Desde
tiempos antiguos estigmatizados, y en algunos lugares de África, incluso objeto
de persecución, los albinos son a veces víctimas inocentes de una especie de
jugarreta genética, una broma de mal gusto del travieso ADN. El albinismo
consiste en la falta total o parcial de melanina, el pigmento que colorea la
piel, el cabello o el iris del ojo. Se debe a un déficit de producción de la
enzima tirosinasa, responsable de la síntesis de melanina, nuestro filtro solar
natural. Las personas albinas son incapaces de transformar la tirosina en
melanina, debido a la ausencia de tirosinasa, lo que provoca el bloqueo de la
correspondiente ruta metabólica. La consecuencia es que los individuos albinos
tienen la piel pálida, el cabello claro, casi blanco y los ojos azules muy
enrojecidos. Por eso realmente el principal problema de los albinos no es el
estético, sino la baja agudeza visual que padecen. De hecho, el nombre completo
y correcto de esta patología es el de albinismo
oculocutáneo.
El
albinismo se registra en todos los rincones del planeta. Sigue el patrón de herencia autosómica recesiva. El gen
mutado que provoca el déficit de tirosinasa, está localizado en un autosoma, es
decir, en un cromosoma no implicado en la determinación del sexo (ni el X ni el
Y). Otras enfermedades autosómicas recesivas son por ejemplo, la fibrosis
quística, la anemia falciforme o la fenilcetonuria.
Al
tratarse de una herencia recesiva, para manifestarse la enfermedad es necesario
que el hijo herede el gen mutado de ambos progenitores, padre y madre. Si ambos
poseen el alelo normal (R) y el mutado (r), en el momento de la concepción
existe un 50% de probabilidades de recibir (r) del padre, y otro 50% de
recibirlo de la madre. Ahora bien, como para que se manifieste el trastorno es
necesario recibirlo de ambos, las probabilidades se reducen al 25% (véase el
esquema). La coincidencia es siempre completamente aleatoria, y la probabilidad
del 25% se mantiene invariable en cada embarazo. Si una pareja de portadores
sanos (R r) tuviera cuatro hijos y se produjera un reparto equitativo, según
las leyes de Mendel, dos de los cuatro hijos (50%) serían portadores sanos (R
r), uno (25%) estaría libre por completo del alelo mutado (R R), y otro (25%)
padecería la enfermedad (r r). Ahora bien, como estas ocurrencias son por
completo aleatorias, dependen siempre del azar en cada embarazo, y podría
ocurrir que los cuatro hijos fueran sanos o que los cuatro presentaran el
trastorno.
Las
leyes de Mendel se cumplen a rajatabla cuando manejamos grandes números. Así
que una pareja de portadores sanos del gen mutado, podría tener mucha suerte y
engendrar a seis o siete hijos completamente sanos. Pero cuando estudiamos
poblaciones de cierto tamaño, los porcentajes mendelianos se cumplen con tozuda
exactitud. Son cosas, amigos, de la genética, de Gregorio Mendel y de la
biología.
Los niños comienzan queriendo a sus padres. Cuando crecen, los juzgan, y a veces de mayores los perdonan. Oscar Wilde.
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