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martes, 2 de julio de 2024

GENES, PERSONALIDAD Y COMPORTAMIENTO

 


Los clásicos hablaban del alma (anima). Todavía siguen utilizando el término muchas personas religiosas. El alma se definía como un ente extracorpóreo. Más adelante, ya en la era científica, el concepto de alma ha sido desplazado por el más racional de mente, algo que ya no se considera independiente del cuerpo. Es curioso, sin embargo, que mucha gente, incluidos en ocasiones algunos científicos, siguen pensando que la mente y por ejemplo, el hígado, son cosas completamente distintas, hechas de materias diferentes. Por supuesto, no es así. Nuestro organismo, como el de cualquier criatura viviente, está compuesto por células, con su núcleo que alberga el ADN, con sus estructuras proteicas, y con el resto de moléculas orgánicas que conocemos. Así pues, esa mente que a veces no se considera algo físico, sino mucho más noble, algo así como el alma de los clásicos, en realidad no es diferente del resto de la materia orgánica. La prueba: un fuerte golpe en la cabeza es capaz de borrar la memoria, alterar los sentimientos, cambiar el comportamiento, etc.


La personalidad humana, que otrora fue objeto de estudio de filósofos, y después de psicólogos, interesa en la actualidad, y de forma creciente, a biólogos, neurólogos y genetistas. En efecto, genetistas, porque determinados genes están implicados en la predisposición que tiene cada individuo a desarrollar ciertos rasgos de la personalidad o a sufrir ciertos trastornos de la misma. La predisposición se define como una mayor probabilidad que la media a desarrollar determinado rasgo o trastorno. Una probabilidad dictada por la herencia genética recibida de uno o ambos progenitores. Frecuentemente esa probabilidad se manifiesta como respuesta a cierto contexto ambiental. Es decir, individuos con una predisposición determinada, pueden no llegar a desarrollar el rasgo o trastorno en ausencia de un evento o de un estímulo ambiental específico. Un ejemplo claro: individuos genéticamente predispuestos a padecer una forma de depresión severa conocida como trastorno de estrés postraumático (TEPT), tienen una probabilidad mayor que la media para desarrollar depresión, pero sólo como respuesta a algún evento traumático de su biografía (accidentes, catástrofes, episodios bélicos, pérdida de seres queridos, etc.). Si esa situación no se produce, no diferirán del resto de personas no predispuestas.


Así que la personalidad de un individuo es el resultado de la interacción entre los genes y el ambiente. Interacción que comienza ya en el nacimiento, y se prolonga el resto de la vida a través de estímulos, experiencias y vivencias de toda índole. Ni los genes ni el ambiente de forma independiente, son capaces de determinar el carácter. La influencia de los factores genéticos en la formación de la personalidad no implica que las personas nazcan depresivas, bondadosas, solidarias, agresivas o criminales. Únicamente define una probabilidad.

En cuanto al comportamiento, digamos que aunque en buena medida esté asociado a la personalidad, no debemos equivocarnos: nuestros actos dependen de algo llamado voluntad, libertad, libre albedrío. Todos somos responsables de ellos con independencia de genética o de predisposiciones.


La clave de todo esto es el uso que debemos hacer a nivel social de los conocimientos adquiridos por la ciencia. En otras palabras, cómo debe la sociedad gestionar esos conocimientos. Un niño al que se haya identificado como predispuesto genéticamente a padecer determinado trastorno mental, ¿debería ser criado, tratado y educado de una forma especial? ¿Qué implicaciones tendría ese tratamiento en una posible discriminación? Y si la sociedad no cuenta con suficientes medios para todos, ¿habría que prestar mayor atención por ejemplo, a niños superdotados, dejando al resto apartados de los programas de optimización educativa?

Ya veis que la cuestión no es sencilla y que tiene muchas implicaciones morales. Se trata de un debate todavía pendiente que no atañe exclusivamente a la comunidad científica, sino al conjunto de la sociedad. Nuestro profe Bigotini padece desde pequeñito una predisposición extraordinaria para meter las narices donde no le llaman. Claro que en su caso no se trata de una cuestión mental, sino simplemente nasal. 

Sé tú mismo, me dicen. ¡Como si no existiera el Código Penal!...


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