
Cada
firma quería tener su propio niño encantador en plantilla. Algunos
como Mickey Rooney o la misma Judy Garland prolongaron su etapa
juvenil hasta edades casi provectas. Otros talentos, como los niños
Cooper o Bartholomew, fueron mucho más efímeros. Pero en materia de
niños prodigio, Shirley Temple se lleva la palma. No sólo actuaba,
sino que cantaba y bailaba como una profesional. Una verdadera mina
de oro, vamos. Según confesó ella misma años más tarde, dejó de
creer en Santa Claus, cuando una vez que se sentó en sus rodillas,
el vejete se quitó la barba postiza y le pidió un autógrafo. Y es
que la pequeña Shirley arrasó literalmente.
Haced
clic en su imagen para visionar una brevísima
escena musical correspondiente a una de sus primeras películas. Los
productores y directores también la adoraban, porque con ella ante
las cámaras casi nunca debía repetirse una toma. Todo un prodigio.
Próxima
entrega: Yo Tarzan
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