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sábado, 18 de febrero de 2023

NERVA Y TRAJANO. LOS CIMIENTOS DEL APOGEO DE ROMA

 


Domiciano, el último emperador de la efímera dinastía Flavia, fue asesinado sin darle tiempo a nombrar un sucesor, así que el Senado, que aunque siempre calló, nunca había reconocido oficialmente el derecho de los emperadores a elegir heredero, se apresuró a designar al nuevo, y lo hizo en la persona de Marco Cocceyo Nerva, un senador medio jurista y medio poeta, un tipo grandullón y pacífico con fama de buena persona. Tenía entonces ya setenta años y la salud delicada. Su mandato duró sólo dos años, pero fueron suficientes para corregir los desmanes de su predecesor y poner orden en la política romana. Llamó a los exiliados, rehabilitó a los proscritos, repartió tierras entre los pobres, liberó a los hebreos de los pesados tributos a los que les habían sometido Vespasiano y Tito, y hasta tuvo tiempo de sanear las finanzas y las arcas del Estado. Tan solo tuvo enfrente a los pretorianos, una panda de matones acostumbrados a medrar a sus anchas, que llegaron a sitiar su palacio degollando a varios de sus consejeros y secuestrando al resto.

Nerva no se dejó amedrentar. Ofreció a cambio su propia cabeza que los sitiadores no se atrevieron a aceptar acaso por miedo a excitar las iras de toda Roma que apoyó a su emperador. Los pretorianos cedieron y hasta practicaron una purga entre sus filas. Nerva presentó su dimisión al Senado, y el Senado la rechazó.


Pero aquel hombre bueno sentía que se aproximaba su final, y como no tenía hijos, nombró heredero a Marco Ulpio Trajano, un brillante general que mandaba las legiones destacadas en Germania. Después Nerva se retiró, y regresó a la vida privada sin el menor sobresalto. Un caso inédito en la convulsa historia de Roma.

El nombramiento de Trajano fue seguramente el mayor acierto entre los muchos de Nerva. El nuevo emperador era un hispano procedente de Itálica, de unos cuarenta años, que había hecho carrera en la milicia. Una vez nombrado tardó dos años en presentarse en Roma a tomar posesión, porque no quería dejar ningún cabo suelto en tierras germanas. Tácito y Plinio el Joven dicen que era alto y robusto, de costumbres austeras y un valor a toda prueba. Plotina, su esposa, se confesaba la más feliz de las mujeres porque su marido no la engañaba con otras. Al parecer su única debilidad eran los jovencitos, de los que solía rodearse a menudo. Tenía fama de ser hombre culto porque en su carro de general le acompañaba siempre Dión Crisóstomo, un brillante retórico que le hablaba sin parar de filosofía, aunque Trajano confesó que mientras tanto pensaba en sus asuntos y nunca llegó a comprender una sola palabra de aquella verborrea.

La personalidad de Trajano, hombre en apariencia severo y distante, hizo sospechar a muchos senadores que se comportaría como un tirano. Pero se equivocaban. Fue un trabajador infatigable que realizó grandes reformas. Su mandato fue memorable en urbanismo y arquitectura. A su iniciativa se debe el gran foro romano llamado de Trajano en su memoria, presidido por la inmensa columna del mismo nombre cuyos bajorrelieves constituyen un documento inigualable para cronistas e historiadores. Impulsó también importantes obras en todas las provincias del Imperio. Fue el artífice del nuevo puerto de Ostia, del anfiteatro de Verona, de las cuatro grandes vías o calzadas que partiendo de la Urbe, comunicaron con el resto de la península, del gigantesco acueducto y del singular puente sobre el Danubio que encargó al arquitecto griego Apolodoro.

Aunque no fue partidario de la violencia, Trajano supo cuándo emplear la fuerza. Ese fue el caso de la sublevación de Decébalo en la Dacia, la actual Rumanía, que sofocó por dos veces con gran habilidad táctica y un mínimo derramamiento de sangre. Con el botín de aquel triunfo, las minas de oro de Transilvania, obsequió a los romanos cuatro meses ininterrumpidos de juegos en el Circo, en los que participaron diez mil gladiadores y un ingente número de fieras.



Tras aquel periodo de paz y reconstrucción, cuando ya tenía casi sesenta años, Trajano sintió nostalgia de la vida de campamento, y se propuso completar la obra de César y Antonio en Oriente, llevando los confines del Imperio hasta el océano Índico. Conquistó Mesopotamia, Persia, Siria y Armenia, pero tuvo que detenerse ante el mar Rojo por encontrarse ya viejo y enfermo. Volvió grupas hacia Roma con la esperanza de llegar a morir allí, pero no pudo ser. Aquejado de hidropesía y de una repentina parálisis, falleció el año 117, cuando contaba sesenta y cuatro. A Roma sólo regresaron sus cenizas que se enterraron bajo su monumental columna en el foro, y siguen ahí después de más de diecinueve siglos. Asegura Tácito que fue llorado por los ciudadanos de Roma y de todo el Imperio.

Si tu intención es describir la verdad, hazlo con la mayor sencillez. La elegancia déjala para los modistos. Albert Einstein.


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