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jueves, 14 de julio de 2016

AMSTERDAM ENTRE EL HUMO Y LA RISA


El diario de viajes del profe Bigotini nos traslada hoy a Amsterdam, la gran metrópoli de los Países Bajos. Reproducimos algunos párrafos:

Un día pesado de viaje, autobús, maletas, avión, esperas, colas… Finalmente llegamos a Amsterdam ya avanzada la tarde. El hotel está en la avenida Damrak, la más céntrica de la ciudad, junto a la célebre plaza Dam. Las ventanas de la habitación ofrecen la vista impagable del viejo edificio de la Bolsa hanseática de Amsterdam, puro Renacimiento local.
La habitación es amplia, cómoda y cálida, entarimada para soportar el clima fresco y húmedo de por aquí. El baño constituye todo un ejemplo digno de esas revistas de decoración que ofrecen soluciones para apartamentos pequeños, todo está encajado en un espacio minúsculo. Estamos alojados en la buhardilla del viejo edificio a la que se accede a través de una empinadísima escalera de madera. Desde la avenida nos fijamos en un curioso detalle: entre nuestras ventanas y el tejado asoma una sólida viga provista de enganche. Como en muchos otros edificios antiguos de la ciudad, sirve para hacer mudanzas de muebles y para evacuar a los enfermos cuando no pueden ser conducidos escaleras abajo.
En la calle llueve a mares. Cenamos en un diner cercano. Carnes, pastas y postres. Sigue lloviendo y llegamos empapados al hotel. Se agradece la agradable calidez y el aire alpino de la habitación. Tampoco viene mal que funcione la calefacción. Cosas del Norte. ¡A dormir calentitos!


De buena mañana, continúa lloviendo. Hay una máxima en cualquier viaje: cuando llueve toca museo. Así que miramos la guía y aprovechamos para visitar el museo Van Gog, donde se exponen algunas de las mejores obras del artista holandés, junto a otras muchas de sus contemporáneos y conocidos de su época parisina. La visita es agotadora y al final se resienten los pies. Comemos en un pub irlandés patatas con verduras y carnes empanadas. Por la tarde, ya por fin con un tímido sol, paseamos por el barrio alternativo. Tiendas curiosas y bares donde se fuma la hierba de la risa. Cervezas, más cervezas, carcajadas y buen rollito. Después nos dejamos caer por el mercado de las flores, a la orilla de uno de los canales grandes. Hay bulbos de tulipán de todos los colores imaginables. El camino nos lleva al famoso barrio rojo, con sus típicos escaparates de carne humana puesta en venta. La mayor parte son relativamente discretos, como para mirarlos un matrimonio decente con su hijita. Hay otras puestas en escena sin embargo, que harían escandalizarse hasta a un viejo lobo de mar. Entre puticlub y puticlub, algún que otro restaurante exótico, chinos la mayoría, pero otros javaneses, indonesios, malayos, qué sé yo… Sin duda son reflejo del pasado colonial holandés.


La cena de diez: In de Waag. Un restaurante de nouvelle cousine situado en la plaza del mercado nuevo, una de las más antiguas e históricas de Amsterdam, no tiene pérdida. Excelente cena y excelente servicio. Para mi gusto algo triste la iluminación con tanta velita. Delicias de carne, lubina gratinada y de entrante una especie de reinterpretación de nuestras hispánicas papas bravas, con varias salsas de identificación difícil, pero en todo caso sabrosas.
Breve paseo por Damrak avenue (sigue haciendo fresco), y al hotel a descansar.

Los desayunos los hacemos en el bar de abajo, un establecimiento regentado por argentinos, que se ha especializado en dar de desayunar a los clientes de la media docena de hoteles semejantes al nuestro que hay en la avenida Damrak. Todos están en edificios históricos que no cuentan con espacio suficiente y probablemente tampoco con permisos de sanidad, bomberos, etc., para tener cocina. Después del desayuno, paseo por los canales y visita al museo de cera de madame Tussaud, que está junto a la plaza Dam. Nos fotografiamos junto a los personajes como está mandado. A continuación, garbeo por una galería comercial.


Junto a uno de los canales más pintorescos, está la zona de las antigüedades. Hay tiendas, pasajes y hasta tenderetes en la calle, a pie de canal. En las vidrieras y estanterías se arremolinan los objetos más extraños, curiosos y pintorescos. Vajillas, cuberterías, porcelanas, joyas, miniaturas… Comemos en el barrio de las nueve calles los bocadillos tradicionales de Amsterdam, de queso y salchichas crudas muy condimentadas. Están riquísimos. Y es que nos gusta todo y tenemos un saque prodigioso.
Por la tarde nuevos paseos por la zona comercial. Vamos maquinando el imprescindible tema de las compras y los regalos. Descansamos en las acogedoras y típicas terrazas de la Rembrandt Platz: cervecitas belgas que son mejores que las holandesas. Vuelta al paseo y las compras, y finalmente cena italiana de pastas en un italiano para turistas. Nos reímos mucho, mucho. Los italianos son con diferencia los mejores para hacer la pelota al cliente . Por otra parte, llegamos a la conclusión de que decididamente Amsterdam es un gran ciudad, divertida, acogedora y sorprendente, una de nuestras favoritas.


Desayuno en los argentinos y visita a la estación central. Sacamos billetes para viajar a Amberes el día siguiente. El rail-card, un billete abierto válido para diez viajes de cualquier distancia en Holanda, Bélgica y Luxemburgo, cuesta sólo 69 €. Vamos luego al Rijks Musseum, el Prado de los holandeses. No hay comparación. Es mucho más modesto. De todas formas tienen colecciones de Rembrandt y de Vermeer muy notables. La estrella del museo es el célebre cuadro La ronda de noche, de Rembrandt, que se expone en una sala especial, acondicionada y climatizada. Es tal la afluencia de visitantes y grupos de turistas, que hay que hacer cola para verlo.
Al salir del museo almorzamos en una terraza junto al canal. Las vistas desde allí son espléndidas, y también es espléndido mi plato de huevos. Aquí parece que tienen costumbre de poner tres huevos por ración, y yo me los zampo sin rechistar. A donde fueres… Después de la comida, callejeamos sin rumbo y tomamos unas cervezas en la zona del cannabis. En algunos bares no es necesario fumar, basta con respirar el humo para ser feliz.
Cena en un típico holandés muy cerca del barrio rojo. Costillas adobadas, pollo y pescado. Brevísimo paseo y a la cama, que mañana toca viaje. Para ser felices en Amsterdam no necesitamos ni siquiera el humo de los coffee shops. Tenemos bastante con respirar un poco de libertad y con nuestra proverbial limpieza de corazón, que algunos tendrían por simpleza.

Cuando tengo que elegir entre dos tentaciones, siempre prefiero la que no he probado todavía. Mae West.



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