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miércoles, 22 de enero de 2014

LA CADENA HUMANA. UNA RETROSPECTIVA EVOLUTIVA


En su artículo titulado Lagunas mentales*, el gran biólogo evolutivo Richard Dawkins, nos propone un juego fascinante que puede ayudarnos a entender algunos conceptos no siempre fáciles de asimilar, como el gradualismo y la especiación.
Imagina una cadena humana como las que muchas veces se forman para escenificar protestas o reivindicaciones. En este caso se trata de una cadena muy especial, porque estaría formada por todos tus antepasados resucitados y transportados al presente con la magia de la imaginación. Cada eslabón de la cadena es una generación. Tu padre (o tu madre, eso es indiferente), da la mano a su padre (es decir, tu abuelo), y este se la da a tu bisabuela, y así sucesivamente.

Ya sabes que los humanos somos simios antropoides, el grupo en que se encuadran con nosotros, chimpancés, gorilas, orangutanes y gibones. Desaparecidas otras especies de homínidos que nos precedieron como los neandertales o los homos erectus, los chimpancés son sin lugar a dudas la especie actual con la que nos une mayor parentesco. Las pruebas moleculares sugieren que nuestro antepasado común con los chimpancés vivió en África hace entre cinco y siete millones de años. Calculando por lo alto (más cerca de siete que de cinco), para formar una cadena que terminase en ese antepasado común, serían necesarias medio millón de generaciones. Parece mucho, pero no creas que son tantas. Si cada integrante de la cadena ocupara un metro, la cadena se extendería 500 kilómetros. Si colocas a tu madre (primer eslabón de la cadena) en Barcelona, y sigues la carretera que lleva a Madrid, encontrarás a tu (y nuestro) antepasado común con los chimpancés, entre Calatayud y Guadalajara.


Sigamos imaginando. Abrazas a tu madre y a tu abuela (las primeras de la fila), y empiezas a caminar “hacia el pasado”. Las personas que encuentres al dar los primeros pasos, seguramente tendrán un aire familiar, se parecerán a ti. Puede que las recuerdes por fotografías o retratos familiares. Cuanto más te alejes, más variados serán los personajes. Si los imaginas vestidos, tal como dicta el decoro, será como asistir a un desfile de modelos cada vez más antiguos y estrafalarios. Pero no solo variarán los trajes, quizá te encuentres con alguna sorpresa racial, y por muy blanquito o blanquita que tu seas, puedes descubrir que algún bizarro conquistador de las Américas tuvo una aventura con su Pocahontas. Si es así, a partir de ella encontrarás una larga sucesión de tipos indígenas (o negros africanos o polinesios o lo que sea, según a dónde viajara aquel donjuán). Piensa que en ese punto, si calculamos cuatro generaciones por siglo, no te habrás alejado mucho de mamá y la abuelita. Podrás seguir comentando con ellas lo feo que era este o lo mal que vestía aquella…


Cuanto más camines hacia el pasado, tanto más extraños y variopintos te parecerán tus antepasados. Muy pronto no serás capaz de entenderte con ellos, porque hablarán lenguajes primitivos y ya olvidados, y a poco que camines llegarás al paleolítico. Ten en cuenta que la época “civilizada” representa una minúscula porción de la historia humana. La hilera de tipos primitivos te parecerá interminable. Seguramente te cansarás de ir a pié y aceptarás seguir en un vehículo. En cualquier caso, si te detienes antes de abandonar la provincia de Barcelona, y tomas a un (o a una) cavernícola al azar, no dudes que podría cruzarse con una persona actual del sexo opuesto y tener descendencia fértil. Esa es básicamente la definición de especie. Cualquier individuo de los primeros, digamos, veinte o treinta kilómetros, es genéticamente similar a nosotros. Es de nuestra misma especie y nosotros de la suya.

Avanzando más allá, llegarás al punto en que los homínidos de esa parte de la cadena ya no podrían cruzarse con personas actuales. Serían de una especie anterior y distinta. Es difícil precisar si esto ocurriría a 50, a 80 o a 100 kilómetros del comienzo. En cualquier caso, los cambios serán graduales. Si escoges un grupo numeroso de individuos de la misma porción de la cadena, todos te parecerán similares entre sí, y por supuesto lo serán genéticamente. Será necesario tomar individuos muy distantes en la cadena para apreciar diferencias. En eso consiste el gradualismo. En cuanto a la especiación, es decir, la aparición de una nueva especie, no se produce jamás de forma súbita. El salto genético sólo puede tener lugar a una considerable distancia en el tiempo, y casi siempre está motivado por una larga separación geográfica de dos estirpes provenientes de un mismo ancestro.

Has llegado por fin a las cercanías de Sigüenza (aconsejo a los amigos extranjeros que consulten un mapa de España), y al final de la cadena encuentras al antepasado que compartimos con los chimpancés. No sabemos con exactitud qué aspecto tendría. Como los humanos somos unos simios antropoides muy raros (sin pelo, erguidos y con la cabeza grande), es lícito suponer que el ancestro común se parecía más a los chimpancés que a nosotros. Al menos los fósiles que se han postulado como posibles candidatos, tienen más pinta de monos que de humanos, pero hasta que no se invente la máquina del tiempo, no podemos dar nada por sentado.


Si no te has fatigado demasiado con el viaje, aún podrías seguir adelante (mejor dicho, atrás). Pasando Madrid, carretera de Extremadura, encontrarías en Badajoz al ancestro que nosotros y los chimpancés compartimos con los gorilas, y en Lisboa o tal vez ya en el Atlántico, pero sin abandonar las aguas territoriales lusas, divisarías al antepasado que las tres especies tenemos en común con los orangutanes. Haz el favor de lanzarle un salvavidas, porque no parece muy buen nadador.
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*Incluido en el recopilatorio El capellán del diablo. Gedisa. Barcelona 2008.


Si tus padres no han tenido hijos, es muy probable que tú tampoco los tengas. George Bush.



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