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viernes, 12 de julio de 2024

ARAGÓN EN EL SIGLO XII. CRUZADAS Y CAMPANAS

 


Los albores del siglo XII coincidieron con una gran expansión del territorio aragonés a costa de los almorávides del oriente de al-Andalus. Su protagonista fue Alfonso I, conocido por su sobrenombre de Batallador. Alfonso era hijo de Sancho Ramírez, rey de Aragón y Navarra, y sucedió en el trono aragonés a su hermanastro Pedro I en 1104. En Alfonso se dieron cita un aguerrido espíritu militar y una fe cristiana rayana en el fanatismo. Inspirado por las noticias que llegaban del Mediterráneo oriental, se propuso emprender una cruzada en el territorio peninsular que entendía como legítimamente destinado a conquistar. Su proyecto comenzaba en Hispania, en su familiar valle del Ebro, y con la ayuda de Dios, le llevaría hasta Tierra Santa, hasta Jerusalén, promisoria meta de cualquiera que se preciara en aquel tiempo de ser un buen caballero.


Alfonso sin duda lo era. Ya en los comienzos de su reinado, ocupó las plazas de Egea (1105) y Litera (1107). En 1117 se adueñó de Belchite, y al año siguiente, 1118, cayó tras un largo asedio, Zaragoza, la Medina Albaida almorávide, la gran ciudad del valle medio del Ebro. Durante el sitio, instaló su campamento en un lugar Ebro arriba, cercano al que los zaragozanos actuales llaman Juslibol, corrupción de la expresión bajolatina Deus li vol, Dios lo quiere, que para los cruzados de entonces era una especie de mantra mil veces repetido. Prosiguió su avance conquistando en 1119 Tudela, Tarazona, Rueda y Borja. En 1120 infringió una severa derrota a los musulmanes en la batalla de Cutanda. Ocupó entonces Soria y Calatayud. Se adueñó de Daroca en 1121, y en 1126 llevó a cabo una exitosa expedición a tierras andalusíes, de donde regresó con varios miles de mozárabes destinados a repoblar los extensos territorios recientemente conquistados. Además de aquellos nuevos pobladores, Alfonso llevó a Zaragoza a muchos guerreros de allende los Pirineos, hombres navarros y francos a quienes asignó diferentes barrios y parroquias de la capital.



También se rodeó Alfonso de caballeros de las órdenes militares que proliferaron en la época. El Temple y los caballeros sanjuanistas fueron especialmente favoritos del monarca aragonés. Era un tipo rudo, lo que se dice un soldado. Así lo muestra el retrato de Pradilla y la iconografía que se conserva del personaje. Alfonso I estuvo a punto de unificar los destinos de Aragón y los reinos occidentales mediante su unión con Urraca, la reina castellana. Sin embargo, el matrimonio no dejó sucesor. Lo cierto es que Alfonso estuvo siempre más interesado por sus batallas, sus justas caballerescas, sus peleas y sus compañeros de armas, hombres fuertes, musculosos, sudorosos… Alfonso el Batallador probablemente era gay, aunque ni la palabra y ni siquiera el mismo concepto, se manejaran en su tiempo.

Falleció en 1134 guerreando cerca de Fraga. Dejó a su muerte un testamento inverosímil por el que legaba su reino a las órdenes militares.


El testamento de Alfonso I jamás fue tomado en serio. Le sucedió en el trono aragonés su hermano Ramiro II, también conocido como Ramiro el Monje, porque había pasado media vida recluido en un cenobio y llegó a ser obispo de Roda de Isábena. El nuevo monarca encontró resistencia por parte de ciertos señores feudales que se le opusieron. Ramiro supo maniobrar con astucia y con firmeza, haciéndose finalmente respetar. Quiere la tradición y rezan los anales de San Juan de la Peña, que el Monje para sofocar la revuelta de los nobles, pidiera consejo al abad de San Ponce que había sido su consejero y confesor durante su vida monástica. Un emisario del rey encontró al anciano padre podando unos rosales, le expuso sus problemas, y el abad por toda respuesta tomó las tijeras y cortó las rosas que más sobresalían del arbusto (en otras versiones se sustituyen las rosas por coles). Siempre según la leyenda, Ramiro convocó a los nobles más díscolos en su palacio de Huesca, actual museo provincial, y en una de sus salas, los hizo decapitar uno a uno a medida que iban descendiendo a ella. Naturalmente, el suceso es apócrifo, pero tan atractivo que excitó la imaginación de poetas y de artistas durante el Romanticismo. Fruto ejemplar de aquella inspiración es el monumental cuadro de Casado del Alisal que plasma el momento crucial de la leyenda.

A pesar de su resistencia, que debía ser cosa de familia, finalmente sus consejeros prácticamente obligaron a Ramiro a casarse. Lo hizo con Inés de Poitou, y tuvo una única hija, la reina Petronila de Aragón, que en 1137, siendo todavía recién nacida, fue prometida en matrimonio a Ramón Berenguer IV, el conde de Barcelona, uniéndose así desde entonces los destinos de aragoneses y catalanes.

Nuestro profe Bigotini ni guerrea ni poda rosas y hasta en general, ni pincha ni corta, pero en fin, le gusta recordar estos episodios históricos.

-Por favor, camarero, sírvame lo que está comiendo ese señor.

-Bueno, lo intentaré, pero no sé si dejará que se lo quite.


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