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miércoles, 22 de julio de 2015

EL PROCESO DE DAYTON: LA EVOLUCIÓN EN EL BANQUILLO

Dayton, Tennessee, 1925. En la nación más libre de la Tierra, un grupo de honrados ciudadanos orgullosos de ser americanos, denunciaron a John Scopes, un modesto maestro de escuela, que fue juzgado bajo la acusación de haber difundido en una de sus clases la idea de que el hombre desciende del mono. Aquellos granjeros, comerciantes, funcionarios…, aquellas buenas gentes de piel blanca que asistían cada domingo a la iglesia, y conservaban en sus casas como un tesoro un ejemplar de la biblia que había pertenecido a sus padres y a sus abuelos, tenían la ley de su parte. Aunque parezca mentira, hace menos de un siglo, en 1925, en los Estados Unidos de América existía una ley que castigaba cualquier mención a las teorías de Darwin.

A la pequeña localidad acudieron científicos, periodistas, fotógrafos, sacerdotes y una legión de curiosos. Mientras duraron las sesiones del proceso, los establecimientos de Dayton hicieron su agosto. Los más avispados lugareños llegaron a cobrar sumas astronómicas por una habitación a los corresponsales de los principales diarios del país, que siguieron los acontecimientos sin omitir el menor detalle. Muy pronto quedó patente que lo que estaba en juego no era la sanción al pobre maestro, un hombre modesto y tímido al que las publicaciones sensacionalistas apenas prestaron atención. Lo que se dirimía en Dayton, Tennessee, era la validez de las teorías de Darwin y de Haeckel, enfrentadas al libro sagrado cuya textualidad admitían a pies juntillas millones de americanos, para estupor de la mayoría de los europeos.


En Europa el evolucionismo prácticamente ya no tenía detractores. Se admitía abiertamente y de forma general. Así lo declararon muchos importantes hombres de ciencia que a su condición de paleontólogos unían la de sacerdotes católicos, como el padre Breuil, los jesuitas Obermaier y Teilhar de Chardin, o el abate Bourgeois. Concretamente Henri Breuil escribió a propósito del caso: No existe ninguna cronología bíblica, y es a la ciencia a la que corresponde determinar la época de la aparición del hombre sobre la Tierra. Es imposible ser más claro.

El principal protagonista de la facción anti-evolucionista de Dayton fue William Jennig Bryan, un hombre con grandes aspiraciones políticas, candidato a la presidencia del consejo municipal, y postulado por sus seguidores como el futuro gobernador del estado. Bryan era un fanático religioso, capaz de recitar de memoria cada uno de los versículos de la biblia. Era un orador elocuente que sabía arrancar el aplauso de aquel entregado auditorio de paletos, mientras alzaba sobre su cabeza el libro sagrado con la mayor solemnidad. Frente a él, Clarence Darrow, un reputado jurista de ideas liberales, se encargó de la defensa del pobre Scopes, que sin apenas intervenir, asistía atónito a aquel duelo de titanes. Si queréis hacerlo también, os recomiendo la revisión de La herencia del viento, una formidable película producida por la MGM en 1960, y dirigida por Stanley Kramer. Los papeles de Darrow y Bryan, con otros nombres supuestos, eran encarnados por Spencer Tracy y Fredric March, dos gigantes de la interpretación frente a frente.


Los debates fueron haciéndose cada vez más agitados y turbulentos. No había bastante espacio en la sala para tantos curiosos, y la multitud se apiñaba y se manifestaba en las calles. Pierre Honoré lo describe así: Los predicadores azuzaban a las masas como si de perros se tratara. Las mujeres se rasgaban las vestiduras como se dice en la Biblia, y danzaban al acorde de una orquesta de jazz. Todos vociferaban, rugían, chillaban y gesticulaban en medio de la mayor confusión y alboroto. La multitud se apretujaba en la sala y con sus gritos ahogaban las declaraciones de los sabios llamados por la defensa. Cuando la gente oyó que se hablaba de monos, empezaron a volar por los aires las primeras botellas a la cabeza de los testigos. Luego siguieron patas de sillas, y a continuación todo el mobiliario restante. Los ciudadanos de Dayton, que se consideraron humillados por la enseñanza de la teoría, recibieron ayuda de fuera y refuerzos en forma de piedras, huevos y tomates. Fue una escena indescriptible. Peritos y profesores, los jueces y el mismo acusado quedaron materialmente cubiertos de huevos y tomates, algunos incluso sangraron por los golpes recibidos. Los fotógrafos amortizaron con creces los gastos del viaje, y los periodistas no podían soñar con reportajes más sensacionales que el que les deparó el juicio de Dayton.


Como estaba cantado, se declaró culpable al maestro, al que se impuso una multa de cien dólares. Después de escuchar la sentencia, los honrados ciudadanos de Dayton se arrodillaron en la sala, y permanecieron allí durante largo espacio, entonando salmos e himnos religiosos. El maestro abandonó la escuela, la ciudad y el estado. Temía por su integridad habitando entre aquellas buenas gentes de la nación más libre de la Tierra. En la actualidad, tanto en Tennessee como en otros estados de la América profunda, la ley exige que en las escuelas se trate el evolucionismo como una simple teoría más, y que no se olvide incluir como alternativa el creacionismo, siguiendo las enseñanzas de la sagrada biblia. Así de crudo, así de estúpido y así de vergonzoso, amigos.

Cualquier mono que se respete rechazaría toda pretensión de parentesco con el hombre.


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