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martes, 22 de abril de 2025

TANTO MONTA. LA BODA DEL MILENIO

 


Mediado el siglo XV, la infanta Isabel de Castilla estaba destinada a suceder a su hermano Enrique IV, llamado por unos el Liberal y por otros el Impotente, al frente de la Corona castellana. Por las mismas fechas en Aragón, el príncipe Fernando, hijo de Juan II, esperaba heredar de su padre la Corona aragonesa. Fernando era, a pesar de su juventud, un muchacho despejado que había tenido buenos preceptores, hablaba varias lenguas, y había viajado por sus posesiones mediterráneas y por gran parte de Europa. Se dice que Maquiavelo escribió El Príncipe, su más famosa obra, pensando precisamente en él. Isabel por su parte, era una joven hermosa, al decir de alguna crónica que la describe como alta, robusta, de ojos azules y cabellos rubios como correspondía a su sangre inglesa. También debía ser muy decidida, pues cabalgaba mejor que muchos hombres, y había cazado osos armada de una jabalina. Todo un carácter.


Careciendo de descendencia como se deduce de su apodo, Enrique el Impotente tenía decidido en principio que le sucediera Isabel, su hermana menor, hasta que a sus oídos llegaron noticias de traiciones y conspiraciones en las que al parecer, andaba envuelta. Enrique, haciendo honor a su otro apodo, el Liberal, era si no un rey “democrático”, algo del todo impensable en pleno siglo XV, sí al menos moderado en su política. Sus principales consejeros y apoyos políticos y financieros eran judíos, en algún caso conversos, y en otros todavía fieles a la ley mosaica. Isabel en cambio, era una especie de integrista religiosa muy próxima a las ideologías reaccionarias de los dominicos, primitivo germen de lo que poco después sería la Inquisición. Consideraba que su hermano estaba rodeado de gentuza. Uno de los principales amigos y consejeros de Isabel era Alfonso Carrillo, el arzobispo de Toledo, adalid de la línea más dura contra judíos y moriscos.


Así que el rey Enrique recordó de repente que oficialmente tenía una hija, la princesa Juana, a quien apodaban La Beltraneja porque la suponían fruto de una relación de la reina con el cortesano Beltrán de la Cueva, y cambió sus planes, designando a Juana heredera del trono. Planeó también casar a Isabel con Girón, el gran maestre de Calatrava, un judío converso que carecía de suficiente categoría social para ser rey, frustrando de esa manera las aspiraciones de su hermana. La reacción del partido de Isabel no se hizo esperar. El arzobispo Carrillo se puso secretamente en contacto con Fernando de Aragón, y éste no lo pensó dos veces. Aprovechando la ausencia de Enrique, de viaje por Extremadura, el príncipe aragonés cruzó la frontera disfrazado entre un grupo de mercaderes judíos, se presentó en la corte castellana, rindió público homenaje a Isabel y le obsequió un collar de cuarenta mil escudos. Aquello era una petición de mano en toda regla, y Enrique, aunque estaba furioso, no tuvo más remedio que aceptarlo. No podía oponerse a la boda ofendiendo a Aragón, el más poderoso estado vecino. Así que Carrillo los casó. La intriga gestada por el arzobispo resultó ser a la postre la más exitosa operación política de la Europa de su tiempo. Isabel ocupó el trono de Castilla en 1474, a la muerte de Enrique IV, y no sin una fuerte oposición por parte de los partidarios de Juana, que derivó en una cruenta guerra civil resuelta a favor de Isabel. Cinco años después, en 1479, a la muerte de Juan II, Fernando heredó la Corona de Aragón.


En 1492, con la conquista de Granada casi se completó la expansión peninsular, que culminó en el siglo siguiente, cuando Fernando ya viudo, se desposó con Germana de Foix, incorporando así Navarra a su reino. También en ese mismo año prodigioso de 1492, Cristóbal Colón pisó la primera tierra americana descubierta, tomando posesión de ella en nombre de Castilla. Los reinos que siete siglos antes habían surgido en los reductos de las montañas cantábricas y pirenaicas, se convirtieron al final del siglo XV, en los más poderosos de Europa precisamente en aquellos años críticos en que convencionalmente se ha establecido el fin del periodo medieval y el principio de la llamada Edad Moderna. En Bigotini cerramos con esto la serie histórica de los reinos cristianos peninsulares, aunque prometemos continuar glosando otros episodios del pasado.

-Voy a pedirte matrimonio con un anillo que perteneció a mi difunta abuela.

-Genial, pero, ¿por qué me has traído al cementerio?

-Calla y dame esa pala.


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