Mediado
el siglo XV, la infanta Isabel de Castilla estaba destinada a suceder a su
hermano Enrique IV, llamado por unos el Liberal y por otros el Impotente, al
frente de la Corona castellana. Por las mismas fechas en Aragón, el príncipe
Fernando, hijo de Juan II, esperaba heredar de su padre la Corona aragonesa.
Fernando era, a pesar de su juventud, un muchacho despejado que había tenido
buenos preceptores, hablaba varias lenguas, y había viajado por sus posesiones
mediterráneas y por gran parte de Europa. Se dice que Maquiavelo escribió El Príncipe, su más famosa obra,
pensando precisamente en él. Isabel por su parte, era una joven hermosa, al
decir de alguna crónica que la describe como alta, robusta, de ojos azules y
cabellos rubios como correspondía a su sangre inglesa. También debía ser muy
decidida, pues cabalgaba mejor que muchos hombres, y había cazado osos armada
de una jabalina. Todo un carácter.
Careciendo
de descendencia como se deduce de su apodo, Enrique el Impotente tenía decidido
en principio que le sucediera Isabel, su hermana menor, hasta que a sus oídos
llegaron noticias de traiciones y conspiraciones en las que al parecer, andaba
envuelta. Enrique, haciendo honor a su otro apodo, el Liberal, era si no un rey
“democrático”, algo del todo impensable en pleno siglo XV, sí al menos moderado
en su política. Sus principales consejeros y apoyos políticos y financieros
eran judíos, en algún caso conversos, y en otros todavía fieles a la ley
mosaica. Isabel en cambio, era una especie de integrista religiosa muy próxima
a las ideologías reaccionarias de los dominicos, primitivo germen de lo que
poco después sería la Inquisición. Consideraba que su hermano estaba rodeado de
gentuza. Uno de los principales amigos y consejeros de Isabel era Alfonso
Carrillo, el arzobispo de Toledo, adalid de la línea más dura contra judíos y
moriscos.
En 1492, con la conquista de Granada casi se completó la expansión peninsular, que culminó en el siglo siguiente, cuando Fernando ya viudo, se desposó con Germana de Foix, incorporando así Navarra a su reino. También en ese mismo año prodigioso de 1492, Cristóbal Colón pisó la primera tierra americana descubierta, tomando posesión de ella en nombre de Castilla. Los reinos que siete siglos antes habían surgido en los reductos de las montañas cantábricas y pirenaicas, se convirtieron al final del siglo XV, en los más poderosos de Europa precisamente en aquellos años críticos en que convencionalmente se ha establecido el fin del periodo medieval y el principio de la llamada Edad Moderna. En Bigotini cerramos con esto la serie histórica de los reinos cristianos peninsulares, aunque prometemos continuar glosando otros episodios del pasado.
-Voy
a pedirte matrimonio con un anillo que perteneció a mi difunta abuela.
-Genial,
pero, ¿por qué me has traído al cementerio?
-Calla
y dame esa pala.
No hay comentarios:
Publicar un comentario