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martes, 8 de febrero de 2022

LEY DE HENRY Y MAL DE ALTURA

 


El problema de la disolución de gases en líquidos interesó a físicos y químicos ya desde el siglo XVII. Los gases se disuelven en mayor o menor medida en los líquidos, dependiendo de su solubilidad y de la naturaleza del gas y del líquido. Pero existen dos factores que resultan fundamentales: la temperatura y la presión.

Ya vimos en algún artículo anterior que la solubilidad de cualquier gas disminuye a medida que aumenta la temperatura. Sin embargo, y al contrario que en el caso de la temperatura, la solubilidad aumenta al elevarse la presión del gas sobre el líquido, es decir la solubilidad es directamente proporcional a la presión. Esta relación se conoce como ley de Henry, y se expresa:

 

C = K.p

 

Siendo C la concentración del gas en la disolución, p la presión parcial del gas, y K la Constante propia de cada gas.



El que habitualmente llamamos mal de altura o mal de montaña, es causado por el empobrecimiento de O2 en la sangre. Se conoce también como soroche en lengua quechua, y se caracteriza por la aparición de náuseas, vómitos, taquicardia, sensación de fatiga acusada y dificultad respiratoria. La presión parcial del oxígeno disminuye conforme ascendemos en altura. El oxígeno se disuelve menos en la sangre y no se fija bien a la hemoglobina, que es la proteína encargada de transportarlo a todos los tejidos del organismo. Si añadimos que al realizar mayor esfuerzo muscular, como en el caso de la ascensión a una  montaña, se produce un mayor consumo de O2, parece lógico que el fenómeno se presente más frecuentemente en montañeros que en aviadores, por ejemplo, siempre que no estén protegidos dentro de una cabina hermética, como era el caso de los pilotos en la Primera Guerra Mundial. Ellos también ascendían a gran altura, pero no se sometían a esfuerzos físicos como los escaladores, de manera que el mal de altura les afectaba más raramente.


Cuando falta oxígeno en la sangre, se segrega una hormona, la eritropoyetina, que estimula la formación de glóbulos rojos en el bazo y la médula ósea. Para suministrar a las células la cantidad necesaria de O2, el organismo se ve obligado a producir más glóbulos rojos. Este efecto, conocido ya desde antiguo, suele ser aprovechado por los atletas que se entrenan en zonas de gran altitud. De esta forma, al descender a zonas con más oxígeno y mayor presión de O2, y tener más glóbulos rojos y una mayor proporción de hemoglobina, los tejidos reciben una cantidad adicional de oxígeno y en consecuencia, se incrementa notablemente el rendimiento.

Ahora os dejo. Me parece que el profe Bigotini se ha vuelto a subir a la azotea.

Mi padre vendió la farmacia porque no le quedó más remedio. Woody Allen.


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