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martes, 12 de marzo de 2024

LA CULTURA ANDALUSÍ Y EL ESPLENDOR DE CÓRDOBA

 


El del Califato Omeya cordobés fue un régimen teocrático en el que no existía la menor separación entre el poder político y el religioso. Aunque en el tiempo anterior del Emirato el Islam peninsular reconocía la autoridad espiritual de Bagdad, a partir de que Abderramán III se proclamara califa, al-Andalus se desligó de cualquier lazo que le uniera a los califas abasíes. Abderramán y sus sucesores fueron líderes tanto políticos como espirituales, y además de juzgar los delitos, dirigir los ejércitos o acuñar moneda, presidían la oración de los viernes.

Inmediatamente por debajo del califa, estaba el hachib, una especie de chambelán o mayordomo de palacio que ejercía como primer ministro, controlaba la Cancillería y la Hacienda, y estaba al frente de la casa real. El más notable ejemplo de hachib poderoso fue el célebre Almanzor, artífice del mayor apogeo de al-Andalus y azote de los todavía incipientes reinos cristianos del norte peninsular.


Sujetos al hachib estaban los visires, unos personajes que en el organigrama andalusí ocuparon una posición muy inferior a los de otros estados islámicos orientales. Su número fue variable, y por ejemplo, durante el reinado de Abderramán III hubo nada menos que dieciséis visires. En cuanto a las instituciones, la Cancillería se encargaba de expedir los documentos oficiales, así que estaba literalmente abarrotada de escribientes. Por su parte, la Hacienda era la que recaudaba el zacat o limosna que aportaban los fieles musulmanes (árabes, beréberes y muladíes), y también los tributos con que se gravaba a los no musulmanes (mozárabes y judíos), que en algunos casos adquirían un carácter confiscatorio, algo que formó parte de la política fiscal de Almanzor, encaminada a incentivar más conversiones al Islam.

De la administración de justicia se encargaban los cadíes, cargo al que accedían sólo hombres de moral intachable. Algunos, como el cadí de Córdoba en tiempos de Abderramán, llegaron a adquirir un importante peso político y religioso. La administración territorial estaba repartida en distritos o coras, que correspondían a sus principales núcleos urbanos: Écija, Sevilla, Algeciras, Elvira, Jaén, Carmona… Al frente de cada cora estaba un valí o gobernador. La extensión de cada cora podía ser muy variable, por ejemplo, la de Ceuta comprendía amplios territorios del norte de África, llegando a ser varias veces mayor que la propia península Ibérica.


El ejército se nutría tanto de las levas como de combatientes voluntarios y mercenarios extranjeros. Se sabe que entre las tropas de Almanzor que llegaron a saquear León o Compostela había cierto número de mozárabes cristianos. Aun desconociendo si participaron tan activamente como sus camaradas musulmanes en los actos sacrílegos que se les atribuyeron, cabe concluir que las guerras han sido despiadadas en toda época, como despiadados son los que combaten en ellas.

Cobró gran importancia la caballería. Los jinetes sobrepasaban en número a los infantes, lo que dio lugar al auge de la ganadería caballar en al-Andalus. Se ha calculado que en el siglo X, durante el apogeo andalusí, pudo haber más caballos, mulos y équidos en general en nuestro suelo que en el resto de Europa. A partir del reinado de Abderramán, también adquirió peso la marina de guerra. Su actividad estuvo dirigida casi en exclusiva al Mediterráneo, destacando como principales puertos y astilleros los de Algeciras, Almería y Tortosa.


La cultura floreció en el al-Andalus califal como en ningún otro lugar del mundo en su tiempo. No es de ninguna manera exagerada la comparación de Córdoba con la Atenas clásica. La capital se convirtió en un foco de atracción de sabios y estudiosos de diferentes materias. Bajo los arcos de la mezquita pasearon grandes figuras de la ciencia islámica, hombres llegados desde Bagdad, Damasco, Egipto, Persia o la India. También acogió Córdoba a no pocos cristianos europeos cuyas ansias de conocimiento sin duda superaron al natural temor de introducirse en el que se consideraba un mundo hostil. Buena parte de las enseñanzas de los clásicos grecolatinos se reintrodujeron en occidente a través de Córdoba. Su intensa luz alumbró el amanecer del Renacimiento carolingio, como tres siglos después iluminaría los estudios y escritorios de la Toledo cristiana. Particular importancia tuvieron en la ciencia andalusí las matemáticas y la medicina. Los médicos cordobeses adquirieron fama universal. Muchos de ellos partieron de al-Andalus hacia las lejanas cortes de París, Génova, Roma, Bizancio, Damasco o Madrás. Los que permanecieron en Córdoba recibieron a pacientes ilustres, ricoshombres toscanos, genoveses, ingleses o venecianos, y hasta reyes de León o de Navarra, peregrinaron a Córdoba buscando alivio a sus dolencias.

Cuando un médico se equivoca, lo mejor es echarle tierra al asunto. Woody Allen.


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