
Es
cierto que el descubrimiento en el ámbito europeo había sido hecho
unas décadas antes por nuestro aragonés Miguel Servet, y a él hay
que atribuirlo. También es verdad que las primeras noticias acerca
de la circulación menor las apuntó ya en el siglo XIII el médico
árabe Ibn Al-Nafis, de quien nos ocuparemos en una próxima entrega
de protagonistas de la ciencia. Con toda probabilidad
tanto Servet como Harvey desconocían la obra del musulmán. Por otra
parte, las observaciones de Miguel Servet, si bien eran por completo
correctas, eran demasiado sucintas, y habían sido publicadas en un
tratado teológico repudiado por católicos y protestantes, que no
debió alcanzar demasiada difusión entre los anatomistas y los
médicos del siglo XVI.

Los
estudios de Harvey sobre el sistema circulatorio fueron publicados en
1628 en su tratado Exercitatio Anatomica
de Motu Cordis et Sanguinis in Animalibus, un estudio
basado en la práctica de diseccciones y sobre todo, vivisecciones de
animales, que desde 1616 había llevado a cabo dos veces por semana
en su cátedra del Colegio de Médicos de Londres. Harvey acabó de
una vez por todas con las ideas obsoletas de Galeno, que aun
defendían muchos médicos renacentistas. El modelo circulatorio
galénico afirmaba que las sangres arterial y venosa se producían en
el corazón y el hígado respectivamente. Harvey calculó que
siguiendo aquel modelo, el hígado debería producir unos 250 litros
de sangre por hora, algo a todas luces imposible, como demostró de
forma experimental.
De
manera que a William Harvey debe honrarse, si no como descubridor, si
como verdadero introductor, divulgador y padre científico de las
bases anatómicas y fisiológicas de la circulación sanguínea. Así
lo entendemos y proclamamos desde Bigotini, uniéndonos a su
universal reconocimiento.
Los
jóvenes creen que lo saben todo. Los adultos sospechan que
desconocen algunas cosas. Los viejos estamos seguros de no saber
nada.