
Posidón,
el dios del mar del mundo clásico, que los romanos rebautizaron como
Neptuno tomando el nombre de una deidad etrusca (Nethuns), mostraba a
los habitantes de costas e islas dos caras muy diferentes. Era por
una parte la personificación de la prosperidad, por la abundancia de
pesca que procuraba. También era el semental fecundador de la
Tierra. La etimología: Posis (esposo) y Da
(tierra), no deja lugar a dudas. Pero por otra parte Posidón puede
ser terrible si se lo propone. En el mar se desencadenan tempestades
capaces de echar a pique el mejor navío, o de arrasar poblaciones
costeras. Posidón es el Despotes Hippon, el Señor de
los Caballos, cuya espuma recuerda las crines de los caballos
galopando sobre las olas enbravecidas. Se convirtió en uno de los
principales dioses del panteón clásico con la llegada al
Mediterráneo de los aqueos provenientes del continente. Se
establecieron principalmente en las costas de Jonia, donde se
convirtieron en notables navegantes. En muchos lugares, y sobre todo
en Arcadia, los caballos estaban especialmente consagrados al dios, y
se le veneraba bajo apariencia equina.


Así
pues, los delfines son piratas arrepentidos, por lo que el gran
mitógrafo Pierre Grimal no se asombra de que los delfines sean
amigos de los hombres y se esfuercen en sarvarlos.
En
cuanto a las sirenas, contra lo que suele creerse, su condición de
mujeres-pez es relativamente moderna, pues no la encontramos hasta el
periodo medieval. En la mitología clásica las sirenas son sin
excepción mujeres-ave. El episodio literario más conocido sobre
estos seres míticos es el pasaje del canto duodécimo de La
Odisea. En él Ulises, amarrado fuertemente al mástil de su
embarcación, pudo hacer realidad el deseo de escuchar las dulces
armonías de su engañoso canto. En este pasaje, Homero eleva el
lirismo hasta extremos de profunda emoción. Ulises intenta
desasirse, ruega y amenaza a sus hombres para que le suelten. Ellos,
que se han tapado los oídos con cera, prosiguen el viaje sin atender
las súplicas de su señor, lo que finalmente le salva de caer en las
garras de las sirenas, donde sin duda habría encontrado la muerte.
Sobre
cómo se convirtieron las sirenas en esos seres mixtos existe alguna
división de opiniones. Pausanias argumenta que las sirenas eran
muchachas que instigadas por Hera, pretendieron competir con las
Musas en la belleza de su canto, por lo que primero las transformaron
y después les arrancaron las plumas para hacerse con ellas coronas.
De ahí el aspecto desaliñado con que se las representa. Ovidio
cuenta que las sirenas eran originalmente acompañantes de Perséfone,
y que cuando ésta fue raptada por Hades suplicaron a los dioses que
les otorgaran alas para volar en busca de su compañera. Otras
versiones aseguran que la transformación fue un castigo impuesto por
Demeter por no haber cuidado de su hija con suficiente celo. Y aun
otras atribuyen el castigo a Afrodita, que les arrebató su belleza
por haber despreciado los placeres del amor.
En
cualquier caso, la mayor parte de los relatos sobre sirenas obedecen
a una intención que podría calificarse como antifemenina o
antifeminista. La mujer es en ellos, causa de todos los males que
sobrevienen al hombre. Con cantos y actitudes obscenas, las sirenas
tientan, incitan a los hombres al pecado. En su apariencia monstruosa
subyace la amenaza de enfermedades y ruina. El mito en los siglos
posteriores vino como anillo al dedo a cierta casuística cristiana
que identificaba a la mujer con el mal. La caza de brujas
bajomedieval y renacentista hunde sus raíces en este abonado terreno
mitológico.
La
mejor manera de librarse de una tentación es caer en ella. Oscar
Wilde
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