En
la localidad soriana de Casillas de Berlanga, muy cerca de Berlanga de Duero,
se alza el que probablemente sea el templo más extraño y sorprendente de la
cristiandad. La ermita de San Baudelio
es una modesta construcción de planta cuadrada, cuyo origen se remonta a la
época visigoda. Su decoración interior mozárabe, hoy desgraciadamente
esquilmada, puede datarse en el siglo XI, cuando aquella región era una zona
fronteriza que cambiaba frecuentemente de dueño. A pocos metros de su entrada
nace un manantial de aguas fresquísimas y reputación de milagrosas. La ermita
se cimienta en la roca viva, y sirve de atrio a una pequeña caverna a la que se
accede desde el interior del templo. Se trata de un auténtico útero telúrico,
cuya salida al exterior simboliza el nacimiento.
La
nave principal tiene en su centro un pilar cilíndrico del que parten ocho arcos
de herradura que le confieren el aspecto inequívoco de un árbol, de una
palmera. Representa el Árbol de la Vida,
también llamado Árbol de la Ciencia, y tiene
un aspecto idéntico al representado en las miniaturas de los Comentarios
apocalípticos del Beato de Liébana. Entre las pétreas ramas de la
palmera existe un hueco de difícil acceso, cubierto por una cupulilla de
nervios cruzados en filigrana. En el hueco cabe una persona acurrucada. La
mitad de la nave principal está ocupada por una especie de tribuna a la que se
accede por unos escalones, y está sostenida por dieciocho columnas unidas por
arquillos de herradura rematados por pequeñas cúpulas. Una diminuta capilla
parte de esa tribuna, para adosarse al pilar central. El cenobio en su conjunto
tiene un claro propósito anacorético e iniciático. Un enclave templario. A
pesar de la degradación sufrida, es perfectamente posible distinguir los
lugares destinados a cada grado, al que los aspirantes accedían tras vencer las
diferentes pruebas y dificultades.
Hay
en San Baudelio mucho más que cristianismo. La arraigada costumbre céltica de
colocar a los muertos en lo alto de los árboles, para que devorados por las
aves, ascendieran con mayor facilidad a los cielos, e incluso los ancestrales
rituales iniciáticos de las cuevas prehistóricas del occidente europeo, hablan
a favor de unas prácticas y una sabiduría mucho más antiguas y primordiales que
la misma cristianización peninsular, por cierto bastante menos completa de lo
que la ortodoxia histórica nos hizo creer siempre. Pensemos en las populares
cucañas, cuyos celestiales premios se depositan en lo más alto de un tronco.
Pensemos
también en los numerosos árboles sagrados, tanto peninsulares como de otras
tierras de tradición indoeuropea y preindoeuropea. En el Baghabat-Gita
encontramos el árbol Azvatha que significativamente crece al revés, y es según
la tradición hindú, el único digno de regir el mundo, porque sus raíces, es
decir, su origen, están en la Causa Primera, y sus ramas se sepultan en lo
material, para gobernarlo. Pensad en la cruz puesta al revés de Pedro, sucesor
y encargado por Cristo de regir la Iglesia. La encina sagrada de los aqueos, el
fresno sagrado de los germanos, el célebre árbol de Guernica, el de Avellaneda,
el de Guerediaga, el de Arcentales, el de Larrazábal, participan del conjunto
arcaico de creencias con una serie de elementos comunes que conducen al
conocimiento de las cosas divinas, a la verdadera sabiduría.
En
el árbol, como en la cruz, se muere. Pero no se trata de una muerte real, sino
una muerte iniciática que implica la resurrección a una nueva vida. La Vida con
mayúscula que alcanza el adepto en la comunidad que le acoge y le señala el
camino. Tanto en los ritos practicados por los pueblos primitivos, como en los
rituales de las sociedades ocultistas, la prueba suprema es una muerte que
incluso en ocasiones lleva aparejado el cambio de nombre, para renacer a una
vida nueva. Así pues, San Baudelio de Berlanga es un lugar de iniciación. A
pesar de los frescos perdidos, a pesar de la degradación sufrida, el sentido
que le dieron sus primitivos constructores ha prevalecido a
través del tiempo y del olvido. Aun puede reconocerse. Visitadlo si tenéis
oportunidad. Dejad que su atmósfera os envuelva, abrid bien los ojos y mantened
abierto el entendimiento.
Cuando
el sabio señala la Luna, el idiota mira el dedo.




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