

Y
es que el espacio es extraordinariamente vasto. Próxima Centauri, la estrella
más cercana a nuestro sistema solar, está a unos inalcanzables 4,2 años luz.
Más de 200.000 veces la distancia de la Tierra al Sol. En términos de viajes
espaciales conocidos, tardaríamos en llegar a Próxima Centauri cincuenta
millones de veces lo que se tarda en hacer el viaje de la Tierra a la Luna. La
sonda Voyager 1, que hace unos meses abandonó
el sistema solar, necesitaría 74.000 años para llegar a Próxima Centauri. Ya
veis que unas distancias tan desmesuradas ponen los viajes estelares fuera del
alcance de los exploradores humanos. Parece evidente que para alcanzar las
estrellas en un tiempo razonable (digamos, sólo unos cuantos años), nuestras
naves deberían moverse a la velocidad de la luz o al menos a velocidades muy
próximas a la de la luz.

Utilizando
campos magnéticos generados por la propia nave, se obtendría la energía
forzando al hidrógeno a acumularse hasta la fusión nuclear, y expulsando los
subproductos energéticos, se conseguiría generar el impulso necesario. Según
los cálculos de Liu, en un par de días la nave podría alcanzar la velocidad de
la luz. Además, la autonomía de la nave sería total, ya que podría captar su
combustible sobre la marcha. No olvidemos que la materia oscura es un combustible inagotable, ya que constituye la
mayor parte del universo. Parece fácil y barato, ¿verdad?
El
profesor Bigotini se marea viajando en tren cuando mira por la ventanilla, así
que no es probable que se presente como voluntario para un viaje interestelar.
Aunque consciente de sus limitaciones, el profe prefiere seguir caminando. Sólo
necesita unos buenos zapatos y sus queridos calcetines de golf (él los llama
así porque tienen dieciocho agujeros).
Nunca
he podido entender por qué una persona se pasa dos o tres años escribiendo un
libro, cuando puede comprar uno por diez dólares. Fred Allen.
Capítulo 3: Hollywood y la edad dorada
Próxima entrega: Charles Chaplin
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