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domingo, 13 de octubre de 2024

PROTEÍNAS PARA LA ETERNIDAD


 

Johnjoe McFadden y Jim al-Khalili, en su libro de divulgación Biología al límite, RBA, Barcelona 2019, relatan un episodio paleontológico ciertamente curioso. En 2002, un equipo dirigido por Jack Horner, encontró en un lugar inhóspito de Montana, los restos óseos de un gran dinosaurio carnívoro que al ir progresando la excavación, se revelaron como los de un Tyrannosaurus Rex. Después de tres años de arduo trabajo, comenzaron a embalar los huesos para su traslado al museo de las Rocosas. Durante el delicado proceso, se rompió un trozo de hueso fosilizado, concretamente de uno de los fémures. Horner se acordó de su colega, la doctora Mary Schweitzer, paleontóloga que en esos años se interesaba por la composición química de los fósiles, y le mandó varios pequeños fragmentos del fémur fracturado.

Cuando la doctora abrió la caja, examinó minuciosamente los fragmentos, y en uno de ellos observó sorprendida que en una hendidura ósea había un tejido de aspecto insólito, como si se hubiera conservado el resto de un tendón, algo que a una especialista como ella le resultó del todo imposible.


Mary colocó la pequeña esquirla de hueso en un baño de ácido, al objeto de disolver los minerales que rodeaban a aquel tejido, y así poder revelar su auténtica naturaleza. Téngase en cuenta que durante el proceso de fosilización, las sales minerales van sustituyendo a los tejidos durante siglos, hasta que las partes duras del animal, huesos y dientes, que son las que más resisten la descomposición, se sustituyen por arena y sales minerales. Por lo tanto, un hueso fósil, aunque siga teniendo forma de hueso, ya no es un hueso, sino una piedra. Ocurrió en este caso que la paleontóloga se olvidó de su baño ácido durante más tiempo del conveniente. Cuando volvió, todos los minerales se habían disuelto. Ella esperaba que todo el fósil se hubiera desintegrado, pero su sorpresa y la de sus colegas, fue mayúscula al descubrir que quedaba una sustancia fibrosa flexible que, al ser observada al microscopio, tenía el mismo aspecto de tejido blando que puede encontrarse adherido a un hueso moderno, en los restos del asado de ayer que quedaron en la basura doméstica.


Del mismo modo que ocurre en un tendón moderno, aquel tejido aparecía atestado de vasos sanguíneos, glóbulos rojos y largas cadenas de fibras de colágeno, el pegamento biológico por excelencia. ¡Colágeno, qué hallazgo! Desde luego, encontrar tejidos blandos en fósiles es algo verdaderamente raro, podría decirse que milagroso. Hasta entonces lo más blando que había podido conservarse en fósiles millonarios en años, eran los restos de plumas de Archaeopteryx, las aves primitivas de la cantera de Solnhofen, en Alemania. Pero este hallazgo de colágeno en un Tyrannosaurus, superaba todo lo previsible, con más de sesenta y ocho millones de años de antigüedad. Cuando Mary Schweitzer publicó su hallazgo en la prestigiosa revista Science, en 2007, el artículo fue recibido con el previsible escepticismo. Para comprobar que las estructuras fibrosas estaban realmente constituidas por colágeno, la doctora demostró primero que las proteínas que se pegan al colágeno moderno, se fijaron de igual manera a las fibras de su hueso antiguo. Como prueba final, mezcló el tejido del dinosaurio con un enzima llamado colagenasa, una de las muchas máquinas biomoleculares que producen y destruyen las fibras de colágeno en el cuerpo de los animales. En cuestión de pocos minutos, el enzima descompuso cadenas de colágeno que se habían mantenido firmes durante más de sesenta y ocho millones de años.



Las proteínas en general, son el soporte de la vida, los ladrillos de los que estamos hechos todos los seres vivos. Los enzimas, que también son proteínas, son los motores de la vida. Aquellos que nos resultan más familiares tienen usos algo mundanos y cotidianos, como las proteasas que se añaden a los detergentes para eliminar las manchas biológicas, la pectina que se añade a la mermelada para que espese, o el cuajo que se añade a la leche para que coagule y así obtener queso. También en nuestro tubo digestivo hay enzimas que nos ayudan en la digestión. Pero estos son sólo ejemplos triviales de la acción de estas nanomáquinas de la naturaleza. Toda la vida depende y se sustenta en la acción de los enzimas, desde aquellos primeros microbios que surgieron en la sopa primitiva, pasando por el T. Rex de nuestro cuento, hasta todos los organismos que vivimos en la actualidad. Todas y cada una de las células de nuestro cuerpo están llenas de miles de estas nanomáquinas moleculares que facilitan mantener en acción este proceso continuo de montaje y reciclado de biomoléculas, que llamamos vida.

Una película de James Bond se titulaba Diamantes para la eternidad. En esta pequeña historia tenemos un ejemplo de proteínas para la eternidad.

-Doctor, ¿cómo sigue el niño que se tragó unas monedas?

-Sigue sin cambio.


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