Carsten Bresch escribe: Toda la materia de nuestro planeta, compuesta casi exclusivamente por átomos superiores, proviene de antiguas estrellas que explotaron hace ya más de cinco mil millones de años. Esto significa que –aparte de los átomos de hidrógeno- todos los átomos de los que se compone nuestro cuerpo se formaron hace ya miles de millones de años en reacciones nucleares que se dieron en alguna estrella gigantesca del universo, y que posteriormente han tomado parte en algún sitio en toda una serie de espectaculares procesos que dieron lugar a la formación de nuestra galaxia. Cada uno de los átomos superiores que forman parte de nosotros es el producto de un proceso evolutivo que nos vincula estrechamente a acontecimientos anteriores ocurridos en el Cosmos. Esta idea debería formar parte de la definición y comprensión de nuestra naturaleza humana.
Si esto no es panteísmo puro, que vengan los midiclorianos y lo vean, y que La Fuerza nos acompañe a todos. Amen.

La ignorancia es la noche de la mente. Una noche sin luna ni estrellas.  Confucio.




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